A las 11:00 horas viene a buscarnos en su camioneta blindada (a Monseñor, P. Amédée, D. Armand y a mí) el señor embajador junto con el cónsul general y un médico de la Embajada (joven argelino) a fin de dirigirnos al Hospital militar de “Aïn Naadja”. Una vez en el auto, el embajador nos hace algunas confidencias sobre el hallazgo de los restos y nos pide no sacar fotografías.
Llegados al Hospital somos recibidos muy amablemente por un par de médicos y el coronel director general. Nos explican con mucha delicadeza que la muerte se remonta a unos diez días y que los cuerpos habían sido enterrados y desenterrados. Pensaban y esperaban que Monseñor estuviera presente para rezar una oración delante de los ataúdes que ya habían sido cerrados. Por nuestra parte insistimos en que deseamos hacer la identificación por nosotros mismos. Se nos explica que se habían seguido todos los requisitos previstos por la medicina legal en situaciones semejantes: fotos, radiografías, etc. El coronel agrega que, de todos modos, no hay inconveniente en abrir nuevamente los cajones para que hagamos la identificación requerida, nos pone sobre aviso del golpe emotivo que todo esto suele ocasionar. Les hacemos saber que solo dos de nosotros haremos la identificación. Le pedimos al P. Amédée que permanezca en la sala donde nos recibieron, finalmente acepta y dice que aprovechará ese tiempo para rezar el oficio de sexta.
A las 12:15 horas nos dirigimos todos hacia el departamento de medicina legal (morgue) a fin de llevar a cabo el examen pericial. Decidimos finalmente que solo el cónsul general (quien redactaría el acta oficial de defunción), el médico de la Embajada, Armand y yo procederíamos a la identificación. En una amplia sala nos esperaban siete ataúdes muy simples y discretos, sobre cada uno de ellos una rosa roja. Ante lo que contemplamos no pudimos dejar de imaginar al precursor de Jesús, san Juan el Bautista. En unos veinte minutos todo estaba concluido.
A las 13:15 horas llegamos a la Embajada francesa para un almuerzo junto con otras personalidades: varios embajadores, el nuncio Monseñor Antonio Sozzo, y el vicario general de la diócesis, Monseñor Belaid Ould Aoudia. Al inicio del almuerzo, Monseñor Teissier agradece al embajador todo lo que hizo durante los últimos dos meses en relación con los monjes de Tibhirine. D. Armand dirige también unas palabras de agradecimiento en mi nombre y en nombre de la Orden.
A las 15 horas regresamos a la Casa diocesana. Monseñor me dice que piensa ir a ver al ministro del Interior por el asunto del entierro. Le pido si Armand puede acompañarlo a fin de expresar en nombre de la Orden y de las familias el deseo de que los monjes sean enterrados en el monasterio; Monseñor está de acuerdo. A las 16:40 regresan con la buena noticia: el ministro asiente a la petición hecha, solo pide que se trate de un acto privado por motivos de seguridad; el entierro tendrá lugar el próximo martes por la mañana.
A las 16:30 nueva partida junto con los dos autos de la escolta hacia nuestra Señora de África a fin de orar ante los restos del Cardenal Duval. El Cardenal yacía todo vestido de rojo, la relación con los siete pobres féretros de los hermanos sobre los que reposaba una rosa roja se me hizo espontánea: tanto uno como otros habían dado testimonio de paz, amor y convivencia. A las 17:30 horas celebramos misa en el lugar. A las 18:23, estamos de regreso en la Casa diocesana. Al llegar me esperaba un periodista especializado en temas islámicos, me manifestó con gran sentimiento el dolor personal y del pueblo argelino por todo lo sucedido a nuestros hermanos. Mientras tanto Armand fue al estudio de TF1 para una transmisión en directo para el boletín de noticias de las 20:00 (hora francesa): anuncia, entre otras cosas, que el entierro tendrá lugar en el monasterio el próximo martes...
Sábado, 1.° de junio
Permanecemos todo el día en la Casa diocesana. Antes del almuerzo, Monseñor nos comunica las últimas noticias: el ministro del Interior ha decidido que iremos a Tibhirine un pequeño grupo (unas 10 personas), junto con los cajones mortuorios, en helicóptero, el próximo martes; todo esto por motivos de seguridad y a fin de evitar la presencia de multitudes y periodistas.
