A pesar de estar en desuso, se conservan magníficos ejemplos barrocos de gran interés, destacando por su importancia el de algunas catedrales. Como se ha señalado anteriormente, en el primer tercio del siglo siguen el modelo escurialiense, como la sillería de San Pablo de Valladolid, hoy en la catedral, de maderas ricas pero totalmente desornamentada. Más decoración presentan las sillerías de la iglesia de San Pedro Martir de Toledo y la de la catedral de Lugo. La primera fue concertada en 1609 con el escultor Giraldo de Merlo, aunque probablemente la traza se deba a Monegro. Los tableros de la misma están decorados con relieves de santos dominicos. También decorada con magníficos relieves es la sillería de la catedral de Lugo, obra de Francisco de Moure, ejecutada a partir de 1621, que se puede considerar como una de las mejores sillerías españolas de la primera mitad del siglo XVII[4]. De dos órdenes de sillas ejecutados en madera de nogal, el inferior presenta respaldares con medallones, mientras que el superior presenta tableros con temas de santos. El conjunto se remata con adornos de tarjas y pirámides terminadas en bolas, de clara influencia herreriana. (Fig. 2)
Fig. 2. Sillería de coro. Detalle del panel de San Froilán. Catedral de Lugo.
En el ámbito gallego hay que señalar también la sillería de San Martín Pinario, en Santiago de Compostela, obra del escultor Mateo de Prado, comenzada en 1639. Para la sillería baja se eligieron temas de la vida de la Virgen, mientras que en el superior los tableros se decoran con figuras de santos y el friso presenta registros cuadrados con temas de la vida de san Benito. La ejecución se prolongó varios años y a ello se debe una mayor carga decorativa a base de cartelas, florones y ricas misericordias. Posteriormente, en 1673, el ensamblador Diego de Romay le añadiría la crestería que remata el conjunto[5].
En la segunda mitad del siglo XVII, la ornamentación se hizo cada vez más abundante, como se aprecia en la magnífica sillería de la catedral de Málaga. Aunque trazada en 1633 por Luis Ortiz de Vargas, su participación quedó limitada a la talla de algunos tableros y a la silla episcopal, decorada con un relieve de la Virgen con el Niño, donde se aprecia la influencia de Juan de Mesa. Tras la intervención de Vargas, la obra recayó en José Micael y Alfaro, quien realizó el Apostolado, pero tras su muerte la obra sufrió un parón hasta que se hizo cargo de la misma Pedro de Mena. El escultor granadino se encargó de ejecutar los cuarenta tableros que faltaban con temas de santos y los remates de la sillería. Todos los santos son de gran calidad, pero los dos apóstoles Lucas y Marcos, piezas de muestra previas a su contratación, son piezas excepcionales, con fuertes caracterizaciones y de una gran variedad de poses.
El siglo XVIII va a aportar un importante grupo de sillerías, repartidas por todo el ámbito peninsular. Así, en Galicia destacan las de la catedral de Tuy y la del monasterio de Celanova, en las que participó el escultor Francisco de Castro Canseco, quien intervino también en la ejecución, en 1693, de la sillería del monasterio de Sobrado de los Monjes, hoy desaparecida. En 1699 se establece en Tuy para realizar el importante encargo de la sillería de la catedral de esa ciudad. Con dos órdenes de sillas, la baja está dedicada a la vida de san Telmo, santo que preside también la silla central. En la sillería alta, los tableros representan a santos gallegos o vinculados con la diócesis de Tuy. Pero realmente donde el Barroco triunfa es en el coronamiento de la misma con un guardapolvo con relieves de la vida de la Virgen. Aunque el valor de la talla es discreto, el conjunto destaca por el valor iconográfico, hecho que se refleja igualmente en la del monasterio de Celanova, donde la sillería baja narra escenas de la vida de san Benito y san Rosendo. La sillería alta recoge los mismos temas iconográficos, pero el tratamiento de los relieves, con actitudes más movidas, parecen de autoría diferente.
