Al final de cuentas, a los ingleses efectivamente se les retiró el permiso de internación por real cédula de 11 de marzo de 1724, lo cual fue desde luego muy celebrado por los comerciantes de México. A partir de esa fecha los ingleses fueron obligados a residir exclusivamente en la ciudad portuaria de Veracruz, aunque claro, no todos lo cumplieron y más de uno encontró el modo de internarse y seguir circulando a sus anchas dentro de Nueva España22. En cambio, el número de flotistas gaditanos rezagados circulando por el interior del territorio novohispano fue en aumento.
También en el año de 1724 el comercio mexicano insistió en que se recibía un volumen excesivo de mercancías de Europa y una vez más pidió que se moderara su envío desde España. Fue por entonces que los mexicanos escribieron sobre la costumbre que venían practicando los españoles de un tiempo a esta parte y que estaba afectando profundamente al comercio mexicano23. Los cambios que se habían operado en la mecánica mercantil y naval al acortar el tiempo de estancia de las flotas en Veracruz y tratar de restringir las operaciones de compra y venta a una feria comercial fuera de la ciudad de México, provocaron que muchos de los encomenderos y factores españoles venidos en las flotas no vendieran sus cargazones y encomiendas de mercancías en el lugar y tiempo de la feria establecidos, sino que preferían ver zarpar a la flota de regreso a España y ellos quedarse en el virreinato para proseguir las ventas por su cuenta. Se trataba de los famosos rezagados, a los que ya nos hemos referido, que en cuanto podían dejaban el recinto de la feria y se internaban por el reino.
Esto alteraba completamente el orden tradicional. Primero la “forastería”, como llamaban a los comerciantes novohispanos de provincia, preferían comprarles directamente a ellos porque les ofrecían precios más bajos que los almaceneros de la ciudad de México. Esto traía como consecuencia que los almaceneros se quedaran con las mercancías estancadas sin poder venderlas. En segundo lugar, una vez dentro del virreinato, los factores españoles rezagados ampliaban sus negocios y comenzaban a invertir en la compra de mercancías traídas por el galeón de Manila a la feria de Acapulco y en operaciones de préstamo con interés, lo cual no dejaba de ser una gran audacia, pues los capitales que manejaban casi nunca eran suyos. Lo usual era que ellos fueran encomenderos o agentes de grandes mercaderes en España, los verdaderos propietarios de los capitales. Para colmo, y en tercer lugar, los factores españoles se compraban y vendían entre ellos mismos, sin que el comercio mexicano tuviera ninguna participación y, cada vez que llegaban a Veracruz nuevos barcos procedentes de España, eran los propios factores rezagados los primeros que acudían a comprar. El resultado de todo esto era que los almaceneros estaban siendo desplazados en su propio territorio, y por eso es que el comercio de México protestaba y advertía que estas maniobras traerían la ruina del reino: si ellos, los grandes comerciantes miembros del Consulado de México, carecían de dinero, no podrían pagar los réditos que debían a todos los monasterios, comunidades y demás obras pías de las que habían tomado préstamos (muchos para donar y prestar a la misma Corona), ni podrían seguir aviando o financiando a los mineros para que produjeran la plata, y de todo esto se seguiría que la Real Hacienda no podría cobrar impuestos ni sobre las transacciones, ni sobre la producción. La situación era, según el comercio mexicano, que el exceso de mercancías enviadas desde España en flotas y azogues y la costumbre que habían adquirido los flotistas de quedarse en este reino, los estaba estrangulando al dejarlos sin caudales. Por ello es por lo que suplicaban que se prohibiera a los factores españoles quedarse rezagados en el reino de una flota a otra y además pedían que el volumen de estas fuera mucho más moderado para que se hicieran “digeribles” y sus bodegas no quedaran “empachadas”, metáfora gástrica que usó varias veces el Consulado de México24 (Yuste, 1991, pp. 27-30).
