La Super Bowl III fue mucho más que un encuentro de fútbol. De hecho, significó un punto de inflexión en la historia de este deporte. Lombardi con los Packers había ganado los dos primeros entorchados, confirmando en el césped que la National Football League era la más poderosa. Incluso en la primera Super Bowl pueden verse en las gradas del Coliseo de Los Angeles un buen número de butacas vacías, ya que a juicio de la afición de la época la verdadera final había sido el encuentro entre Cowboys y Packers. Al año siguiente, aunque diezmados por el dantesco Ice Bowl, los Packers aterrizaron en Miami y se comieron a los Raiders. En ese momento había todavía muchísima gente que asumía como insalvable la inferioridad de las franquicias de la American Football League22. El oneroso contrato de Namath había sacudido el escenario en los despachos, pero los Jets necesitaban un triunfo que probase al mundo su fortaleza deportiva y, por extensión, la de la AFL.
Miami albergaba por segunda vez consecutiva el encuentro en el que el campeón de la AFL desafiaba al ganador de la NFL. El representante de la liga más poderosa serían esta vez los Colts de Baltimore, grandes favoritos según las casas de apuestas. El entrenador del conjunto de Maryland era Don Shula, un hombre que pocos años después escribiría su propia leyenda en ese mismo estadio. Shula había sido pupilo de Ewbank, entrenador de los Jets, por lo que la afición tenía ante sí no solo un partidazo de fútbol sino una partida de ajedrez entre viejos conocidos. Para darle más morbo al partido, Johnny Unitas, ídolo de infancia de Broadway Joe, era la estrella de los Colts, aunque todavía no había debutado en aquella temporada debido a una grave lesión. Unitas estaba ya recuperado, pero Shula decidió que Earl Morrall, el eterno suplente de Unitas, que ese año había rayado a muy buen nivel, saliese de titular.
Los Colts aterrizaron en Miami habiendo ganado once partidos de doce, derrotando a sus contrincantes con un promedio de 18 puntos de ventaja. Una auténtica barbaridad, una marca quizás inigualable. Tex Maul, la pluma más prestigiosa de Sports Illustrated, había pronosticado un exacerbado ¡43-0! La mayoría de los aficionados creía estar asistiendo a una ejecución pública, y así parecía que iba a ser después de que en la primera posesión los Jets no superaran las 40 yardas en su propio terreno. Los Colts empezaron su ataque con una carrera del tight end Jon Mackey. En la segunda jugada consiguieron otra carrera y el primer down. Los vaticinios de los expertos parecían confirmarse. Morrall empezó a buscar profundidad y encontró una plástica recepción de Tom Mitchell. Pero en la siguiente jugada el quarterback acabó lanzando un pase horrendo, sometido a la tremenda presión de los Jets. Los de Baltimore no obtuvieron nada en el tercer down y tuvieron que patear para intentar estrenar su casillero. El disparo, sin embargo, se fue ligeramente a la derecha. Los Jets habían aguantado la primera embestida de los Colts.
Namath empezó a mover la pelota con su estilo imaginativo. En un primer down Joe intentó conectar con su socio Maynard con un cohete que cayó ligeramente por delante de los brazos del número 13. El grito de exceptación del Orange Bowl mientras los aficionados acompañaban la trayectoria de la pelota fue una clara prueba de amor hacia Namath. El drive no regaló más emociones, pero quedaría como un aviso de lo que podía ocurrir.
Los Colts estaban nerviosos, no lograban mover el ovoide con continuidad e intentaron buscar el juego largo. La defensa de los Jets se mantuvo seria y ordenada, no dejó huecos y siguió intimidando al campeón de la NFL. En la tercera posesión, los Jets arrancaron desde una posición peligrosa en sus propias 4 yardas. Namath conectó con George Sauer, que atrapó el balón, pero fue sorprendido por el placaje de Ron Porter. De pronto, lo que hubiese sido primer down de los Jets se transformó en fumble y en una posesión para los Colts a 12 yardas de la end zone. Aquello era una prueba de fuego para la defensa de los de verde y blanco, que no defraudó: aguantaron dos juegos de carreras y luego propiciaron su primer turnover. Los Colts se habían acercado en dos ocasiones a la zona roja, las últimas 20 yardas del rival, pero no habían conseguido ningún punto. Aquello empezaba a ser de todo menos una buena señal para los pupilos de Don Shula.
