De todos los descalabros sufridos por la feria de flota, lo que más preocupó a los mexicanos fue que de los 72 cargadores españoles que vinieron en la flota de Chacón, 41 se quedaron rezagados en Nueva España y en julio de 1721 el virrey Valero les dio permiso de salir del pueblo de Xalapa para internarse por el virreinato16. Este hecho, que los comerciantes españoles venidos con la flota se quedaran en Nueva España y les dieran permiso para circular y negociar en el virreinato, sería una de las principales preocupaciones de los comerciantes mexicanos y tema recurrente en sus varias representaciones dirigidas a las autoridades. Dicho sencillamente, la permanencia de los flotistas en Nueva España y su infiltración en el interior del virreinato les planteaba a los mexicanos una competencia muy seria en su propio territorio.
Por otra parte, los comerciantes andaluces habían señalado que la razón por la que el mercado novohispano estaba saturado era por el comercio que los mexicanos realizaban con China a través de Manila, ante lo cual los comerciantes mexicanos emplearon en su defensa un argumento realmente muy interesante: decían que su comercio con Filipinas no era tan grave como el comercio extranjero que favorecían los andaluces y que llegaba a Nueva España “legalmente” dentro de las propias flotas españolas, refiriéndose a que la mayor parte de las mercancías cargadas en las flotas eran producidas en el extranjero, además de que debía considerarse la gran carga que los barcos traían fuera de registro, pues aunque en el primer caso la plata mexicana terminaba en China vía el galeón de Manila, esto no era tan grave porque China no estaba en guerra contra España, mientras que la plata que llegaba a Europa por la compra de las mercancías para cargar las flotas legal e ilegalmente fuera de registro, al final terminaba justo en manos de los grandes enemigos de España, es decir, Gran Bretaña y Holanda, países productores de buena parte de las manufacturas que vendían a consignación los flotistas (Pérez, 2004, p. 114).
La presencia extranjera no se limitaba al hecho de que la mayor parte de las mercancías importadas por España hubieran sido producidas en distintos países europeos, sino que los extranjeros mismos habían conseguido cada vez más vías de acceso legales a los territorios ultramarinos españoles. Se trataba de una presencia real de extranjeros dentro de las colonias españolas. Los ingleses ya tenían un pie puesto dentro de la ciudad portuaria de Veracruz gracias al monopolio de la venta de esclavos negros y el navío anual que les fueron cedidos por el Tratado del Asiento en 1713, a lo que se sumó después un privilegio extraordinario en 1721, pues lograron que les otorgara el permiso de internación para circular dentro de todo el virreinato de Nueva España17. Esto les abrió muchas y magníficas oportunidades para comerciar en el interior del reino y para entrar en contacto directo con los productores de plata y grana. El Consulado de México calificó este permiso dado a los ingleses de “novedad inaudita” y muy arriesgada, pues les permitía recorrer libremente el virreinato y tratar personalmente con la población novohispana, con lo cual oponían una severa competencia a los comerciantes mexicanos, pero además esa frecuencia de trato entre mexicanos e ingleses ponía en grave peligro la integridad de la sagrada religión católica del reino. Convencidos de que en este punto estarían de acuerdo los comerciantes gaditanos, los mexicanos les escribieron para solicitarles su apoyo para conseguir que se diera orden de prohibir a los ingleses adentrarse más allá de la ciudad y puerto de Veracruz porque decían: “si no se les atajan estos primeros pasos, que más parecen arrogancias en desprecio de nuestra nación, dentro de pocos años [serán nuestros] dueños despóticos”18.. Insistían en que debían buscar el modo de cortarles las alas para que no pudieran “remontarse tanto en nuestro hemisferio”19.
Lo que más preocupaba a los mexicanos es que los ingleses compraban la plata directamente a los mineros en los propios reales de minas. Esto no solo afectaba a los comerciantes mexicanos, sino a la propia Corona española, pues como era plata que no se presentaba ante las cajas reales para pagar impuestos —la llamada plata sin quintar o plata de diezmo—, los ingleses estaban afectando directamente a la Real Hacienda. El que los ingleses compraran personalmente la plata a los mineros tenía otras consecuencias. Al parecer, según decían los comerciantes mexicanos en sus representaciones, los mineros preferían comerciar con los ingleses y dejaban de pagar a sus aviadores, es decir, a quienes les habían prestado o adelantaban el dinero para pagar los costos de la producción: aviadores que generalmente eran comerciantes. Pero este no era el único riesgo. Metidos ya en el circuito de la plata, los ingleses ofrecieron otro servicio a los novohispanos: transportar sus caudales a Europa cobrando solo un interés del 8 % sobre el valor de la plata. Este metal también circulaba ilegalmente, pues no solo no era plata quintada, sino que su extracción del virreinato contravenía la prohibición expresa de que los mexicanos enviaran dinero a Europa para negociar por su cuenta y, para colmo, que el acarreo se realizara en los barcos ingleses, lo que también estaba expresamente prohibido en el Tratado del Asiento.
Los mismos agravios y explicaciones se repetirían varios años después20 cuando se hizo un recuento de lo que había provocado la presencia de los ingleses. Explicaba que efectivamente existió un intenso comercio de las platas de diezmo —la plata que circulaba antes de haber pagado los derechos reales, el diezmo y el señoreaje—. En general, se trataba de los metales que procedían de los reales cercanos a la ciudad y que se introducían a la capital con la idea de presentarlos en la caja de México, pero en el camino algún comerciante los compraba con descuento pagando 7 pesos 5 reales 10 granos, en lugar de lo que valía ya quintada: 8 pesos 5 reales 10 granos. El minero ganaba obteniendo su dinero de manera inmediata y no parecía una operación ilegal si se consideraba que ese comerciante o el último que adquiriese el metal tendría que pagar los derechos para poder reducirla a vajilla o a moneda, que eran los únicos expendios que tenía la plata en Nueva España. El peligro de defraudación a la Real Hacienda surgía si eran extranjeros los que adquirían el metal, como fue muy frecuente mientras los ingleses estuvieron en el virreinato. A ellos les daba igual que la plata fuera quintada o no, pues la apreciaban por su ley y bondad intrínsecas, así que les venían muy bien estas platas de diezmo porque les costaban mucho menos. Según el Consulado de México, esta fue precisamente una de las causas por las que se prohibió a los ingleses internarse e ir de una provincia a otra y se les ordenó permanecer exclusivamente en el puerto y ciudad de Veracruz. Ahora bien, los ingleses no fueron los únicos que comerciaron con plata ilegal: también lo hicieron los flotistas gaditanos rezagados en Nueva España. Si ellos se llevaban la plata sin quintar a los reinos y dominios de su majestad católica no era tan grave, pues al cabo del tiempo terminaban pagando los impuestos, pero se corría el riesgo de que, ya en España, los españoles la enviasen al exterior, pues allí tenían muchos más medios para sacar la plata hacia reinos extranjeros con los que estaban en comunicación permanente. Según el Consulado de México, además, existían sospechas bien fundadas acerca de que la mayor parte de los caudales que manejaban los factores españoles residentes en Nueva España, es decir, los flotistas rezagados, eran en su mayor parte caudales que realmente pertenecían a extranjeros que solicitaban que se los remitieran a Europa