–A mí tampoco.
–Creo que te sorprenderías… –murmuró ella mientras lo miraba muy fijamente.
La sonrisa que Lia le dedicó le provocó una oleada de calor por todo el cuerpo. Entraron en el ascensor, pero, antes de que él pudiera encontrar una respuesta, las puertas volvieron a abrirse y, en menos de un segundo, se encontraron en el pasillo de la planta de pediatría. Ella se detuvo durante un instante, respiró profundamente y cerró los ojos. Un seguro después, los abrió y una maravillosa sonrisa frunció sus labios. Era como si se hubiera convertido en una persona totalmente diferente.
Aquella transformación dejó a Paul sin palabras. La siguió hasta el puesto de las enfermeras y, después de que ella saludara a todo el mundo, lo presentó a él. Varias enfermeras los acompañaron hasta una sala donde los niños se habían reunido para jugar. La aparición de la adorada princesa provocó una increíble alegría en los niños.
Paul observó el espectáculo completamente hipnotizado junto a un grupo de padres. Observó cómo ella iba de niño en niño, esparciendo alegría a su paso. Llamaba a algunos de los niños por su nombre. El efecto no solo se producía en los niños. Paul vio cómo algunas madres echaban a llorar al ver los rostros felices de sus hijos. Una vez más, Lia estaba sacando la magia que había utilizado para alejar a Grady del borde de la muerte.
Sintió que se le hacía un nudo en el pecho y lo frotó suavemente para aliviarlo. Lia era demasiado. Recordó las palabras de Ethan el primer día, afirmando que era completamente auténtica mientras Paul solo pensaba en desenmascararla. Sin embargo, en ese momento, estaba dispuesto a darle el beneficio de la duda.
Y aquello empeoraba todo aún más.
Controlar la atracción había sido más fácil cuando tenía motivos para sospechar de ella. Sin embargo, en cuanto empezó a cantar, todo cambió. Paul jamás habría imaginado que se sentiría atraído por un espíritu libre como Lia. Sus ideas sobre el poder curativo de la música y de la aromaterapia parecía más una utopía que un hecho real. Sin embargo, no podía negar la increíble mejora de Grady.
Ni cómo estaba cambiando su propia opinión.
Durante la siguiente hora, Lia mostró un extenso repertorio de canciones infantiles. Cuando por fin terminó la actuación con una reverencia digna de una princesa real y se despidió, a Paul no le sorprendió el nudo que se le hizo en el corazón cuando por fin le dedicó toda su atención a él.
Cuando salieron a la calle, comenzaron a andar en dirección a la casa de Grady.
––¿Y haces esto todas las semanas? ¿Por qué?
–Tú mejor que nadie deberías comprenderlo –comentó ella mientras se quitaba uno de los guantes amarillos. No fue un gesto ni provocativo ni sexy, pero a Paul le aceleró los latidos del corazón.
–¿Por qué crees que debería comprenderlo?
–Por todas las obras benéficas que hace tu familia.
–La filantropía y la riqueza suelen ir de la mano.
–Hay una diferencia entre firmar un jugoso cheque y darle tiempo y energía a una causa. Tu familia participa activamente porque es lo que le dictan sus valores.
Sin embargo, parte de esos valores estaban definidos por el hecho de que, por su buena fortuna, los Watts sentían que debían algo a los menos afortunados. Lia no tenía mucho dinero, entonces, ¿a qué se debía su deseo de ayudar a los demás? A pesar de los hechos que conocía sobre ella, la visita al hospital de aquel día le había demostrado lo poco que en realidad sabía de ella.
–Gracias por acompañarme –dijo ella sacando a Paul de sus pensamientos.
Ya estaban llegando a la casa y Paul no tenía ganas de separarse de ella.
–¿Quieres venir a tomar una copa?
Lia lo miró fijamente, como si se estuviera pensando qué responder. Entonces, sacudió la cabeza.
