Si bien el modelo de Thirlwall permitió un mayor nivel de formalización de las restricciones al crecimiento dadas por el balance de pagos[1] –de modo que facilitó su aplicación a casos diversos–, cabe destacar dos cuestiones trascendentales que ese modelo ignora. Por un lado, en el enfoque simple de Thirwall el tipo de cambio real no tiene efectos en el largo plazo; sin embargo, este es un factor determinante en economías subdesarrolladas, ya que expresa las condiciones de su inserción en el mercado mundial dado su bajo nivel de desarrollo tecnológico (Astarita, 2010). Pero, más importante aún, este tipo de formalizaciones en modelos abstractos opaca la dinámica social detrás del fenómeno económico, es decir, el papel que cumplen las distintas clases sociales y fracciones de clase, elemento nodal en un análisis de economía política.
Contemplar estas variables es fundamental para comprender, por ejemplo, las diferentes formas en las que se abordó la escasez de divisas durante el último gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y el de Mauricio Macri. En este sentido, la incidencia que tuvieron los distintos componentes del balance de pagos en ambos períodos puede vincularse con las distintas fracciones de clase sobre las que se buscó sustentar el proceso de acumulación de capital en cada caso. Adelantemos una hipótesis al respecto: la respuesta del gobierno de Cambiemos a la situación de virtual estancamiento en la que se encontraba la economía argentina desde 2012 fue restablecer el predomino de la lógica financiera priorizando los intereses del capital financiero internacional en primer lugar y de la burguesía agroexportadora en segundo término.[2] Sin embargo, el resultado de este proyecto no dio lugar a sorpresas: el nuevo “experimento” neoliberal no solo no logró superar la situación de estancamiento, sino que terminó generando una profunda crisis económica y social.
Para poder comprender el freno que mostró la actividad económica durante el último gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015) y la crisis iniciada con el gobierno de Macri es preciso identificar las condiciones estructurales que llevan a la escasez de divisas en la economía argentina. Como se señaló, no se trata de un fenómeno nuevo, sino que ha estado presente desde el inicio del proceso de industrialización sustitutiva en la década de 1930. Sin embargo, las causas de la restricción externa no se han mantenido inmutables a lo largo del tiempo, sino que han variado cualitativamente, es decir, en cuanto a algunos de los elementos que la explican, sobre todo a partir de la creciente desregulación de los movimientos de capitales que ha tenido lugar desde la segunda mitad de los años setenta del siglo XX.
Del stop and go al go and crash
En la Argentina los primeros “cuellos de botella” en el sector externo que impulsaron una dinámica de ciclos cortos de crecimiento y recesión (stop and go) se dieron tras el inicio del proceso de industrialización por sustitución de importaciones en la década de 1930. El hecho que lo explica es que el crecimiento extensivo y –sobre todo– intensivo de la industria dependía de la importación de bienes de capital e insumos intermedios, pero las divisas necesarias para financiar dichos requerimientos provenían de las exportaciones del sector agropecuario, cuya oferta, en especial la agrícola, se encontraba virtualmente estancada[3].
