De procedencia civil es también el uso de la consola, que sustituyó a las credencias o mesas auxiliares del altar, soporte para tener a mano lo necesario para la celebración de los oficios divinos. La estructura es parecida a la de una mesa estrecha y plana por detrás, con el faldón y las patas muy movidas y, por regla general, sin cajones. Aunque es un mueble eminentemente civil, pronto pasó a los altares haciendo las veces de credencias o mesas auxiliares[11]. Piezas de gran riqueza, se caracterizan por la profusión de talla dorada, decoradas con ángeles, figuras antropomórficas y rocallas. En este tipo de muebles se suele usar la pata cabriolé, rematada en garras que apoyan sobre una bola. La zona más decorada es la del faldón, apareciendo a veces calado y profusamente decorado.
En ocasiones, el mobiliario ha sufrido transformaciones considerables, unas veces más afortunadas que otras. Algunas readaptaciones han llevado al equívoco, recomponiéndose piezas de distinta procedencia “con mucho gusto”. La puesta en valor de este patrimonio se hace imprescindible y puede llevarse a cabo desde el punto de vista patrimonial, con una exposición adecuada de los mismos. Este cometido debe tener varios frentes, como son la conservación, protección, gestión y difusión del patrimonio mueble a través de las administraciones locales y de la iglesia. Es por tanto el reto que se tienen que fijar estas instituciones para un mayor conocimiento de las mismas. En ocasiones, estas intervenciones se pueden limitar a pequeñas obras de mantenimiento de las piezas y dotar a los edificios de unas medidas mínimas de seguridad. Con ello se revalorizaría y mantendría su uso y el conocimiento de su patrimonio. Se hace necesaria, como primera e imprescindible medida, una exhaustiva labor de estudio y catalogación desarrollada por especialistas. No es el cometido de estas líneas destacar las ventajas de la realización de estos inventarios, pero es importante en el campo del mobiliario religioso que la metodología de catalogación de los bienes muebles se difunda para su apreciación, tanto para la comunidad científica como para el gran público, pues propician los objetivos marcados por la ley de Patrimonio Español, tanto nacional como autonómico, como son el disfrute de los bienes culturales y el acercamiento al ciudadano, así como su respeto, garantizando su conservación.
3.EL ESPACIO Y EL AJUAR DOMÉSTICO EN EL BARROCO ESPAÑOL
Para un acercamiento al espacio doméstico en la Edad Moderna es imprescindible el estudio de los inventarios de bienes y testamentos de la época. A través del conocimiento de los mismos se puede hacer una aproximación al modo de vida de la sociedad, que cambiará radicalmente en el paso del siglo XVII al XVIII. Es obvio advertir que el rango social es el que va a marcar la riqueza de los ajuares domésticos y también es cierto que los que han sobrevivido a los avatares del tiempo suelen ser precisamente los de las clases más privilegiadas. Durante el siglo XVII, el modo de amueblar la vivienda varió relativamente poco con respecto al siglo anterior y, como regla general, en las viviendas encontramos dos zonas claramente diferenciadas: los espacios públicos y los espacios privados, bien delimitados y con una función específica en la sociedad de la época. Los primeros tienen un carácter representativo, mientras que los otros quedan relegados a lo íntimo, como los lugares de descanso o de esparcimiento. El cambio más sustancial en el amueblamiento se produjo en los primeros años del siglo XVIII, cuando nuevas influencias y cambios de vida transformarían los interiores, primero en el entorno cortesano para, poco a poco, llegar a todas las viviendas.
El mobiliario del siglo XVII sigue sin apenas cambios con respecto al de la segunda mitad siglo XVI, fechas en las que adquiere unas características propias que se consolidan en el reinado de Felipe II, con un incremento del lujo en la corte. Si bien en esas fechas, la presencia de objetos suntuarios, incluido el mobiliario, va a ser en buena parte de origen extranjero (Alemania, Países Bajos, Italia e incluso los de procedencia oriental), también se produce un mobiliario nacional donde predominan las formas arquitectónicas y la decoración a base de talla en relieve y molduración. Asimismo, por estas fechas se produce un aumento del número de muebles en las viviendas y con ello una mayor diversificación tipológica que va a culminar en la segunda mitad el siglo XVII[12].
