Ethan se acercó a ella y le tomó la mano.
–Sé que esto no es lo que habíamos planeado en un principio. Estoy en deuda contigo por ayudar de esta manera.
–No, de verdad. Solo quiero traerle algo de paz a tu familia.
–Ciertamente lo estás haciendo.
–¿Puedes convencer a tu madre para que no me presente delante de todo Charleston como la hija de Ava? Eso podría terminar complicándolo todo y no quiero que tu familia sea objeto de chismorreos.
–Claro, yo me ocuparé.
–Gracias, porque tu hermano no me ha ayudado en nada. Pensaba que quería mantenerme lejos de su vida.
–Sé que resulta muy difícil creerlo, pero me parece que Paul cambiará de opinión cuando te conozca.
–Eso espero…
El recuerdo del beso que habían compartido hizo que se le ruborizaran las mejillas y que el deseo se despertara dentro de ella.
–Resulta inquietante la enorme antipatía que siente por mí.
Capítulo Cinco
Paul terminó un poco antes de trabajar y se dirigió a la casa de su abuelo para ver cómo estaba. Antes de que Lia Marsh entrara en sus vidas, su jornada laboral jamás tenía hora de finalización, pero últimamente no se podía concentrar tanto en sus actividades diarias.
Cuando no estaba tratando de investigarla, se sorprendía recordando el momento en su casa en el que se había rendido al deseo de besarla. En varias ocasiones en los últimos días, habría dado cualquier cosa por escapar del recuerdo de cómo la había sentido entre sus brazos, de lo suaves que eran sus labios y del deseo que lo llevaba a imaginar lo sedosa y fragante que sería la piel de Lia bajo sus manos.
Su intención había sido desestabilizarla, pero en realidad no había conseguido averiguar nada sobre sus planes. Además, a lo largo de la última semana ella no había dado ningún paso en falso que confirmara que no era tan buena como parecía. Aún no había averiguado cuál era su motivación para hacerse pasar por la nieta de Grady. No había descartado aún el dinero, pero no había encontrado nada que la delatara.
También se le ocurrió que tal vez se estaba preocupando por algo que no debía. Solo quedaba una semana para que ella se marchara y Grady seguía mejorando. Sin embargo, cuando le dijeran que la prueba genética no era válida y que Lia no era su nieta, ¿volvería a empeorar de nuevo la salud del anciano? Lia seguía insistiendo que, cuando ella se marchara, Grady seguiría mejorando solo, pero, ¿y si ella era el oxígeno que mantenía ardiendo la llama del deseo de vivir de Grady?
Se bajó de su vehículo con la intención de marcharse a los antiguos establos para tomarse una cerveza bien fría. Entonces, escuchó un ligero canturreo por encima del crujido de la grava bajo los pasos y comprendió de quién se trataba. Era Lia.
Después del beso que habían compartido, había evitado quedarse a solas con ella. La mujer que salió de entre las plantas ejerció sobre él un impacto…
¿Qué diablos?
Lia se había transformado en otra princesa. Incluso sus movimientos eran diferentes.
–¿Qué es lo que llevas puesto?
–Es un vestido de baile –respondió ella como si fuera lo más normal del mundo llevar puesto un vestido amarillo de raso y tul con tres voluminosas capas, una peluca pelirroja peinada muy elegantemente y largos guantes amarillos–. Voy al hospital para visitar a los niños. He estado tan ocupada con Grady que falté la semana pasada y no puedo volver a desilusionarles.
–¿Qué princesa eres hoy?
–Bella, de La bella y la bestia. La película de Disney sobre el príncipe que se ve transformado en una bestia y que solo se puede salvar por alguien que le ame tal y como es.
–¿Por qué te vistes como personajes Disney?
–Porque a los niños les encanta. También agradecen cuando aparezco sin disfraz para estar con ellos, pero cuando los visito vestida de Bella, de Elsa, de Cenicienta… se olvidan de lo enfermos que están.
–¿Cómo empezaste a hacer esto?
–Supongo que podríamos decir que crecí queriendo ser una princesa. Me imaginaba que era como Rapunzel o la Bella Durmiente, encerrada en una torre alejada de mis padres. Oculta. Cuando me hice mayor, me obsesioné con conseguir un trabajo en Disney como una de las princesas.
–¿Y qué ocurrió?
–Me convertí en un personaje Disney, sí, pero no fue una de las princesas.
–¿Uno de los malos?
–No. Dale. De Chip’n Dale. Las ardillas. Llevaba puesto una enorme cabeza de ardilla y me daba mucho calor. Era muy incómodo, pero merecía la pena porque a los niños les encantaba.
–¿Cómo pasaste de ser un personaje Disney a masajista?
–Ya te he dicho que ese disfraz me daba mucho calor. Ser un personaje Disney no era tan glamuroso como yo había esperado. Una de mis compañeras estaba dando clases para convertirse en masajista y me pareció buena idea. Era una manera de ayudar a la gente y eso es lo que realmente me gusta hacer.
–Ciertamente has tenido un gran impacto en Grady, así que supongo que tienes habilidad para que la gente se sienta mejor.
–Gracias por decir eso…
–¿Cómo vas a llegar al hospital?
–Andando. Solo está a quince minutos de aquí.
–¿Por qué no te llevo en coche?
–De verdad, no es ningún problema.
–Insisto.
–Me gusta andar.
–A mí también. Podría ir andando contigo.
Lia se colocó las manos en las caderas y arqueó las cejas.
–¿No tienes ningún malo al que perseguir?
–No. Acabo de cerrar una investigación muy importante, así que me he tomado la tarde libre –le dijo Paul. Entonces, le ofreció el brazo a Lia con gesto galante, algo que la sorprendió profundamente–. No puedo pensar en nada que yo pueda disfrutar más que ver cómo haces de Bella.
–Normalmente estoy allí durante un par de horas. Estoy segura de que tienes cosas mejores que hacer.
–Deja de intentar librarte de mí –protestó Paul–. No hay ninguna otra cosa que prefiera hacer en este momento –añadió. Y, a su pesar, era cierto.
Lia parecía querer seguir oponiéndose, pero se encogió de hombros y se agarró al brazo de Paul. El delicado contacto produjo en él tanta impresión que le costó concentrarse mientras ella le contaba cómo Bella y Bestia se enamoraron.
A Paul nunca le pareció que quince minutos pasaran tan rápidamente y enseguida se encontraron en el hospital. Lia parecía ajena al revuelto que causaba su presencia. Todos los trabajadores del hospital la saludaban afectuosamente. Paul se fijó que algunas de las visitas la miraban atónitos o incluso se reían del elaborado disfraz. Se sorprendió mirando con desaprobación a algunos, que en realidad reaccionaban de la misma manera que él cuando la vio por primera vez.
–¿Qué? –preguntó él al ver la expresión divertida con la que ella lo miraba mientras esperaban el ascensor.
–Estaba pensando que, por el modo en el que has mirado a esas personas, harías de Bestia estupendamente.
–Supongo que no estoy hecho de la pasta del Príncipe Azul.
–Pues podrías…
–No.