Empezó temprano a ejercer como entrenador: en Saint Cecilia (1939-1946) primero y en Fordham después. En 1948 fue contratado por el legendario Earl Blaik, «el Coronel Rojo», entrenador jefe de West Point. Bajo su ala castrense, Lombardi aprendió el significado de la verdadera disciplina militar. Esta experiencia tendría una clara influencia en su credo: no es necesario inventar cosas nuevas, sino ejecutar las existentes de manera impecable. En 1954, tras cinco temporadas en West Point y con 41 años de edad, Vince Lombardi fue contratado por los New York Giants de la NFL como coordinador ofensivo. Como miembro de los Giants (1954-58), Lombardi contribuyó a una época dorada del equipo y quiere el destino que quien fuese compañero de éxitos durante parte de aquel periodo, Tom Landry, entonces coordinador defensivo, sea este gélido 31 de diciembre de 1967 el entrenador jefe rival.
Lombardi levanta la vista hacia el terrible cielo ártico, más allá del estadio, más allá del aire, más allá del pasado. Los que conocen las zonas septentrionales saben que el frío extremo no permite la nieve, que a menudo llega con cielos soleados. Lombardi suspira. Las gradas del Lambeau Field se alzan nítidas como un coliseo fuera del tiempo. De todos los aficionados congregados este mediodía hoy aquí, hay uno que nunca volverá a casa. Morirá de hipotermia durante el encuentro.
En una situación poco frecuente en el panorama deportivo estadounidense, Lombardi había debutado en la temporada de 1959 como entrenador jefe de los Packers al mando de una plantilla potente y equilibrada que, contrariamente a las expectativas, se encontraba en caída libre y rozando la disolución. Aplicando la quintaesencia de su credo, el nuevo entrenador instauró una metodología casi marcial en los entrenamientos y redujo el libro de jugadas drásticamente en busca de la ejecución perfecta. En aquella primera temporada de 1959 se encomendó a las carreras de Hornung y Taylor, que impulsaron a los de verde y oro a conseguir siete triunfos de doce. En el siguiente curso, los de Green Bay deslumbraron al llegar a la final de la NFL. Se batieron contra los Eagles de Philadelphia en una justa memorable que, tras acabar con una dura derrota de los de Lombardi, permitió dejar escrita en el mármol de la posteridad una de sus más célebres frases: «Conmigo como entrenador nunca volveréis a perder un partido de Campeonato». Y así había sido desde entonces. Los Packers destrozaron a los Giants 37-0 en la final de la NFL de 196113, para batirlos de nuevo por un ajustado 16-7 en 1962. Tras un pequeño hiato (1963 y 1964) sin llegar a la final, los de Green Bay habían desmantelado a los Cleveland Browns en 1965 con un tanteo de 23-12, y venían de tumbar a los Dallas Cowboys 34-27 en la final de 1966. Como broche a la temporada anterior, los de Green Bay se habían impuesto 35-10 a los Kansas Chiefs, campeones de la American Football League, la otra liga vigente en ese momento, en el Coliseum de Los Angeles, en la que había sido la primera edición de la Super Bowl.
En este último mediodía de 1967 las condiciones son propias de un relato épico. El sistema de calefacción inferior del tapete ha fallado durante la noche y al retirar las lonas protectoras, el terreno ha aparecido desconsoladamente húmedo. A causa de la climatología extrema, el campo empieza a helarse. Y progresivamente se irá endureciendo y congelando más y más a medida que la sombra de las gradas, dado el tránsito solar, va alargándose sobre él.
El pitido de inicio de este encuentro que pronto será bautizado como «Ice Bowl» es el único que se dará en toda la tarde. Al llevarse el árbitro, Norm Schachter, el silbato a la boca, este queda congelado contra la piel de sus labios, desgarrándola por completo al retirarlo. Tan intenso es el frío que la piel no puede cicatrizar y la sangre se hiela sobre los labios como un brutal apósito natural. El equipo arbitral utilizará únicamente indicaciones vocales para dirigir la contienda.
Arranca el partido. La puesta en escena es idéntica a la del año anterior: el primer touchdown llega muy temprano. Los locales mueven impecablemente el balón, cubriendo 82 yardas a lo largo de 16 jugadas culminadas con un pase corto de Bart Starr, quarterback de Green Bay, a Dowler. En el segundo cuarto, de nuevo el toque mágico de Starr manda un preciso pase a Dowler, que atrapa muy cerca de la línea de touchdown y, sin más defensores en su camino, pone el 14-0. El Lambeau Field estalla. Tom Landry y los Cowboys están aturdidos ante la avalancha de juego de los de Lombardi, pero hará falta algo más para noquear a los de la Estrella Solitaria.