En el ámbito castellano hay que destacar la sillería de la catedral de Salamanca, obra de Alberto de Churriguera, que servirá de modelo a otras muchas, destacando entre ellas la del monasterio de Guadalupe. Alberto de Churriguera sustituyó a su hermano Joaquín en la ejecución de la sillería desde 1725. Consta de sillería baja y alta, conservándose un diseño donde, a pesar de haber intervenido los dos hermanos, se aprecia una perfecta coherencia entre una mano y otra. Los sitiales están articulados por medio de estípites en la sillería alta, donde los tableros están decorados con figuras de santos de cuerpo entero, mientras que en la baja están decorados con relieves de medias figuras. El conjunto se remata con una potente cornisa, donde alternan figuras de ángeles y florones. Tanto en una como en otra intervinieron muchos discípulos de Churriguera. Entre estos cabe destacar a sus sobrinos Manuel y José de Larra y Churriguera. Este último fue el encargado de diseñar y ejecutar la sillería de monasterio de Guadalupe, con la obligación de concluirla en 1744 y en donde repite el modelo salmantino de Churriguera.
Un foco muy interesante es el de Andalucía, con un número considerable de sillerías de gran calidad artística, no solo las destinadas a las catedrales o importantes monasterios como el de la Cartuja de Sevilla, sino también en el de iglesias parroquiales de población media como la de la iglesia parroquial de San Juan de Marchena, donde interviene Jerónimo Balbás y Juan de Valencia[6]. Pero sin lugar a dudas, la más plenamente barroca es la de la catedral de Córdoba. En 1747 Pedro Duque Cornejo contrata los laterales de la sillería de la catedral y, cinco años más tarde, en 1752 el frente de la misma. La ejecución, obra de gran envergadura, contó con la colaboración de sus hijos José y Margarita[7]. Por su riqueza ornamental puede considerarse la sillería más suntuosa del siglo XVIII. Los relieves representan un amplio repertorio iconográfico, disponiéndose en los tableros de la sillería alta escenas del Nuevo Testamento y en otros más pequeños del Antiguo, mientras que en la baja se representan santos mártires cordobeses en figuras de cuerpo entero. Además de la calidad de estos temas destaca la rica ornamentación, que no deja resquicio sin cubrir, extendiéndose por brazos, cornisas, columnas, etc. Espectacular es también el frontal de la sillería, contratado como se señaló anteriormente en 1752, donde destacan las tres sillas presidenciales cobijadas por doseles, rematados por un relieve con la Asunción. (Fig. 3)
Fig. 3. Sillería de coro. Duque Cornejo. Catedral de Córdoba.
En relación con el coro hay un amplio mobiliario —facistoles, tintinábulos, atriles, cancelas, etc.— pero, entre los de carácter fijo, hay que citar las fachadas o cajas de órgano, obra de ebanistería tras la que se encierra el mecanismo del instrumento. Su estudio se puede abordar desde dos aspectos: el mecánico, como instrumento musical, y el artístico, en cuanto al mueble que lo contiene. Estos muebles, en el caso de las catedrales, suelen ir dispuestos a los lados de la sillería en la nave central, ofreciendo dos fachadas: hacia el interior de la nave central y hacia los laterales. Estas cajas de órgano, profusamente decoradas, conforman en su disposición verdaderas fachadas, comparables a retablos por sus dimensiones, estructurándose en varios cuerpos y calles, en donde se dispone la tubería, mientras que el teclado hace las veces de banco[8]. La música de órgano, introducida en la liturgia desde el siglo XI, va a tener su máximo desarrollo a partir del siglo XVI, cuando la mayor parte de las iglesias y monasterios de cierta importancia contarán con este instrumento como elemento indispensable de su ornato, al ocupar un amplio espacio en los paramentos de los templos, fundiéndose con la arquitectura. A pesar del papel tan importante que jugó en la configuración de los espacios en el interior de los templos, su estudio ha pasado casi desapercibido, rara vez descrito en inventarios y guías artísticas.
En muchas ocasiones, las cajas de los órganos eran diseñadas por los mismos artistas que habían intervenido en la ejecución de la sillería, como ocurrió en los realizados en el monasterio de Guadalupe, obra de Manuel Larra Churriguera, quien había participado con otros maestros en la construcción de la sillería[9]. Muchos son los órganos que se reparten por la geografía peninsular, aunque en distinto estado de conservación debido a los avatares socioeconómicos e históricos vividos durante la primera mitad del siglo