El oído y la voz. Alfred Tomatis. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alfred Tomatis
Издательство: Bookwire
Серия: Logopedia
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9788499108919
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empujado a buscar la causa de esta disfunción. Así pues, el “defecto de afinación” fue mi primer interrogante gracias a este amigo de mi padre, gran barítono por otra parte, y titular de muchos papeles del repertorio lírico, sobre todo en la Opéra de París. Mediante un gran refuerzo de ciencia vocal, dones de interpretación, musicalidad y savoir faire él intentaba disimular, en todo lo posible, este obstáculo tan difícil de superar. Esto afectaba a su estado de ánimo, aunque no demasiado, ya que su carrera seguía de manera floreciente. Sin embargo, esta brecha hería su amor propio.

      Con una constancia que sólo la longevidad de su carrera puede igualar, este excelente intérprete buscaba permanentemente la manera de remediar esta dificultad que, a decir verdad, lo incomodaba seriamente. Era totalmente consciente de su defecto. Y cuando sentía que “descarrilaba”, sus esfuerzos para rectificar le resultaban tanto más dolorosos por cuanto la mayor parte de las veces eran ineficaces. Sin embargo, a lo largo de su carrera internacional, en sus estancias en los lugares más importantes del arte lírico, nunca dejó de consultar a los especialistas competentes capaces de ayudarle. Así que cuando llegó a Viena, en Austria, para cumplir con algunos espectáculos, llamó a la puerta del grande entre los grandes en materia de foniatría, Froeschels, antes de que éste volara a Estados Unidos.

      Froeschels, con su autoridad incontestable, emitió un diagnóstico que debía poner fin a toda búsqueda sobre la causa de su defecto de afinación. Sin embargo, nuestro barítono no se dejó derrotar por un diagnóstico estático y definitivo, y decidió proseguir sus gestiones no para superar ese diagnóstico magistral, sino para tratar de encontrar una manera de remediar ese defecto evidenciado por las palabras de Froeschels. Efectivamente, la voz del sabio había certificado que la laringe de este cantante era “hipotónica”. Nada resultaba más satisfactorio. Parecía claro, en efecto, que una laringe hipotónica, es decir, distendida, tenía que tener más dificultades para cantar afinado que una laringe tensada con normalidad, al menos en cuanto a lo que se refiere a las cuerdas vocales, ya que se las comparaba con las cuerdas de un violín o de un violonchelo que no estuvieran correctamente tensadas.

      Resultaba incómodo ir más allá del diagnóstico emitido por la autoridad suprema... Por otra parte, ¿era yo capaz de hacerlo? Hubiera sido muy presuntuoso pretenderlo. Es por ello por lo que, cuando tuve la suerte de examinar su laringe “tan bien etiquetada” la vi también hipotónica, y más teniendo en cuenta que mis veinticinco años eran un peso pluma en comparación con la veteranía de mi colega. Me esforcé, pues, en hacer cuadrar mi diagnóstico con el del eminente otorrinolaringólogo vienés. Y me contenté tímidamente con ratificar el tratamiento prescrito y repetir la receta administrando ciertas dosis de sulfato de estricnina. Sin embargo, sabía, según palabras de mi paciente, que nada iba a cambiar puesto que en repetidas ocasiones esta terapéutica había dejado su voz en un estado idéntico.

      Al cabo de unos días me arriesgué a aumentar la dosis, puesto que este amigo de la familia me invitaba a ello mediante su asiduidad a veces un poco obsesiva, a decir verdad. Y debo añadir que comenzar la foniatría con el estudio de un problema de estas características no era tarea fácil, aunque posteriormente fuera de gran interés. Pero, ¡cuánto tiempo más tarde!

      Así, durante dos años tuve que examinar regularmente, a razón de uno de cada dos o cada tres días, a este “famoso artista” y poner a prueba los límites de mis conocimientos, ante la complejidad del problema que se me planteaba. Froeschels, por su parte, había tenido la suerte de no verle más que una o dos veces tras haber dejado caer con autoridad un diagnóstico que sentaba jurisprudencia en la materia y que imponía la prescripción sin ninguna derogación. Pero para el joven médico que era yo, y que debía seguir con paciencia la perseverante fidelidad del interesado, allí había algo un poco desesperante. Enaltecido por la idea de aumentar las dosis de estricnina, por fin un día conseguí obtener un resultado... No era el adecuado, y en cualquier caso tampoco el deseado. Las dosis fueron tales que mi artista, tan experto en su arte de cantar, se encontró apurado en su emisión, y aún más, se puso a apretar, a “encorbatarse”, como se dice en la profesión, lo que significaba pura y simplemente que se ahogaba en el escenario cuando pensaba en abrir la boca para cantar. No cabe duda de que ésta no era la finalidad buscada. La laringe de nuestro artista había pasado de hipotónica a hipertónica. ¡Bonito éxito! Pero el hecho interesante, cuya importancia no dejaremos de destacar, es que seguía cantando igual de desafinado.