Curiosamente, el mismo día en el que el Consulado de México firmaba la representación dirigida al rey protestando en contra de los abusos que cometían los factores españoles que se quedaban rezagados en el virreinato, el Consulado novohispano estaba firmando una carta dirigida al Consulado de Cádiz en la que le solicitaba su adhesión y apoyo para evitar que a los ingleses se les volviera a permitir que se internaran en Nueva España, pues los mexicanos estaban convencidos de que los británicos maniobrarían en la corte española para conseguir de nuevo el permiso de internación25 . Además, en la misma carta dirigida a los gaditanos, el Consulado de México volvía a pedir que no enviaran una nueva flota porque el reino estaba abarrotado de mercancías y no había modo de que se consumiera todo porque no había caudales para adquirir las mercancías, situación que empeoraría si además de una nueva flota, llegaba a Veracruz otro navío inglés, tal y como estaba pactado con el gobierno británico.
Otra de las causas que los mexicanos apuntaban para explicar el trastorno que estaba sufriendo la mecánica comercial de Nueva España era que se habían acortado mucho los tiempos de estancia de las flotas en las aguas veracruzanas, sin que por otra parte se hubieran hecho más eficientes las operaciones de carga, descarga y acarreo de las mercancías ni en España ni en el virreinato. Aunque se había establecido un calendario para que las flotas fueran y vinieran entre España y Nueva España, los barcos nunca salían de Cádiz a tiempo, pero se pretendía que en el tornaviaje sí zarparan de Veracruz en la fecha establecida en el reglamento sin hacer ninguna corrección en el calendario por la demora original al zarpar del puerto español. Pretender ajustar así el calendario obligaba a reducir mucho el tiempo dispuesto para hacer las operaciones de descarga en Veracruz, lo cual significaba alijar los barcos en San Juan de Ulúa y luego transportar los fardos en canoas hasta el muelle de la ciudad. A esto se debía sumar el agravante de que las flotas solían llegar a Veracruz en el verano, cuando estaban en apogeo los nortes, lo que complicaba enormemente todas las operaciones de alijo de los barcos por los vientos furiosos y las lluvias torrenciales. Si a esto se sumaba que la carga de los barcos solía ser excesiva, el resultado era catastrófico26.
A las dificultades cotidianas se sumaban las situaciones extraordinarias. En 1727, el 27 de marzo, España una vez más le declaró la guerra a la Gran Bretaña y de nueva cuenta se alteró el orden comercial dentro de todo el imperio español. Como parte de las represalias de guerra, el gobierno español ordenó a todos los ingleses que no tuvieran vecindad reconocida, que salieran inmediatamente de los territorios españoles. Además, se ordenó a las autoridades españolas que embargaran todos los bienes y efectos de los ingleses, lo que en Nueva España significó retener uno de los famosos navíos anuales ingleses de la Compañía Real de Inglaterra, el Prince Frederick, que había llegado a Veracruz junto con las naves Spotswood y Príncipe de Asturias en 1725.
Sorprendentemente, el 5 de abril de 1727, apenas unos días después de la declaración de guerra, se expidió una real orden que permitió de nueva cuenta que los ingleses de la Compañía se internaran en Nueva España, pero precisamente por la guerra y el embargo ese permiso quedó en suspenso. La guerra terminó en 1728 y a partir de entonces se inició un largo y tortuoso proceso de restitución de las propiedades inglesas que culminó al final del año de 1729. El 26 de enero de 1731 se envió al virrey Casafuerte una nueva cédula acerca de ese permiso de internación, a la que el virrey respondió que todos los ingleses estaban en su factoría en el puerto de Veracruz y que acaso solo habría uno en la ciudad de México, pero según el virrey de aquí no pasaría. No sería sino hasta 1732 que se permitió a los ingleses enviar a Veracruz un nuevo navío anual, el Royal Caroline, y con este permiso el rey de España les dio a los ingleses un nuevo permiso de internación, pues fueron autorizados a subir a Xalapa o adonde se celebrara la feria en cuanto llegara la flota española, para que allí vendieran sus mercancías libres de todos los derechos junto con las de la flota española que estaba por llegar: la del comandante Rodrigo de Torres.
Pero la paz entre España y Gran Bretaña no duraría mucho tiempo. La política del ministro José Patiño para abatir el contrabando inglés por medio de guardacostas avivó la animadversión entre ingleses