Pero eso no es todo. Un cerebro puede estar maravillosamente nutrido por un lado y por otro mostrarse satisfactoriamente oxigenado sin conseguir, sin embargo, la plenitud de su función. Porque, al margen de unas actividades que no piden mucha participación consciente, es necesario añadir algo más. Y es ahí donde reaparece nuestra “energía”, la que intentamos evocar cuando pretendemos que el canto carga el cerebro.
Está demostrado que, para que un cerebro pueda funcionar en el plano del pensamiento y a nivel de la creatividad –dinámica bien distinta de las que hemos mencionado antes, pero a la que parece estar promovido–, el cerebro tiene que recibir estimulaciones. Podríamos atribuirles el término “energía”, en el sentido de que el efecto de estas estimulaciones desemboca en la puesta en marcha de procesos fisicoquímicos celulares cuyo resultado es un movimiento dinámico caracterizado por un influjo nervioso. Éste se puede medir cuando un conjunto de fenómenos se traducen, obviamente, por una activación de procesos del pensamiento y que, por otra parte, revelan un efecto que puede ser recogido bajo la forma de campo eléctrico. ¿Es realmente electricidad lo que se genera? Está por demostrar, pero una de las manifestaciones de esta energía se puede medir mediante los potenciales eléctricos recogidos. Así, la electricidad sólo es la prueba de un fenómeno que se despierta. Pero el objetivo no es fabricar corriente eléctrica. Tampoco afirmamos que un cerebro funcionaría mejor si se le aplicaran corrientes idénticas a las que nos indica que existen en el momento de su actividad. Por esa vía no le proporcionaríamos ningún medio de recarga y, sin duda, incluso le causaríamos graves perjuicios.
Así pues, cantar estimula el cerebro. Eso es lo que nos importa. Pero entonces, ¿cómo tiene lugar esa estimulación?
¿Qué es una estimulación?
Se la podría definir, en el sentido más visual y cercano a la semántica, como una “inyección”. Aquí, este concepto solamente nos sirve para evocar la multitud de pequeños puntos o minúsculos “pinchazos” que pueden ser despertados por un sonido. Cada parte del cuerpo externa e interna recibe ya excitaciones por múltiples e ínfimas presiones sobre el conjunto de los elementos sensoriales cutáneos, mucosos, etc. Además, hay que destacar que el sonido emitido por un sujeto moviliza más las sensaciones internas y mucosas, véase viscerales, de lo que lo podría hacer un sonido percibido que viene del exterior.
Eso no es todo. Obviamente también está el oído. Él tiene su parte, es de suponer, y verdaderamente su real parte. Por otro lado, en principio no se sabría evaluar en su justo valor todo lo que le corresponde. Es considerable. Tal como veremos, el oído entra en juego de muchas maneras. Y no sólo toma partido por una determinada vía, sino que asegura también la coordinación de otras percepciones. Es el organizador del conjunto, el director de orquesta, de todo ese montaje de recepción de estímulos. Revela la existencia de estos con más agudeza. Distribuye hacia el cerebro los influjos nerviosos que resultan de estos estímulos, considerando un reparto del cual él sabe convertirse en y permanecer como el rector.
Puede parecer insólito vincular el oído con tantas cualidades y también tantas actividades en el plano de las regulaciones internas. En el transcurso de las páginas que seguirán no sólo seremos introducidos en estos mecanismos internos, sino que veremos cuánto más ricas son sus potencialidades, algunas de las cuales probablemente aún están por descubrir.
Así que estamos como sumergidos en un mundo que no es más que un verdadero baño de estímulos. A decir verdad, ya estamos literalmente “bombardeados” por miríadas de miríadas de estímulos cuyo nivel sólo se nos escapa a medias puesto que es sabido el hecho de estar sometidos por todas partes a la incesante actividad de los campos moleculares del aire ambiental, cuyo promedio resultante crea el estado de presión atmosférica dentro del que vivimos. De ello se desprende un valor de conjunto ligado a la agitación de las moléculas en las que estamos sumergidos, verdadero baño dinámico y dinamizante gracias al cual nuestra estructura aparente es por una parte la que es. En efecto, nuestro cuerpo lleva a cabo, en su postura, un equilibrio con las presiones externas cuyos componentes están precisamente unidos a estos infinitesimales estímulos recibidos sin que haya por ello respuestas sensoriales reconocidas.
