La Tercera Carta de Relación, fechada el 15 de mayo de 1522, en Coyoacan, en la Nueva España, debió llegar a finales de ese mismo año a las manos del Consejo de don Carlos y su madre doña Juana. Se terminó de imprimir en la ciudad de Zaragoza, por George Coci el 5 de enero de 1523. A los pocos meses, el 5 de marzo, apareció otra edición en Sevilla de Jacobo Cromberger, y luego hubo otras más que refieren puntualmente Henry Harrisse y Carlos Sanz.7
Transcripción: Carta Tercera de relación: enviada por Fernan / do cortes capitan y justicia mayor del yucatan llamado la nueva españa / del mar oceano: al muy alto y potentisimo cesar e invictisimo señor don / Carlos emperador semper augusto y rey de españa nuestro señor: de las / cosas sucedidas y muy dignas de admiracion en la conquista y recupe / racion de la muy grande y maravillosa ciudad de Temixtitan: y de las / otras provincias a ellas sujetas que se rebelaron. En la cual ciudad y di / chas provincias el dicho capitan y españoles consiguieron grandes y se / ñaladas victorias dignas de perpetua memoria. Asimismo hace rela / cion como han descubierto el mar del Sur: y otras muchas y grandes pro / vincias muy ricas de minas de oro: y perlas: y piedras preciosas: y aun / tiene noticia que hay especeria.
La Cuarta Carta de Relación, signada en Temixtitan de la Nueva España, el 15 de octubre de 1524, debió arribar a la corte a mediados del año siguiente y Gaspar de Ávila la imprimió en Toledo en 1525, Jorge Costilla hizo lo propio en Zaragoza con fecha 8 de julio de 1526, y luego siguieron otras impresiones.
Transcripción: La cuarta relacion que Fernando cortes gover / nador y capitan general por su majestad en la / nueva España de la mar oceano envio al muy / alto y muy potentisimo invictisimo señor/ don Carlos emperador Semper augusto y / rey de España nuestro señor: en la cual estan / otras cartas relaciones que los capitanes / Pedro de Alvarado y Diego Godoy envi /aron al dicho capitan Fernando cortes.
La Quinta Carta de Relación, firmada en Temixtitan a 3 de septiembre de 1526, se publicó hasta 1852, cuando Enrique de Vedia la dio a la luz pública.8
Con esas publicaciones podemos hacer ver que de manera muy rápida, a menos de dos años de haber sido escrita la que hoy conocemos como Segunda Carta, y en un poco menos de tiempo de sus datas, las dos restantes, llegaron a las manos de don Carlos y doña Juana su madre, reyes de Castilla y Aragón, a las de sus Consejos y a un público que iba más allá de los lectores y escuchas en lengua castellana, dadas las ediciones en otros idiomas, con lo cual pudieron enterarse de primera mano de lo visto, actuado, ocurrido, signado y designado desde el desembarco de Fernando Cortés en el puerto de Chalchimeca,9 el 22 de abril de 1519, hasta que se estaban levantando sobre los cimientos de la ciudad vencida de Temixtitan los nuevos edificios que daban cuenta del poderío español sobre todas esas tierras y “señoríos” conquistados, hasta el 15 de octubre de 1524 en que fechó su Cuarta Carta que se imprimió tan pronto como llegó a España, el 20 de octubre de 1525.
Las narrativas de aquellas Cartas dejarán para la posteridad y de manera pública, a más de las campañas de conquista y sometimiento, los nombres que Cortés supuso o entendió llevaban los pueblos, ciudades, tierras, territorios, así como los individuos que se decía señoreaban aquellos Pueblos que exhibían con mucho un orden y policía hasta entonces no visto en los territorios conquistados y sometidos de las Antillas o inclusive de Castilla del Oro.10 Sin que todo lo anterior inhibiera dejaba testimonio de las pugnas entre los intereses de Cortés y sus huestes, frente a las de Diego Velázquez y los suyos, de las que nos ocuparemos más adelante.
