En otro ejemplo interesante, Banerjee y Duflo brindan información empírica que sugiere que no es cierto que haya una trampa nutricional que mantiene a los pobres desnutridos y débiles y, por ende, incapaces de trabajar, lo cual se traduce en no poder ganar suficiente dinero para resolver el problema nutricional (ibid., 19). La solución asumida para esta trampa es incrementar los ingresos de los grupos familiares pobres. La investigación muestra que cuando los pobres reciben ingresos adicionales, el dinero extra se gasta en festivales, televisión, emergencias médicas, alcohol, tabaco y alimentos más sabrosos pero no más nutritivos. Parece ser que “la necesidad humana básica de una vida placentera puede explicar por qué el gasto en comida está ‘disminuyendo’ en muchos hogares pobres” (ibid., 37). Para no criticar a los pobres por esas malas decisiones, nos recuerdan que nosotros en Occidente, a menudo tomamos decisiones inesperadas y aparentemente irracionales cuando llega el momento de gastar nuestro dinero en alimentos y otras cosas. “Nuestras opciones de gasto no son siempre consistentes con lo que sabemos es mejor para nosotros, ¿por qué esperamos que los pobres sean diferentes?” (ibid., 68).
Debido a este comportamiento impredecible de parte de la mayoría de humanos en términos de qué es mejor para su futuro y tomando en cuenta el hecho de que existe un límite sustancial de lo que un extranjero puede saber sobre un contexto específico, Banerjee y Duflo nos instan a evitar diagnósticos simplistas y sus correspondientes programas de desarrollo de respuestas únicas. En su lugar, ellos han adaptado la idea de ensayos de control aleatorios —un enfoque muy comúnmente utilizado para probar nuevos fármacos—y lo han aplicado para desarrollo de planes de programa. Por ejemplo, en un área de la India con tasas de inmunización muy bajas a pesar de que existe inmunización gratuita en los puestos de salud del gobierno, los pueblos de la zona se dividieron en tres grupos. El primer grupo comprendía pueblos que no recibían intervención de programa; eran el grupo de control. El segundo grupo de pueblos se convirtió en el sitio de una feria mensual de saluden donde trabajadores de salud del gobierno dieron inmunizaciones gratuitas.El tercer grupo de pueblos también fue visitado por la feria mensual de salud, pero, además, a las madres se les daba un kilogramo de dal (frijoles) y un juego de platos de metal cuando los niños completaban su serie de inmunizaciones. Con base en los resultados empíricos, la tercera opción resultó ser la más efectiva. Este es un ejemplo de aprender el camino al futuro —algo de lo que hablaremos en los capítulos ochoy nueve—y que hace eco de la preocupación de Easterly por la importancia de un monitoreo y evaluación basados en la evidencia.
Banerjee y Duflo concluyen con una advertencia que es una corrección útil para muchas de las teorías que exploramos en este libro:
Si resistimos el tipo de pensamiento perezoso y formulista que reduce cada problema al mismo conjunto de principios generales; si escuchamos a los pobres y nos forzamos a entender la lógica de sus decisiones; si aceptamos la posibilidad del error y supeditamos cada idea, incluyendo las aparentemente de mayor sentido común, a una evaluación empírica rigurosa, entonces estaremos listos no solo para construir una caja de herramientas de políticas efectivas, sino también para entender mejor por qué los pobres viven de la manera que lo hacen (2011: 272).
Lawrence Harrison — La cultura importa
Con la necesaria y apropiada desestimación de la versión original de la teoría de modernización y su tesis de que las culturas tradicionales son culturas de pobreza, mientras que las culturas occidentales modernas no lo son, se volvió inapropiado discutir de cultura y desarrollo por un buen tiempo. Harrison, ex director de la oficina de USAID y ahora director del Instituto Culture Change de la Escuela Fletcher de la Universidad de Tufts, resucitó la idea de que cultura y pobreza pueden tener conexiones que se deben tomar en serio. Su principal trabajo, Underdevelopment Is a State of Mind (El subdesarrollo es un estado mental, 1985), usó estudios de caso de América Latina para respaldar su afirmación de que la cultura ha sido un obstáculo para el desarrollo económico de la región.
En un volumen editado del simposio “Valores Culturales y Progreso Humano” de la Universidad de Harvard, de 1999, la pregunta de la cultura y el desarrollo se planteó de esta manera: “Si la cultura es importante y las personas han estudiado cultura por un siglo o más, entonces, ¿por qué no tenemos teorías bien desarrolladas, lineamientos prácticos y vínculos profesionales cerrados entre quienes estudian cultura y quienes hacen y manejan políticas de desarrollo?” (Harrison y Huntington, 2000:xvi). Mientras la idea de conectar la cultura y la pobreza aún pone muy nerviosas a algunas personas, esta pregunta es importante. Dejando por un momento de lado los puntos de vista particulares de Harrison sobre cultura y desarrollo, la idea de que la antropología pueda tener una contribución que hacer a la teoría y práctica de desarrollo es buena, aunque los antropólogos necesitaron de mucha motivación desde su propia disciplina para volver a comprometerse con el desarrollo (Para un resumen útil, véase Sillitoe, 1998).
La primera tesis de Harrison es que los valores y prácticas culturales pueden ayudar o entorpecer el desarrollo económico y por lo tanto necesitan ser parte de los análisis sociales antes de que se diseñen los programas de desarrollo. Él tiene razónen esto y veremos más acerca de cómo la antropología ha participado y mejorado metodologías de desarrollo participativas en el capítulo ocho.
La segunda tesis de Harrison causa más controversia. Se basa en su conclusión de que el desarrollo económico de los últimos cincuenta años es geográficamente desigual y que la cultura brinda una parte importante de la explicación de dos formas. Primero, considera que “la sociedad que es más exitosa ayudando a su gente —toda su gente—se da cuenta de su potencial creativo y es la sociedad que va a progresar más rápido”(Harrison, 1985:2). Haciendo eco de McCloskey, esto significa que esos valores culturales que motivan a las personas a ser creativas y productivas,que recompensan el mérito, la toma de riesgos, el ahorro y que promueven confianza y transparencia tienden a apoyar el crecimiento económico. Culturas y valores que limitan alguno o todos estos simplemente apoyan menos el crecimiento económico.
Segundo, Harrison argumenta que estos mismos valores culturales tienen,para bien y para mal, una profunda influencia en la efectividad de las instituciones sociales, y particularmente de las económicas (Harrison, 1985:2-3). Douglass North hizo un convincente caso sobre la importancia de dichas instituciones en cuando a su contribución al crecimiento económico de Occidente (North, 2005).
La conversación contemporánea sobre pobreza y cultura tiene varias debilidades. Primero, la idea de que las personas viven dentro de un único marco cultural no es cierta. Todos vivimos y nos movemos dentro de un conjunto complejo y fluido de realidades culturales y subculturales. Segundo, los valores modernos no se encuentran exclusivamente en extranjeros, con los valores tradicionales expresados únicamente entre los locales. Por ende, la conversación se complica y se confunde en el mundo real.
Más importante, si bien la nueva conversación reafirma que el cambio cultural debe venir desde adentro y no desde afuera, la conversación de cultura y desarrollo ignora ingenuamente qué tan poco entendemos realmente en cuanto a cómo cambian las culturas en realidad. No hay acuerdo sobre si el crecimiento económico cambia los valores culturales