Ahora bien, si aquella orden se cumplió, no fue suficiente para borrarlas de la faz de la Tierra. La presencia actual de algunas de ellas en bibliotecas públicas y privadas, mostraría que aquel mandamiento no fue fulminante, además de que algunas de sus partes quedaron glosadas muy en extenso, aunque con algunos cambios en las grafías de los sustantivos, en lo que escribió Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Francisco López de Gómara, fray Bartolomé de las Casas, y Bernal Díaz de Castillo, quienes en buena medida se convirtieron en los referentes obligados de quienes en los siglos XVII y la primera mitad del XVIII, se querían enterar y difundir lo acontecido en aquellos primeros años de conquista y dominación a través del relato del conquistador.14
Ya entrado el siglo XVIII se desarrolla una corriente revisionista y crítica de la historia tanto de lo que se designaba como América por parte de ingleses, franceses, alemanes y portugueses, como de la propia España que la seguía denominando como Indias occidentales del mar Océano.15
Andrés González Barcia publicó, siguiendo las primeras ediciones de Cromberger, la Segunda, Tercera y Cuarta Cartas de Relación dentro del primer volumen de Historiadores primitivos de las Indias Occidentales,16 y donde si bien efectuó algunas novedades editoriales, no modificó las grafías con que quedaron consignados los sustantivos en la edición princeps.
La introducción de las propuestas de Barcia consistieron, primero en presentar de una manera totalmente distinta el formato de las Cartas hasta entonces publicadas, desatan abreviaturas, se modifican la puntuación y dan cabida a la nueva estructura de párrafos, lo que permitió la introducción de capítulos acompañados por pequeños títulos expresivos de lo que se seguiría leyendo en los renglones o páginas siguientes.17
Ya entrado en el terreno de la recreación del formato, Barcia asume un nuevo modelo frente a aquella Segunda Carta de Relación impresa en caracteres góticos, en 28 folios de 30.7 x 23 cm cada uno, que dan cabida a desplegar a lo más cuarenta y ocho renglones por folio, y cuya narrativa parece desbordarse en sus 2,592 renglones, donde apenas se notan algunos descansos obligados tras las catorce letras capitulares, que parecieran indicar grandes apartados, dentro de los cuales, en ocasiones, se ven otras pequeñas separaciones (veinte en total) anunciados por letras mayúsculas de un tamaño mayor que las que se usaron después de los puntos y seguidos y con algún adorno, pero sin llegar a ser capitales y que apenas hacen perceptible el comienzo de párrafo (treinta y cuatro en total), de tal suerte que cuesta mucho trabajo diferenciar unos párrafos de otros por lo apretado de la composición tipográfica, que en mucho caracteriza a las ediciones que se hicieron con aquella tipografía gótica.
La novedad implantada por Barcia, de introducir capítulos en la edición de las Cartas, le llevó a dividir la Segunda Carta en cincuenta y cinco capítulos; la Tercera en cuarenta y siete, y la Cuarta en veintitrés, con sus respectivos títulos indicativos, que en algunos casos llegan a coincidir con las capitales de la edición princeps, pero no en otras ocasiones, ya que los capítulos establecidos por Barcia implicaron el reconocimiento y análisis del texto no sólo para marcar las separaciones, sino para redactar esas pequeñas llamadas que resumen en unas cuantas líneas la narrativa que se despliega en los siguiente renglones, párrafos o páginas, y que ayudan tanto a la lectura como a las revisiones en las que se buscan datos y hechos específicos. Cuando actualiza nombres lo hace en los encabezados que son de su creación, pero no adentro de las narrativas que siguió a pie juntillas la edición impresa en caracteres góticos, y en la cual se estamparon los nombres de ciudades, provincias o señores, tal cual se supone los escribió Cortés, a menos que se pudiera presumir que el impresor uniformó criterios para la designación de los mismos, tomando como base, no sé bajo qué supuestos, para designar de una u otra manera tales o cuales nombres.