Dicho de otro modo, vivimos en un estado de presión, en una especie de equilibrio del cual no tenemos ninguna conciencia. Puede que si estamos sensibilizados a ello, sepamos percibir los lugares donde es más fácil vivir que en otros, esencialmente porque esta actividad molecular puede ser más activa o ser fácilmente activada. Pero hace falta estar preparado para captar esta forma de percepción. Sin embargo, uno de los medios más apropiados para volver sensible este fenómeno que está siempre en el límite de la percepción es precisamente el sonido y, mejor aun, el canto.
El canto parece estar hecho para hacer más presente el medio que nos rodea y, por ello, hacer más activa la estimulación de base. Por esta razón es posible provocar un aumento considerable de estímulos por reactivación del medio en el cual uno se encuentra necesariamente sumergido. Todo sucede como si un pez que viviera dentro de un agua permanentemente tranquila y que terminara por no saber que está dentro del agua, retomara súbitamente contacto con el material acuático que lo rodea por el efecto de algunas turbulencias que vienen a romper la calma inicial. Nos sucede lo mismo cuando llevamos un rato en un baño y nos olvidamos de que estamos sumergidos en él. Nuestra percepción se reactiva por poco que surja agua propulsada, o que el agua vibre, en definitiva, todo eso que sabemos añadir para aumentar la posibilidad de volver más “palpable” lo que supera el dintel de nuestra sensibilidad.
Porque nuestra percepción tiene un umbral, a Dios gracias, sin el cual no podríamos vivir si toda la agitación molecular fuera captada como una información sensorial. De hecho, es aceptada, integrada como tal y nos pone en forma en el sentido real del término, bajo el aspecto de presiones. Pero no por ello están siempre presentes en nuestra percepción. Las integramos de manera automática mediante una percepción de un orden más primitivo, menos epicrítico. Sin embargo, por poco que estemos sensibilizados a ellas, tienen su sede en nuestro campo consciente. Podríamos decir que se ubican a nivel del umbral de la conciencia.
Paralelamente podríamos pretender que cantar es uno de los medios más eficientes para informarse, en otros términos, para ponerse en forma, para esculpirse. Esculpirse, ¿es demasiado fuerte esta palabra? Sí, seguramente, para el que no comprende, para aquél a quien la imagen no evoca nada. Pero resulta evidente para aquél cuyo cuero, es menos resistente, le permite percibir con más sutilidad los juegos de resonancias en uno u otro nivel del cuerpo.
Se canta con el cuerpo. Esto está aceptado, pero, además, ese cuerpo es activado a todos los niveles gracias a los sabios montajes de un sistema nervioso que lo dirige. Si mucho me apuráis, y sin correr ningún riesgo, podría decir que el ser humano es un sistema nervioso. Sin temer llegar más lejos, afirmaría, para sacudir un poco los espíritus adormecidos, que no es más que un oído, y un oído que habla y que canta. Pero en eso siento que por ahora voy demasiado lejos, o en todo caso demasiado rápido. Desde este momento podemos preguntarnos si no es grave tener pieles espesas y resistentes como las que acabamos de mencionar. A decir verdad, no. Sin embargo, debido a ello las respuestas a nivel de sistema nervioso se encuentran por lo menos embotadas. También cabe combinar los dos procesos. ¿Se sabe que una piel es tanto más fina cuanto más delicada es la voz? Una voz áspera se acompaña a menudo de una piel asimismo rugosa, áspera al tacto, especialmente en las manos, las extremidades superiores, así como la cara y el tronco. Además, tendremos la explicación cuando el cuerpo humano aparezca como un instrumento cantante.
Todo en él es canto y armonía. Todo es música, por poco que se deje arrastrar