–¿Por qué no? –preguntó ella. Ansiaba deslizar las manos por debajo de la ropa y acariciarle la piel.
–Estás haciéndote pasar por mi prima.
–Bueno, mientras tengamos cuidado y no nos sorprendan…
–¿De verdad crees que es eso lo que me preocupa? –replicó él mientras le apartaba las manos con un gesto de frustración–. ¿Que nos sorprendan?
–¿No? –preguntó ella muy confusa.
La expresión del rostro de Paul podría haberla empujado a hacer más preguntas si su cuerpo no estuviera preso de un potente anhelo. Día y noche, se había atormentado recordando aquel beso, yendo más allá de aquel momento cuando él se detuvo. Se había imaginado cien variaciones. Los dos entrando y haciendo el amor en su cama. Que Paul la llevaba al jacuzzi y le hacía correrse mientras ella flotaba rodeada de burbujas. O ella arrodillándose ante él para darle placer mientras él se agarraba a la balaustrada y mostraba a gritos su placer.
–Mira, si lo que te preocupa es que me pueda enamorar de ti… no tienes por qué. Te encuentro atractivo. Es solo sexo.
Desde que empezó a sentir la atracción física, había aceptado que no tenían futuro. Paul la miraba con sospecha y desconfianza. En muchos sentidos, sus caracteres y su pasado eran tan diferentes que resultaban totalmente incompatibles. Nunca hubiera podido ella imaginar que Paul podría declarar públicamente que ella era su acompañante, y mucho menos su novia.
Sin embargo, la química que había entre ellos era innegable. Por ello, lo único que les quedaba era el sexo. Sexo espectacular. Tal y como Paul la había besado, Lia sabía que él sería maravilloso en la cama. Tembló de anticipación al imaginarse sus fuertes manos recorriéndole el cuerpo desnudo. Solo imaginarse cómo él le deslizaría el dedo entre los húmedos pliegues de la entrepierna bastaba para que su cuerpo se tensara de placer.
–Solo sexo… Y dentro de una semana te habrás marchado.
–Ese es el plan.
–Nadie podría enamorarse de otra persona tan rápido… Es solo una semana…
–Eso es. Solo una semana. No hay tiempo para enamorarse.
Lia no estaba segura de cuál de los dos se movió primero, pero, de repente, sintió que él le colocaba la mano en el cuello y le hundía los dedos en el cabello desde la nuca. Entonces, los dos comenzaron a besarse y a gemir de placer, presas del deseo y la necesidad…
–Eso está mejor –murmuró Lia cuando rompieron el beso y Paul comenzó a deslizar sus labios por la garganta de ella–. Eso se te da muy bien, maldita sea.
–¿El qué?
Paul apretó los dientes en el lugar en el que se unían el cuello y el hombro. Lia experimentó un potente placer por el embriagador dolor del mordisco. Gimió luego cuando él le deslizó la lengua por el mismo sitio. No recordaba haberse sentido tan viva y llena de energía en toda su vida.
–Besar. Pensaba que estabas tan centrado en perseguir a los malos que no tenías tiempo para la vida amorosa.
–¿Pensabas entonces que no tenía experiencia en lo que se refería a las mujeres?
Paul no esperó a que ella respondiera. La besó de nuevo dura y apasionadamente, de una manera que la dejó débil y sonrojada desde la cabeza a los pies. Le agarró con fuerza las caderas mientras ella se movía contra él. Entonces, Paul le deslizó una mano sobre el trasero y la apretó contra su creciente erección. Lia gimió de frustración por la tensión que se estaba acumulando dentro de ella.
Paul deslizó los labios por el lóbulo de la oreja, despertando en ella un millón de sensaciones. Perdida en el placer que estaba experimentando, Lia no esperaba el mordisco que le dio en el lóbulo ni los fuegos artificiales que le estallaron en todo el cuerpo, haciéndola arder de deseo.
–¿Has pensado en nosotros dos juntos? –le preguntó él, con una voz tan seductora que le provocó una miríada de placenteras sensaciones por todo el cuerpo.
Lia asintió.
–¿Y era así?
–A veces…
–¿Te imaginabas que te hacía inclinarse y te poseía por detrás?
Aquella imagen era tan solo una de los cien escenarios diferentes con los que ella había fantaseado.
–Sí.
–¿Y mi boca entre tus piernas, volviéndote loca?
–Sí.
En aquella ocasión, Lia gimió prácticamente la palabra. Paul le deslizó los dientes por el cuello.
–Yo pienso en tu boca sobre mi cuerpo…
–Sí… Oh, sí…
–Chica mala…
Lia suspiró aliviada cuando él le deslizó una mano entre los muslos, aplicando la presión perfecta con los dedos justo sobre el lugar donde más lo necesitaba. Mientras se movía contra la mano, Paul volvió a besarla, asaltándole la boca con la lengua una y otra vez. Rápidamente, la excitación fue ganando intensidad al sentir cómo él le frotaba el clítoris con la mano. Con la barrera de la ropa entre ambos, experimentaba frustración y deseo, que se reflejaban en los sonidos incoherentes que emergían de su garganta. Llevó un momento que no pudo seguir soportándolo más.
–Maldita sea, Paul –gimió. La desesperación casi le impedía hablar.
Él levantó la cabeza y la miró.
–¿Qué ocurre?
Mientras ella trataba de encontrar las palabras para decirle lo que deseaba, Paul deslizó los dedos y siguió avanzando hasta el lugar donde más ardía la piel de Lia. El placer fue abrumador cuando comenzó a acariciar su cálido y húmedo sexo.
–Eres increíble… –murmuró él mientras le mordía suavemente el labio inferior–. No me puedo creer lo húmeda que estás. Es tan sexy…
Paul deslizó los dedos por los húmedos pliegues, susurrando palabras de admiración para que ella supiera lo mucho que apreciaba su reacción. Lia gemía y movía las caderas, deseando sentir los dedos de Paul dentro de su cuerpo. La presión que se fue formando resultaba casi insoportable.
–Por favor… por favor, haz que me corra…
–Tus deseos son órdenes…
Ella tembló con anticipación al ver que él se arrodillaba y le bajaba los leggins y las braguitas. Un instante más tarde, se inclinó hacia ella y deslizó la lengua sobre la línea que ocultaba su sexo. Lia sintió que los músculos le fallaban. Se habría caído al suelo si él no la hubiera sujetado.
Después, comenzó a deslizar la lengua por el centro de su feminidad. Rápidamente, Paul provocó que su excitación llegara al máximo y llegó al clímax. La rapidez y la intensidad de su orgasmo la dejaron atónita.
–Paul… –susurró echando la cabeza hacia atrás para disfrutar plenamente del intenso placer que la atenazaba.
–Vaya… –murmuró él mientras le besaba el abdomen–. Eres como un cohete…
No era de extrañar, dado que llevaba una semana ya con los preliminares. Entonces, se sintió desolada al ver que él volvía a colocarle las braguitas en su sitio antes de ponerse en pie.
–¿Ya hemos terminado?
Paul la miró con gesto escandalizado.
–Espero que no…
–En ese caso, bésame otra vez y coloquémonos en horizontal…
Paul la rodeó con un brazo y le deslizó la mano por el trasero para que ella pudiera sentir