Por último, y sobre esta edición se debe decir que Barcia fue muy cuidadoso al señalar al final de la Segunda Carta de Relación, la edición de la que se valió para establecer la suya, pero no hizo lo mismo con las siguientes. Así que sólo nos queda creer lo sugerido por Navarrete, Vedia y Gayangos de que Barcia utilizó para su obra las ediciones de Cromberger.18
A esa edición española le siguió la del arzobispo Lorenzana, en la ciudad de México19 que, sin lugar a dudas, se valió de la edición de Barcia en cuanto a mantener el establecimiento de los títulos que aquél introdujo en su edición y que Lorenzana respetó, aunque como apostillas en los márgenes de las páginas, y además actualizó los sustantivos “mexicanos” a los que les añadió eruditas notas que bien muestran el nivel de apreciación que los “ilustrados” españoles residentes en la Nueva España o criollos y mestizos, tenían al finalizar el siglo XVIII, en relación con el pasado prehispánico y los primeros años de la conquista.20
Por otra parte, aquella edición de Barcia y la del mismo Lorenzana habían dejado de manifiesto la ausencia de la Primera Carta de Relación de la que daba cuenta Fernando Cortés en la Segunda, como enviada en 1519. Al no haberse publicado y desconocerse su paradero llevó a Barcia a realizar ingentes búsquedas en los repositorios españoles sin que hubiera alcanzado su objetivo. Por desgracia la edición de Lorenzana no deja ver que al arzobispo le hubiese preocupado la ausencia de aquella Primera Carta y en consecuencia hubiese realizado parecida búsqueda en los archivos de la Nueva España.
Una búsqueda infructuosa
Desde la segunda mitad del siglo XVIII el historiador escocés William Robertson21 después de terminar la historia de su tierra natal, el reino de Escocia, fijó su atención y empeños en la Historia… pues en la concepción de ese historiador, aquel imperio fue el parteaguas del progreso de la sociedad europea. Tema que estudió y describió en el libro correspondiente; sin que se hubiese detenido en las campañas de invasión y conquista de los territorios al occidente de la isla de Cuba o Fernandina, que emprendió Fernando Cortés y cuyas secuelas, tanto para los habitantes originarios como para los de Europa, marca nuevos momentos en la historia de la humanidad.
El mismo Robertson trató esta notoria ausencia en su historia de Carlos V, aclarando que ello se debía a la necesidad de una obra específica para detallar lo concerniente a lo que, ya para esos años se denominaba universalmente como América, tanto en sus antecedentes naturales y humanos como en sus consecuentes para los propios habitantes de la ya entonces América y de Europa. Aquel señalamiento y compromiso se hicieron realidad a los pocos años cuando se viera publicada su Historia de América (1777).
Para William Robertson era incuestionable que la figura de Fernando Cortés no podía quedar fuera de sus preocupaciones y reflexiones y, para que las mismas quedasen totalmente sustentadas, según los requisitos de la época, requería toda la documentación generada por el capitán general. Así que dentro de la documentación conocida hasta entonces, observó la falta de la Primera Carta de Relación que el mismo Cortés había referido en la Segunda, haber enviado.
La notoria ausencia de aquella Primera Carta de Relación llevó al historiador escocés a solicitarle al embajador inglés, Roberto Murray Reith, que atendía las relaciones con la corte de Viena, que buscara dentro de la biblioteca imperial para ver si localizaba en dicho repositorio aquel manuscrito, ya que señalaba Robertson, en algún tiempo Carlos V residió en aquella ciudad, por lo que se podía sospechar que allí pudiera localizarse, además de que las pesquisas de Barcia no habían alcanzado aquellos acervos.
La sugerencia dio resultados, y con la publicación de la Historia de América en dos volúmenes en el año 1777, se supo por breves notas en el prefacio del primer tomo y con un resumen al final del segundo tomo, que dicha biblioteca poseía un legajo con manuscritos donde se encontraban la que había enviado la Justicia y Regimiento de la Rica Villa de la Vera Cruz a la reina y a su hijo con fecha de 10 de julio de 1519,22 además de las copias también manuscritas de la Segunda, Tercer y Cuarta Cartas; la Quinta no se conocía porque no se imprimió en su tiempo.
Lo anterior quiere decir que no estaba la Primera Carta que refiere Fernando Cortés en su Segunda, que había enviado junto pero diferenciada de la de la Justicia y Regimiento, con sus procuradores en julio de 1519.23
La ausencia de la primera carta autógrafa de Cortés, se hizo notar entonces,