En el siguiente ataque los Jets intentaron jugar por tierra. Los de Queens eligieron cuatro carreras seguidas para Matt Snell, algo impensable en el fútbol moderno. Namath casi encajó una intercepción en el siguiente intento, pero lejos de asustarse, en un tercer down y 4 desde la yarda 48, lanzó una flecha que llegó directa al destino: George Sauer voló hacia el cielo y atrapó el anhelado ovoide. En la siguiente jugada Namath siguió apostando por Sauer con un pase rápido que no fue atajado por los pelos por la defensa de Shula y que acabó entre las manos magnéticas de Sauer. A continuación, Namath encontró a Snell por arriba. Los Jets estaban a solo 9 yardas del touchdown. Snell siguió paulatinamente ganando terreno. ¿Quién sino él para rematar ese legendario drive? Esta vez hacia la izquierda, el portentoso fullback sorteó el desesperado intento de los Colts y marcó los primeros puntos de la tarde.
Aunque faltaba muchísimo tiempo, los Colts parecían noqueados, víctimas de una gran defensa y un Namath inspiradísimo. Sin embargo, a pesar de que Namath olió sangre, los Jets no pudieron aumentar la ventaja y la primera mitad se cerró con un resonante por impensable 7-0 para los neoyorquinos. Los Colts remaban vigorosamente hacia el abismo.
En los primeros minutos de la segunda mitad, los Colts lograron tumbar a Namath, pero no pudieron evitar la patada que ponía a los Jets 10-0 arriba. Ahora había dos posesiones de diferencia. Don Shula se exasperó y ordenó a Johnny Unitas calentar, pero Morrall siguió en el campo para guiar otro ataque que no puso en aprieto a los Jets. Namath por su lado siguió pincelando pases cortos que permitían a los suyos avanzar paulatinamente. El reloj seguía corriendo y, tras otra exitosa patada, los Jets colocaron un inesperado 13-0 a su favor.
Ni siquiera la entrada de Johnny Unitas dio la vuelta a la tortilla. El primer drive del exjugador de la Universidad de Alabama acabó con un punt, una patada de despeje. Namath, imperturbable, se ajustó la corbata. Con los suyos en territorio propio consiguió un fundamental primer down con un pase rápido que atrapó Sauer. En la siguiente jugada completó el envío más largo de la tarde, gracias a la espectacular recepción del mismo Sauer, su diana favorita aquel día. El reloj seguía corriendo y se agotó el tercer cuarto: los Colts estaban ahora sí contra las cuerdas.
Y a todo esto, ¿dónde estaba Maynard? El receptor texano estaba tocado físicamente y Joe intentó solo un pase hacia él, aquel espectacular pero incompleto lanzamiento en el segundo drive. Leyendo a la perfección el tablero, Namath siguió explotando los dobles marcajes que sufría su amigo para ir alimentando a los demás receptores, que gozaban de más espacio. Los Jets acabaron el drive con otra certera patada. La defensa de Baltimore aguantó estoicamente para mantener el partido vivo, pero el ataque hubiese tenido que obrar un milagro —o varios— para darle la vuelta al 16-0 que ya campaba en el marcador.
Unitas intentó nuevamente un pase en profundidad, pero su lanzamiento, fútil y perezoso, acabó en manos de Randy Beverly, que se anticipó al receptor. La lúgubre cara de Shula describía perfectamente su estado de ánimo. El desastre de los Colts era una realidad. Los siguientes diez minutos del último cuarto sirvieron únicamente para maquillar el electrónico. Se consumaba la sorpresa más grande de la historia del fútbol americano: los Jets vencían a los grandes favoritos de forma clara (16-7), y Namath era elegido mejor jugador del encuentro.
Joe estaba en la gloria y, tras volver a Manhattan, no se le ocurrió otra cosa que abrir su propio club, al que llamó Bachelors III. Los tres solteros al que hacía referencia el nombre eran el cantante Bobby Van, su compañero de equipo Tony Abbruzzese y él mismo. El éxito del local de Lexington Avenue fue fulgurante. Todo el mundo quería ver y ser visto en el nuevo club de moda de Manhattan. Deportistas, políticos, actores, actrices y músicos de todas las variedades se convirtieron en asiduos, pero el Bachelors III también sedujo a no pocos mafiosos de la ciudad. El comisionado de la liga, Pete Rozelle, no vio con buenos ojos