En 1958 el gobierno desarrollista de Frondizi sancionó una ley que favoreció el ingreso de capitales bajo la modalidad de inversión extranjera directa (IED), lo cual permitió profundizar el proceso sustitutivo y, en paralelo, actuar como un alivio transitorio en el sector externo. Sin embargo, la posterior remisión de utilidades al exterior y los pagos de intereses y regalías efectuados por los capitales extranjeros radicados en el país generaron nuevas tensiones sobre el balance de pagos (Ferrer, 1998). Asimismo, las actividades desarrolladas por las empresas multinacionales, si bien fueron sustitutivas, al diversificar la estructura productiva y ser capital intensivas en su mayoría finalmente generaron nuevas necesidades de importación (Fajnzylber, 1983; Mallon y Sourrouille, 1973).[4]
Basualdo (2006) afirma que, aunque la dinámica cíclica de corto plazo se mantuvo a lo largo de todo el período de la segunda sustitución de importaciones, en los últimos años de esa etapa (1964-1974) la maduración de las inversiones hechas durante el desarrollismo había permitido morigerar parcialmente esa dinámica. De esa forma, las declinaciones en la balanza comercial fueron menores y, en lugar de inducir a una contracción absoluta del producto, derivaban en una ralentización del ritmo de crecimiento. Incluso, se destaca una creciente importancia –aunque aún minoritaria– de las exportaciones de origen industrial, la mayor parte destinadas a países latinoamericanos, favorecidas por ciertos acuerdos comerciales.[5]
En el marco de los importantes cambios que comenzaba a registrar la economía mundial en la década de 1970 (Arceo, 2005; Chesnais, 2009), la política económica implementada por la última dictadura cívico-militar –un plan económico neoliberal basado en la apertura de la economía y la desregulación de los mercados– supuso un quiebre decisivo con la lógica sustitutiva (Azpiazu, Basualdo, y Khavisse, 1986; Canitrot, 1983; Ferrer, 1989). A partir de allí los problemas en el sector externo exhibieron un cambio cualitativo: el endeudamiento externo y la fuga de capitales pasaron a desempeñar un papel central. Si bien en el corto plazo el endeudamiento externo permitió postergar transitoriamente el momento de quiebre del ciclo al desligar en parte el nivel de actividad del resultado comercial, las amortizaciones de capital y la creciente carga de intereses, así como la fuga de capitales locales al exterior –corolario de la “valorización financiera”–, profundizaron los problemas en la balanza de pagos. De este modo, la liberalización financiera y el masivo endeudamiento externo no solo no contribuyeron a resolver la debilidad externa, sino que la agravaron y dieron lugar a crisis más profundas y prolongadas. Es por ello que algunos autores afirman que se pasó de un modelo de stop and go a uno de go and crash (Schvarzer y Tavosnaska, 2008).
Con sus vaivenes, estos elementos distintivos del “modelo de valorización financiera” se afianzarían en el transcurso del primer gobierno de la recuperación democrática (1983-1989) y bajo el régimen de convertibilidad (1991-2001), y sus impactos sobre el sector externo se potenciarían por la concurrencia de otros factores, entre los que sobresalen la reestructuración regresiva de la industria y la extranjerización creciente de la economía (Azpiazu y Schorr, 2010; Damill, 2000; Kulfas, 2001; Wainer, 2011). De esta manera, la dinámica financiera pasó a ser un elemento central en el balance de pagos, tal como lo atestiguan la crisis de 1981, la hiperinflación de 1989 y la crisis de la convertibilidad en 2001 (Basualdo, 2006; Cantamutto y Wainer, 2013).
No es casual que la superación de la crisis de la convertibilidad se diera en buena medida a partir de una desconexión con el capital financiero, lo que quebró ciertos aspectos de la lógica prevaleciente durante la etapa de “valorización financiera”. Las medidas tomadas tanto por el gobierno provisional de Eduardo Duhalde (2002-2003) como durante la gestión de Néstor Kirchner (2003-2007) priorizaron los intereses del capital productivo, en especial de la industria manufacturera, y pusieron en primer plano a la “economía real”[6]. Sin embargo, como se verá a continuación, el largo ciclo de crecimiento iniciado en 2003 fue interrumpido nuevamente por dificultades en el sector externo.
El regreso de la “economía real” bajo el kirchnerismo (2002-2015)
Tras la crisis de la convertibilidad se inició una nueva etapa de alto crecimiento económico que, si bien fue extensa, no pudo ser sostenida ante la irrupción de nuevas dificultades en el sector externo (gráfico 1.1). A diferencia de otras fases ascendentes que experimentó la economía argentina desde la instauración del modelo de “valorización financiera” en 1976, esta se basó sobre todo en el comportamiento del sector productivo. Al respecto, cabe recordar que la ruptura de la convertibilidad implicó el