Fig. 8. Interior doméstico español. José García Hidalgo.
El resto de los muebles que mejor definen los interiores de las casas acomodadas en el siglo XVII, al igual que los del estrado, van a ir asumiendo las diferentes influencias y modas. Entre ellos destacan la silla de brazos, el bufete o mesa, casi siempre cubierta por un tapete, y el escritorio, a los que habría que sumar la cama, mueble, que a partir del siglo XVII va a alcanzar un gran protagonismo. Sin lugar a dudas, el más representativo de todos fue el escritorio, mueble de prestigio, destinado a las habitaciones más destacadas e indicador de la posición social de su dueño.
El escritorio, mal llamado bargueño, fue el mueble español más típico desde fines del siglo XVI y, a pesar de su nombre, no implica su función, pues muchas de las tapas destinadas a este fin aparecían ricamente taraceadas o talladas, lo cual imposibilitaba la escritura sobre las mismas. Los términos utilizados en la documentación, además del escritorillo, para referirse al de menor tamaño, destinado al estrado de las damas, son el de contador, papelera y arquimesa, indistintamente utilizados, si bien esta última acepción quedaría reducida a los escritorios del área aragonesa. Para algunos autores, los términos contador y papelera hacen referencia a aquellos escritorios sin tapa abatible, donde los cajones han sido sustituidos por baldas. Su estructura es muy similar, por lo que se recomienda utilizar solamente el término de escritorio para los grandes y escritorillo para los pequeños. Este tipo de mueble va a tener un gran desarrollo en España, prolongándose su uso durante todo el siglo XVII, imitándose y repitiéndose los modelos, lo que a veces hace difícil su clasificación. Lo usual de estos muebles es que fueran dispuestos sobre un soporte, siendo tres tipos los más frecuentes: los denominados de pie de puente o pie abierto, taquillón o pie cerrado y bufete o mesa. Unos y otros, no tenían por qué hacer juego con el escritorio y solo muy avanzado el siglo XVII, y en muebles muy ricos, aparecen haciendo juego.
Básicamente, y con pocas variantes, el escritorio español se compone de una caja rectangular de aproximadamente un metro de ancho por la mitad de alto. La parte frontal o fachada, también llamada muestra, se organiza generalmente en tres calles, ocupada la central por un cajón normalmente decorado a modo de portada arquitectónica, mientras que en las laterales están divididas por una serie de puertecillas y gavetas que se disponen con uniformidad. Suele aparecer cerrado por una tapa abatible que sirve de soporte para escribir. A pesar de responder a una estructura bastante rígida, las tipologías que surgieron desde el siglo XVI fueron muy variadas, aunque en esta ocasión nos vamos a limitar a analizar aquellos modelos más frecuentes que se conservan en las colecciones nacionales.
Los escritorios de taracea, técnica empleada en otros muchos muebles, tuvieron un amplio desarrollo en el siglo XVI, sobre todo los de temas geométricos de tradición mudéjar, muy imitada en el siglo XIX y XX, y los de motivos platerescos, que a finales de aquel siglo van ser sustituidos por otros de influencia europea con conceptos decorativos radicalmente distintos, empleando marqueterías de complejas composiciones. Los escritorios de taracea del siglo XVI, ya sean de un tipo u otro, tienen como característica común que la decoración se extiende por toda la superficie, con el empleo sistemático del boj, no siendo muy abundantes los ejemplos que se conservan.
Desde principios del siglo XVII va a tener una gran aceptación un nuevo tipo de marquetería difundida en los llamados escritorios de Alemania, aquellos de maderas claras con ricas incrustaciones de marquetería, que rápidamente se imitarían en toda Europa, conservándose ejemplares de gran belleza en Inglaterra y Francia. Como se ha señalado, los materiales utilizados son muy variados, desde todo tipo de maderas a metales, piedras, hueso, asta, carey, marfil, nácar, etc., por citar solo los de uso más común. Las técnicas empleadas son muy variadas, pero desde el Renacimiento la más frecuente fue la denominada de elemento por elemento, generalmente utilizada para motivos pictóricos, consistente en recortar las diferentes maderas eligiendo las vetas que mejor encajan con el dibujo preparatorio[13]. Durante el siglo XVII los temas son principalmente de motivos vegetales, figuras y algún que otro animal. La misma decoración se va a repetir en el siglo siguiente, si bien los roleos vegetales empleados tienen un mayor desarrollo, apareciendo en muchos de ellos el águila bicéfala como elemento ornamental y no simbólico.
Pero, sin lugar a dudas, el escritorio más frecuente en el siglo XVII es el de carácter arquitectónico, que aunque mantiene la estructura habitual, la compartimentación de los cajones se realiza en torno a uno central, de mayores proporciones, que se rematan con frontispicios o cartelas, similares a los utilizados en la retablística o la arquitectura del momento. Dentro de este apartado también cabría citar los denominados escritorios de Salamanca, aunque se hicieron también en otras ciudades, ricamente decorados con aplicaciones de hueso y dorado. Asimismo, los de influencia flamenca y napolitana, con aplicaciones de concha, bronce, ébano y marfil, tuvieron un amplio desarrollo en España y América. (Fig.9) En el siglo XVIII se siguen ejecutando los mismos modelos, pero se diversifican las estructuras, cuya principal característica es la decoración a base de pinturas, dorado y, los menos frecuentes, decorados con laca. Este tipo de decoración vistosa y exuberante, con un fuerte carácter popular en el siglo XVIII, pasará también a decorar armarios e incluso se empleará en el mobiliario litúrgico, como se aprecia en algunos retablos, cajoneras o confesionarios. Resumiendo, se puede afirmar que el escritorio se convirtió en una pieza enormemente popular y en eso radicó, básicamente, su éxito y propagación en innumerables versiones.
Fig. 9. Escritorio. Hacia 1660.
Las mesas y bufetes fueron piezas muy abundantes, aunque no se conservan en gran número, debido principalmente al deterioro por uso. Es frecuente que las mesas, se cubran con tapetes, siguiendo la moda flamenca. Su clasificación se puede hacer por el tamaño y por la decoración. Las más abundantes son las de patas torneadas, unidas entre sí por medio de chambranas o travesaños y fiadores metálicos, soportes en forma de tornapuntas de metal que se atornillan en el centro del tablero en su cara interna. Entre las mesas de gran tamaño, se popularizó en España un modelo de amplia repercusión. Fueron conocidas desde fines del siglo XIX, cuando habitualmente se imitaron, como mesas de refectorio o de San Antonio. Las más antiguas presentan patas abalaustradas que irán evolucionando, siendo muy abundantes las de patas de lira, de origen italiano, pero que popularizó el mueble español. También estas mesas de gran tamaño iban destinadas a los espacios religiosos y en concreto a las sacristías. Estas suelen ser de gran riqueza, muchas de ellas con ricas tallas realzadas por el dorado y con tapas de mármol. Pero el mueble de apoyo más frecuente fue el bufete, que se colocaba arrimado a la pared, desplazándose al centro de la estancia cuando era necesario. Durante el siglo XVII se caracterizan por la chambrana en hache, de origen holandés, la pata de lira y los fiadores en forma de S. Las mismas características se dan en el llamado bufetillo, bufete pequeño y bajo con cajones que se utilizaba en el estrado. La decoración de unos y otros es muy amplia, empleándose marquetería, ébano y marfil, plata y materiales de lo más variados, con frecuencia preciosos, a veces a juego con los escritorios. Muy demandados en España fueron los lacados de origen oriental, imitándose con otras técnicas pero siempre con una gran riqueza decorativa.
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