Monjes mártires de Argelia. Bernardo Olivera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Bernardo Olivera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789874614568
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por respeto a quienes las habían enviado. Pusimos todas las fotografías juntas a fin de hacerlas llegar a la madre de Christophe. Por mi parte tome un cuaderno tamaño oficio con un diario personal, en cuya primera página se puede leer: “Cuaderno de oración comenzado en este día domingo 8-8-1993 en Tibhirine”. La última entrada es del 19 de marzo de 1996, una semana antes de la captura, dice así:

      San José. Bruno y el P. J.C. llegaron ayer. Aniversario de mi consagración a María. Sí, continúo eligiéndote, María, con José, en la comunión de todos los santos, y te recibo de las manos de Jesús junto a los pobres y pecadores. Con el discípulo amado te acojo conmigo. A tu lado, soy: ofrenda. Esta mañana, en el huerto, una buena conversación con MS. sobre el matrimonio. He estado muy contento de presidir la Eucaristía. He como oído la voz de José... que me invitaba a cantar con él y el niño el Salmo 100: Quiero cantar el amor y la justicia... cursaré el camino de la perfección, ¿cuándo vendrás a mí? Caminaré con un corazón perfecto.

      Entre los numerosos poemas hay uno muy significativo a la luz de todo lo sucedido. Lamentablemente no está fechado, pero no es difícil ubicarlo aproximadamente en el tiempo. Dice así:

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      Terminada la comida nos reunimos con Elisabeth, Claire y Xavier para explicarles algunas circunstancias del hallazgo de los cuerpos de los hermanos y la identificación de los mismos. Tras una breve introducción, le pido a Armand que tome la palabra. Fue muy doloroso tanto para nosotros como para ellos. El dolor nos unió a todos aún más hondamente. Terminamos orando juntos en silencio en el oratorio del primer piso.

      Martes, 4 de junio

      El día comenzó temprano. Antes de las 7:00 horas llamamos por teléfono a la madre de Christophe: pensábamos consolarla, pero nosotros fuimos los consolados. Le dije que tenía ahora 4.500 nuevos hijos e hijas, es decir, todos los trapenses. Me respondió: “me siento verdaderamente madre de todos”. Estoy seguro de que las madres de los siete hermanos, vivas o difuntas, tanto en esta tierra como en el cielo, están todas diciendo lo mismo.

      A las 7:30 vino a buscarnos el señor embajador en su auto blindado a fin de dirigirnos al aeropuerto. Éramos: Monseñor, Elisabeth, Claire, Xavier, Amédée, Jean-Pierre, Armand y yo.

      Nos dirigíamos al monasterio pero ignorábamos el programa establecido. Gran despliegue de seguridad en el aeropuerto. A las 9:00 horas tomamos, junto con seis personas de la guardia, un avión militar que, tras treinta minutos de vuelo, nos dejó en la Base aérea de Ain Oussera, unos 120 km al sur de Medea. Un helicóptero debía llevarnos a Medea, pero el mal tiempo lo impidió. Poco antes de las 10:00 horas salimos hacia el monasterio toda una caravana de más de 12 camionetas con soldados armados. Un helicóptero sobrevoló sobre nuestras cabezas toda la primera parte del trayecto.

      Llegamos justo al mediodía. Las ambulancias con los restos mortales de nuestros hermanos ya estaban allí. Día húmedo y gris: toda la naturaleza lloraba de tristeza. Gran despliegue policial y militar a partir de Medea y más aún en el monasterio. Nuestra pequeña comitiva de nueve personas pasó a la iglesia, allí nos esperaban P.H. y el Padre R.F. Los ataúdes eran llevados por unos treinta cadetes militares, todo con mucho respeto y dignidad. Presidí, a puertas cerradas y en total intimidad, una sencilla liturgia: palabras de acogida, canto (“Souviens-toi de Jésus Christ”), oración letánica (“Tú que has santificado con el agua del bautismo a nuestros Hermanos Christian, Luc, Christophe, Michel, Célestin, Bruno y Paul, dónales en plenitud la vida de hijos de Dios...”), lectura del Evangelio (Lc 23, 33-43), aspersión con agua bendita, incienso y oración final. Xavier ofició de turiferario. Armand y Elisabeth tomaron algunas fotografías. Abrimos las puertas y entraron los cadetes para tomar los restos mortales y llevarlos al cementerio de la comunidad.