Desde el punto de vista estilístico, el mobiliario va a evolucionar muy lentamente, y apenas se aprecian diferencias entre los muebles de finales del siglo XVI y los de los primeros años del XVII, donde se evidencian las dos tendencias que predominaron en esos años. Por un lado se da la influencia del manierismo internacional, caracterizándose los muebles por una mayor carga ornamental, como se puede apreciar en el armario del archivo del ayuntamiento de Huesca, realizado en 1593 por Juan de Berroeta. La otra tendencia es la que va a marcar el mobiliario diseñado por Juan de Herrera para la biblioteca del monasterio de El Escorial, donde lo más característico va a ser precisamente la desornamentación, destacando las formas arquitectónicas y los registros geométricos. Esta última tendencia es la que va a primar en el primer cuarto del siglo XVII, coincidiendo con el reinado de Felipe III. En los muebles más ricos se van a utilizar maderas exóticas procedentes de América, predominando los muebles de maderas oscuras con embutidos, fileteados y con taraceas de maderas más claras combinadas con el uso de plata, hueso o marfil. No obstante, en el resto de muebles, la madera más empleada va a seguir siendo el nogal con aplicaciones y herrajes de hierro forjado. Hacia mediados de siglo, en el reinado de Felipe IV, el mueble va a adquirir una mayor carga ornamental que deriva de la arquitectura y de la escultura del momento, posiblemente porque con frecuencia eran obra de los mismos artífices. A pesar de las múltiples influencias extranjeras, principalmente de Amberes y Nápoles, el mueble en el período de los Austrias se va a caracterizar por un marcado sello español, de formas más movidas y una mayor carga decorativa a base de talla, que tiende a ocultar las estructuras bajo los abundantes motivos vegetales y los dorados. De las escasas tipologías que surgen a lo largo del siglo XVII cabe destacar la del escaparate o vitrina para guardar objetos de colección, así como la proliferación de espejos, moda importada desde Italia. (Fig. 6) Los primeros fueron muy abundantes a partir de 1650, con la misma decoración que los escritorios y, al igual que estos, suelen citarse conjuntamente con el bufete donde se apoyan. También se realizaron unos de menor tamaño, utilizados para exhibir imágenes de devoción, a veces de cera, como los que se conservan en el monasterio de la Encarnación de Madrid o en las Agustinas de Salamanca.
Fig. 6. Escaparate. Segunda mitad del siglo XVII.
La casa señorial del siglo XVII responde a unas características comunes en todo el territorio español. En ellas pervive el estrado, espacio singular de la Península Ibérica que pasará a América y que en ocasiones va a perdurar hasta bien entrado el siglo XVIII. El Diccionario de Autoridades define el estrado como “el lugar o sala cubierta por la alfombra y demás alhajas, donde se sientan las mujeres y reciben a las visitas”. El estrado hay que considerarlo como uno de los espacios principales de la vivienda y puede indistintamente ser una habitación destinada a ello o el acotamiento de un espacio delimitado por una tarima y biombos o mamparas dentro de una sala más amplia, donde además de la alfombra y los almohadones o cojines hay una serie de muebles como escritorios, bufetes, sillas bajas, taburetes, escaparates, braseros, etc. Tanto en uno como en otro caso, siempre es la zona más noble de la vivienda. (Fig.7) En líneas generales, los muebles de estrado conforman un ajuar doméstico bien definido que presenta muy pocas variaciones compositivas a lo largo de los años. El elemento que delimita este espacio es, como se ha dicho, la tarima de madera sobreelevada y cubierta de alfombras o esteras, según la estación del año. La pared que la circunda está forrada por los arrimaderos, que pueden ser de materiales muy variados. El resto lo componen los almohadones, sobre los que se sientan las damas, braseros y toda una serie de muebles que repiten en miniatura los modelos y tipologías del resto de la vivienda, utilizándose, para diferenciarlos en la documentación, el diminutivo, como escritorillos, bufetillos, así como muebles de asiento a menor escala.
Fig. 7. Estrado.