–No te entiendo.
–El sentimiento es mutuo.
–Llevas toda la semana evitándome y hoy, de repente, decides venir conmigo al hospital y me invitas a tomar una copa. ¿Qué ha cambiado? Ah. Me apuesto algo a que estás planeando emborracharme con la esperanza de que se me escape algo y te diga algo que condene.
–Ahora eres tú la suspicaz –replicó él. No quería poner sus cartas sobre la mesa, pero comprendía que, al menos, tenía que dejarle echar un vistazo con la esperanza de que ambos pudieran extender su tiempo juntos–. Tal vez me ha gustado tu compañía esta tarde y no quiero que acabe.
–¿Cómo? –repuso ella, parpadeando con incredulidad–. ¿Te he escuchado bien? ¿Has dicho que has disfrutado de mi compañía?
–¿Quieres venir a tomar una copa conmigo o no?
Lia comenzó a golpearse suavemente los labios con un dedo, como si estuviera considerando la invitación.
–Bueno, dado que me lo has pedido tan cortésmente, claro que sí. Deja que me cambie y vaya ver a Grady. No tardaré más de diez minutos.
–¿Necesitas ayuda? –le preguntó al ver los complicados lazos con los que se sujetaba el vestido–. Nunca antes he desvestido a una princesa.
–Si pensara que has dicho eso en serio –comentó ella–, aceptaría tu oferta.
Paul abrió la boca para hablar, pero Lia se lo impidió.
–No, no digas nada más –añadió antes de dirigirse hacia la casa–. Volveré dentro de diez minutos. Eso debería ser tiempo suficiente para que averigües cómo salir de esta.
El buen ánimo de Lia la acompañó mientras atravesaba los jardines en dirección a la casa. Cuando se puso el disfraz aquella tarde, nunca se habría imaginado que le esperaban unas horas tan mágicas. Se había pasado una semana ansiosa y triste sobre la exagerada desaprobación de Paul y sin saber cómo enfrentarse a la irresistible respuesta de su cuerpo al atractivo físico de él o cómo mantener bajo control su propio deseo.
Si le hubieran dicho que describiera a Paul, Lia habría dicho antes de aquella tarde que era seguro de sí mismo y autoritario. Sin embargo, en el hospital, había visto un lado muy diferente de Paul, demostrando que podía ser más abierto de lo que había imaginado. Aquel breve respiro en la desconfianza que había mostrado hacia ella era un cambio muy agradable.
Afortunadamente, no se encontró con nadie en el camino a su dormitorio. La puerta de Grady estaba cerrada, lo que indicaba que estaba descansando. No le molestó.
Aunque se dio prisa, tardó más de diez minutos en cambiarse. Tras quitarse el elaborado disfraz, se dio una ducha y se aplicó un poco de rímel y de lápiz de labios. Quería que Paul pensara que era una mujer atractiva. Se recogió el cabello en lo alto de la cabeza para no tener que secárselo y se aplicó unos polvos sueltos sobre la nariz, borrándose las pecas. Notó cómo Paul a menudo se fijaba en aquella imperfección.
Cuando llegó a los antiguos establos, estaba temblando de anticipación. Muchas noches le había costado conciliar el sueño y se había dicho una y otra vez que era una necia por permitir que Paul la afectara de aquella manera. Mientras él la trataba como una ladrona, ella se veía atormentada por fantasías sexuales en las que él le hacía el amor con toda pasión e intensidad. De repente, aquel día, él le mostraba un poco de amabilidad y ella se dejaba llevar.
–Siento haber tardado tanto tiempo. El vestido y la peluca que habían hecho sudar mucho, por lo que me di una ducha –dijo mientras observaba su rostro para ver si él la encontraba atractiva o no.
Paul se acercó a ella y aspiró.
–Maldita sea, qué bien hueles…
Una sensación parecida al rayo de una tormenta recorrió