Después del almuerzo tengo un largo encuentro de casi tres horas con el P. Amédée. Pasamos revista a una pequeña valija con todos los documentos personales de los hermanos; escojo fotografías recientes de todos ellos a fin de hacer copias y hacérselas llegar a las personas más cercanas. Le recomiendo vivamente guardar toda esa documentación, pues seguramente algún día será muy útil y necesaria. Tratamos luego otros temas prácticos sobre sus planes futuros y los del monasterio.
A partir de las 18 horas comienzan a llegar los invitados para las exequias de mañana: el Cardenal Arinze (delegado papal), los cuatro obispos de Argelia, y siete miembros de la familia del Hermano Christophe: Elisabeth y François, Vincent y Thérèse, Claire, Xavier y la señora Finot, madrina de Christophe. Siento que la familia Lebreton ha comprendido mucho mejor el sentido hondo de los acontecimientos que tantos otros que deberían haberlo comprendido: ¡misterio profético de la fe laical del pueblo de Dios! Me entregan copia de tres poemas recientes de Christophe; extraigo algunas frases de cada uno de ellos que me resultan iluminadoras:
Soy de Él y sigo sus huellas, voy hacia mi plena verdad pascual.
Visto el color que toman las cosas y el giro de los acontecimientos, os digo, con toda verdad, todo va bien.
La llama se ha inclinado, la luz se ha ladeado.
Puedo morir
y heme aquí.
Domingo, 2 de junio
Después del desayuno, buen encuentro con el Padre T.B. de la diócesis de Orán y gran amigo de Christian. Le pido me ponga por escrito su experiencia de lo vivido el pasado 27 de marzo; me asegura que lo hará hoy mismo. Por la mañana preparo el “testimonio” que me han pedido para la misa de esta tarde. Lo hago leer al Padre P.L. (de aquí) y me expresa su total conformidad. Luego lo leemos juntos con el P. Amédée:
¿Qué puede decir un monje sobre sus hermanos monjes? Tanto yo como ellos sabemos muy bien que nuestro carisma en la Iglesia es callar y trabajar; interceder y alabar. Pero también sabemos que hay momentos para hablar y momentos para guardar silencio.
La voz oculta de los monjes resonó silenciosamente en los claustros de Nuestra Señora de Atlas durante más de 50 años. Esa misma voz se ha convertido, en los dos últimos meses, en un grito de amor que ha sonado en el corazón de millones de hombres y mujeres creyentes y de buena voluntad. Nuestros siete hermanos de Tibhirine: Christian, Luc, Christophe, Michel, Bruno, Célestin y Paul se han convertido hoy en portavoces de tantas voces acalladas y de personas desconocidas que dieron sus vidas por un mundo más humano. Nuestros siete monjes me prestan hoy, también a mí su voz.
Hemos de entrar en el mundo del otro, sea este cristiano o musulmán. Precisamente si el “otro” no existe no hay lugar para el verdadero amor. Dejémonos desinstalar y enriquecer por la existencia del otro. Permanezcamos abiertos, permeables a toda voz que nos interpela. Optemos por el amor, el perdón y la comunión contra toda forma de odio, venganza y violencia. Creamos sin vacilar en el deseo profundo de paz que yace en todo corazón humano.
El testimonio de los monjes, al igual que el testimonio de cada creyente cristiano, solo puede ser comprendido y considerado como una prolongación del testimonio de Cristo mismo. Nuestra vida en seguimiento de Jesús ha de manifestar sin ambigüedad alguna la gratuidad divina de la buena noticia del Evangelio que deseamos vivir: ¡una vida donada, entregada, ofrecida jamás se pierde, siempre se la reencuentra en Aquel que es la Vida!
Nuestros hermanos monjes son el fruto maduro de esta Iglesia que vive su pascua en Argelia. Nuestros hermanos monjes son también el fruto maduro de este pueblo argelino que los ha recibido y valorado sus vidas durante tantos años de presencia y comunión. Por eso se impone de nuestra parte una palabra de agradecimiento a todos vosotros. Iglesia en Argelia, argelinos todos, adoradores del único Dios: gracias infinitas por el respeto y amor que siempre