No hay calma para el alma: seguidores y jugadores deben mantener el aliento, cruzar dedos, poner velas, rezar, implorar a sus tótems para que el joven O’Brien acierte la patada esta vez. A pesar de estar bajo una enorme presión, O’Brien realiza un disparo suave a media altura que pone el 13-13 en el marcador. Se acerca el momento de la verdad.
Cada equipo desperdicia un par de posesiones y son los Vaqueros los que tienen la pelota a falta de dos minutos. Arrancan desde una excelente posición, yarda 48 en terreno de Colts, pero no logran sacar rédito en su primera embestida. En el segundo intento cometen un error al forzar un holding ofensivo por la que son penalizados con muchas yardas. En un segundo y 35, Morton lanza para Dan Reeves, pero el ovoide se le escapa y acaba a manos del Colt Mike Curtis, unos de los veteranos más obsesionados con el resarcimiento tras el fiasco de la Super Bowl III. Curtis, todo corazón, corre sin contemplaciones por 13 yardas hasta la 28 de Cowboys. Los Colts toman el asunto por la pechera y logran engullir más centímetros hasta detener el reloj a falta de nueve segundos para el final del encuentro.
Ironías y equilibrios del deporte, en una Super Bowl que reúne a diez futuros Hall of Famers, la jugada más importante la protagonizará un tipo no especialmente talentoso. El pateador de los Colts acaricia el césped, se levanta y se prepara para la jugada clave realizando sus rutinarios movimientos con los brazos. Tiene que aislarse del mundo tanto como pueda, también del suyo interior, y poner el maldito ovoide entre los palos y por encima del poste. Como ya ha hecho unos minutos antes. Como no consiguió hacer al principio del partido.
En la banda John Constantine Unitas no sabe qué hacer ni hacia dónde mirar. Toda su carrera se le pasa por la mente a gran velocidad. Todas las vicisitudes, éxitos y fracasos, le han llevado hasta aquí, hasta esta tarde de enero en Miami. Sabe que debería haber un anillo reservado para él, que su talento lo merece, pero en el deporte a menudo el talento y el sacrificio no son suficientes. Los compañeros juegan un papel fundamental y en este momento no hay nadie más importante en la carrera de Unitas que Jim O’Brien. Todo está en las manos, o mejor dicho en el pie derecho, del pateador de El Paso, Texas.
El snap es bueno, la patada fuerte, el balón se eleva, la grada aguanta la respiración. Ese fondo del recinto está rodeado de palmeras altísimas que parecen estirarse aún más para ver lo que ocurre dentro del Orange Bowl. La imagen es bellísima. Los jugadores de los Colts miran el balón, los de los Cowboys, girados tras el intento de bloqueo, hacen lo propio. Ya no queda nadie sentado en todo el estadio. El balón se decanta ligeramente hacia la derecha, por momentos parece que puede irse fuera, pero acaba… ¡dentro! Los Colts estallan de júbilo. Enloquecen, corren hacia todas direcciones. Abrazan al fin los Baltimore Colts su primera Super Bowl bajo un sol de justicia tras un partido enloquecido, increíblemente tenso, plagado de errores forzados por las defensas, contundentes e intimidantes ambas. Johnny Unitas tiene al fin su anhelado y merecido anillo.
Los Colts no lograrán disputar otra Super Bowl para la ciudad de Baltimore, aunque sí lo conseguirán como franquicia tras recalar en Indianapolis, un movimiento que causó un profundo disgusto a Unitas, que deseaba más que nadie mantener a los Colts en la ciudad de la cual era el rey. De hecho, fue uno de los que más luchó en los años siguientes para que el fútbol profesional volviera a la ciudad. Lo logró finalmente en 1996 con la fundación y establecimiento de los Baltimore Ravens. Antes de fallecer en 2002, con 69 años de edad, tuvo Johnny Unitas ocasión de saborear el triunfo de sus Ravens en la Super Bowl XXXV, en batida contra los New York Giants. La estatua de Johnny Unitas, un jugador que salió de la nada para convertirse en emblema de toda una ciudad y de toda una generación de aficionados al deporte, gobierna hoy la plaza que se abre ante el nuevo MTA Stadium, hogar en el que los Cuervos disputan sus partidos como locales.
Física y mentalmente tocados tras aquella derrota, los Dallas Cowboys supieron perseverar al más puro estilo texano y al año siguiente, temporada de 1971, lograrían su primer entorchado tras conquistar la Super Bowl VI36 ante los Miami Dolphins.
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