Corto futuro de aquel primer soporte impreso
Si bien es cierto que la publicación tan temprana de los contenidos de las Cartas de Relación de Fernando Cortés en todas sus dimensiones y todos sus detalles es algo digno de admirarse aún en nuestros días, también es cierto que la existencia de aquellas impresiones sólo dieron paso a una segunda edición en el siglo XVIII, pero a partir del siglo XIX fueron desplazadas como corpus de referencia para las siguientes ediciones, debido a unas copias manuscritas que se localizaron en la Biblioteca Imperial de Viena, al finalizar el siglo XVIII.11
Los hechos que llevaron a fijar esa decisión han construido una historia intrincada, y un tanto silenciada, en cuanto a la valía de los distintos soportes en los que se encuentran las Cartas cortesianas y de lo que en ellas se consignó, sobre todo en tratándose de los sustantivos con que se designaron o reconocieron ciudades, villas, pueblos, provincias y aún el nombre de los denominados señores.
Esa historia, un tanto sui generis, es hija, por una parte, de la ausencia de los manuscritos autógrafos de Fernando Cortés y, por otra, del hallazgo en el siglo que veía nacer la crítica documental y el aprecio por los documentos,12 de unas copias manuscritas que se resguardaron en la Biblioteca Imperial de Viena y de otras en bibliotecas españolas.
Extremos que se juntan necesariamente en el olvido en que quedaron sepultadas en el siglo XIX las impresas en caracteres góticos, y aun las reeditadas en el siglo XVIII que referiremos más adelante.
Así la ausencia de las Cartas autógrafas, el hallazgo de unas copias manuscritas y el olvido de las impresas, considero que fueron creadas soterradamente entre los académicos de la Historia –sobre todo a partir del siglo XIX y que aún llega a nuestros días– un básico acuerdo de “sano y equilibrado tratamiento” para las Cartas ya fuesen en los soportes impresos o manuscritos, consistente en dejar a salvo a las Cartas en cualquiera de sus formatos, de crítica interna y aun externa; toda vez que ni la autoría y contenidos fueron impugnados en los tiempos de su publicación por el remitente o el destinatario o, todavía más, porque las descalificaciones que recibieron las Cartas impresas en caracteres góticos, de quienes de una u otra manera convivieron o fueron enemigos del capitán general: Pánfilo de Narváez o Bernal Díaz de Castillo, no desestimaron la autoría sino la parcialidad en la presentación de los hechos de descubrimiento y conquista del capitán general y su desafortunado regateo y mezquindad con que trató los esfuerzos de otros conquistadores.
Así quedaron a salvo de las necesarias operaciones de crítica documental a lo que se sumó la exclusión de los materiales impresos en caracteres góticos, que fueron sustituidos por las copias manuscritas que se localizan en Viena sobre todo para el establecimiento de las postreras ediciones que alcanzan a las de nuestros días.
A lo antes expuesto no es fácil encontrarle una explicación, pues en los trabajos historiográficos del siglo XIX no se percibe una angustia y dedicación mayor por encontrar las Cartas autógrafas de Cortés ni por la recuperación de las reediciones del siglo XVIII, sino un ánimo muy febril por desenterrar materiales de los archivos autógrafos y en ese sentido nuevas ediciones sustentadas en las copias de Viena y de España, quizás por el puro hecho de presumir que lo manuscrito tiene más valor sobre lo tipografiado, dejando de lado cualquier otra circunstancia y análisis como veremos más adelante.
Devoción por lo manuscrito
El 1 de junio de 1527 Pánfilo de Narváez consiguió una Real Cédula para que se prohibieran y quemaran en plazas públicas de Sevilla, Toledo y Granada, las Cartas de Relación de Fernando Cortés que habían sido publicadas en aquellas mismas ciudades, porque aquellos impresos desvirtuaban y afectaban la honra suya y la de Diego Velázquez, quienes desde 1519 se habían opuesto