Como en toda buena narración épica, en pocos minutos se producirá un giro dramático. Bart Starr se perfila para un pase, pero los Cowboys están cubriendo muy bien todas las opciones así que el quarterback verde y oro tiene que esperar. El tackle de Dallas, Willie Townes, tiene su atención fija sobre Starr y la mirada puesta sobre el ovoide. De súbito se lanza contra él y se produce una colisión de gran impacto que arrolla al quarterback local mientras la ágil mano de Townes toca la pelota y el preciado ovoide cae al hielo. George Andrie, que acompañaba a Townes en la caza, recoge el balón y lo lleva hasta la cercana end zone para el primer touchdown de Dallas.
Este primer cambio de rumbo del partido cogerá desprevenido al verde y oro Willie Wood que, sin ninguna presión del rival, deja escapar la pelota. Esta, tras danzar enloquecida en el hielo, será atrapada por las rápidas manos del vaquero Phil Clark. Los visitantes aprovecharán el regalo para colocar el 14-10 tras un field goal. Con este marcador se llega al descanso.
La banda de la Universidad Estatal de Wisconsin debía tocar en el entretiempo, pero nadie aparece por ahí, no hay fanfarrias ni espectáculo. Los instrumentos de madera se han congelado (literalmente) y no es posible producir sonido a través de ellos. Los metales, trompetas, tubas, son inviables dado que los músicos, de forma similar a los árbitros, se dejan literalmente la piel de los labios al acercarlos a las boquillas. Por si esto fuera poco, un buen número de miembros de la banda debe ser llevado de urgencia a hospitales de la zona aquejados de hipotermia severa.
En la reanudación, los Vaqueros empiezan a jugar con más soltura, pero la defensa de los Packers contiene cada intento del quarterback Don Meredith. El partido es duro y reñido, una carga constante contra un muro infranqueable. El marcador se mantiene intacto en el tercer cuarto, pero en el arranque del último periodo, los incondicionales locales vislumbrarán el infierno abrirse ante sí. Los Cowboys han asumido que la única manera de hacer daño a la defensa de los Packers es ingeniar una jugada especial, un despiste, un engaño: una trick play. Así que Don Meredith recibe la pelota y se la deja al halfback Dan Reeves. Generalmente, la función de Reeves es bloquear o en todo caso correr, pero en esta ocasión Reeves percibe ante sí una oportunidad. Su compañero Rentzel se encuentra solo, totalmente libre de marca. Jamás los Packers podrían haber anticipado semejante movimiento. Reeves conecta un pase perfecto hacia su compañero. 50 yardas de pura poesía que agigantan la leyenda del partido y silencian la grada14. Los Dallas Cowboys se ponen en cabeza. 14-17. La remontada es completa. La frialdad, total.
Por primera vez en un partido de Campeonato tras la famosa derrota contra los Eagles de 1960, los Packers están contra las cuerdas. Tras los dos primeros touchdowns, los de Green Bay han ido estrellándose una y otra vez contra la impenetrable «Doomsday Defense», la defensa del Día del Juicio Final. Ya en el último cuarto, los de Green Bay tienen que ganar 65 yardas en menos de cinco minutos. Es un ahora o nunca.
Bart Starr encuentra a Anderson primero y a Dowler después para mantener vivo el ataque. En la siguiente jugada se producirá un nuevo giro: el vaquero Willie Townes penetra en la línea de los Packers y tumba al halfback Anderson para una pérdida de 9 yardas. A 19 yardas de un primer down, la situación es desesperada. El verde y oro Anderson decide compensar su error y transmuta del error a la grandeza. Atrapa dos pases de Starr, rompiendo la cintura del linebacker rival Chuck Howley al que vemos pasar de largo deslizándose como un joven pingüino por el hielo. Logra Green Bay así un down en la yarda 30 de Dallas. Starr está ahora caliente de músculo, frío de mente y rápido de reflejos. En la siguiente jugada, al entender que su primera opción ha sido anulada por la defensa visitante, reacciona lanzando hacia Mercein el balón que lleva a los suyos a 11 yardas del paraíso. Los Packers se mueven inexorablemente y con un par de carreras se encuentran ya a solo una yarda de la end zone. Tras tres horas de fútbol, y por la escasa incidencia del sol en ese flanco del estadio, el césped cerca de la línea de touchdown está duro como un bloque de hormigón. Con 16 segundos por jugar, Bart Starr pide tiempo muerto y corre hacia la banda