      Así, este gran cantante, al que tan confusamente temía debido a su búsqueda permanente, iba a convertirse en materia de reflexión y, lo que es mejor, me llevaría a emprender numerosas investigaciones que ocuparon, de hecho, gran parte de mi existencia como investigador. Son los resultados de estas investigaciones los que me parece que deben ser consignados en esta obra y ofrecidos a los que se interesan por la voz, ya sea a título profesional, ya sea como enseñanza, ya sea a título de curiosidad, puesto que a todos nos concierne la voz humana. Forma parte integrante del hombre.

      Nada es más fácil que cantar, pues todo nos invita a vivir en unas condiciones óptimas en un mundo que, por otra parte, nos constriñe solamente a existir. ¿Acaso es realmente fácil acceder a la vida misma? ¿Y cómo se puede afirmar que es fácil cantar cuando los grandes cantantes son tan escasos? Sin duda, siempre serán escasos, puesto que su actividad requiere dones excepcionales. Pero aquellos que pretenden cantar sin por ello verse obligados a alcanzar todas las habilidades de los grandes artistas, ¿no deberían ser mucho más numerosos? Sin embargo, no es así.

      ¿Quizás se está perdiendo el arte del canto? ¿Es el placer de cantar lo que disminuye? ¿Falla la educación en cuanto a sus propósitos? No debemos llamarnos a engaño. Desde siempre, los escritos sobre el canto han dejado traslucir la ausencia o la escasez de los grandes del teatro a falta de maestros, de técnicas y de enseñanzas. Nada ha cambiado en este mundo. Existen ciertas épocas en las que se canta, mientras que en otras se desencanta…, pero algunas constantes persisten y deben ser analizadas con mucha atención.

      Es verdad que cantar es un acto fácil de realizar, obviamente sólo dentro de ciertas condiciones. Es más, sin ellas es prácticamente imposible pensar en emitir un sonido de calidad. Sin ellas uno no se puede abandonar al deseo de expresarse a través del canto y hacer vibrar su cuerpo en las diversas resonancias que permanecen como la expresión misma de sus diferentes partes.

      Pero entonces, ¿quién puede pretender cantar? Por regla general, todo el mundo, excepto los que tienen un impedimento mayor de orden orgánico y que en realidad son muy pocos. Todos los violines pueden vibrar en manos expertas. Sólo algunos, es verdad, serán grandes violinistas mientras que otros serán de expresión mediana, incluso mediocre. Pero todos cantarán. Por una parte, la calidad puede ser un asunto de “estructura anatómica”, pero la técnica sigue estando directamente relacionada con el modo de utilizar el instrumento, sea o no corporal.

      Dicho de otra manera, cualquiera puede pretender cantar. Si lo desea, puede emitir sonidos susceptibles de parecerse a lo que busca íntimamente.

      Este capítulo termina con un cierto optimismo puesto que enuncia con fuerza que el canto está al alcance de todos con unas pocas excepciones. De él se desprende también una noción nueva y, sin embargo, evidente, que da al oído una dimensión particular. Todo parecerá, en el transcurso de esta obra, dar vueltas alrededor del oído. A posteriori, cuando estemos más empapados del tema, se verá que este excepcional órgano simplemente habrá recuperado el lugar que le corresponde. Sin embargo, deberemos insistir mucho para que esta “innovación” goce de cierto crédito en el mundo del canto. En efecto, paradójicamente, este órgano esencial que es el oído está prácticamente en el olvido, por no decir ocultado. Y los que hablan de él sólo lo hacen a media voz, como si en cierto modo se tratara de algo prohibido.

      Sin embargo, por poco que se le dedique algo de atención al aparato auditivo, uno se queda a la vez asombrado ante el enorme abanico de sus potencialidades y maravillado por las respuestas que ofrece a cuestiones que hasta ahora quedaban sin respuesta. De hecho, lo que nosotros hemos querido introducir en esta obra es una tentativa de sensibilización sobre el papel predominante que tiene el oído en el ámbito del canto.

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