      Las siete tumbas ya estaban preparadas. Los ataúdes fueron depositados cada uno frente a su respectiva tumba: de derecha a izquierda, primero Christian y luego el resto por orden de ancianidad monástica. El P. Jean-Pierre dirigió a todos los presentes –vecinos y autoridades– unas palabras de agradecimiento llenas de esperanza. Luego hablaron en árabe el señor obispo y el Padre G.N. Hice una oración final y comenzaron a descender los cajones en las fosas. Eran ya las 13:15 horas. Monseñor depositó la primera palada de tierra en la tumba de Michel y yo en la de Christophe; el grupo de vecinos continuó la tarea. Precisamente en ese momento salió el sol. Los cajones se iban ocultando bajo las paladas de tierra, nosotros también éramos sepultados bajo los abrazos, besos y condolencias de cantidad de vecinos del monasterio que, al mismo tiempo, nos agradecían que los monjes fueran sepultados allí. A las 13:45 habían concluido. Pasamos brevemente a una sala del monasterio en donde el prefecto de Medea había hecho preparar mesas con café, té y bombones de fruta. Aprovechando el desconcierto de la partida hice una rápida visita al monasterio, tomé de la biblioteca una cruz-Cristo de madera de olivo que pendía sobre la pared a fin de hacérsela llegar a la señora Lebreton. En mi corazón resonaba una sola frase: “no dejaremos solos a nuestros difuntos, ¡volveremos!”. A las 14:00 horas partimos sin partir.

      El camino de regreso fue un poco diferente. En auto hasta la base militar de Berouaghia, de allí en helicóptero hasta la base aérea de Ain Oussera, finalmente en el avión de las fuerzas armadas hasta Argel. A las 16:45 horas estábamos de regreso en la Casa diocesana.

      A las 17:00 horas celebramos una Eucaristía con los formularios y lecturas del día de Pascua: los textos pascuales expresaban bien nuestros sentimientos. Presidió el P. Jean-Pierre. Terminada la misa me encuentro con Jerónimo Cortés-Funes, embajador argentino, que vino a presentarnos las condolencias; charlamos un largo rato sobre temas religiosos, políticos y sociales.

      Después de la comida, Monseñor, Jean-Pierre y Armand se ponen en comunicación con las familias a fin de contarles todo lo vivido en este día inolvidable. Por mi parte, llamo a D. Etienne de Bellefontaine, me dice que la madre y hermana de Christian están allí, le pido les haga llegar mi más afectuoso recuerdo.

      Miércoles, 5 de junio

      A las 6:30 horas salida de Xavier y después de la misa, a las 7:30, partida de Elisabeth y Claire. Increíble cómo la “pascua” de Christophe y los hermanos de Tibhirine nos unió con la familia Lebreton y con las familias de cada uno de ellos.

      Siendo ya las 9:00 horas me reúno con Jean-Pierre para hablar sobre el futuro de Fez. Está claro que la de Fez es la comunidad de Atlas presente ahora en Fez. La edad media de la comunidad es muy alta y su salud no demasiado buena, pero el espíritu es excelente. Respecto al futuro parece cierto lo siguiente: Regreso a Tibhirine en cuanto sea posible: necesidad de un par de hermanos voluntarios de otras comunidades de la Orden; quizás haya que dejar la presente casa en Fez por motivos de espacio vital. A fin de ayudar material y espiritualmente a la comunidad, quizás haya que nombrar una pequeña comisión ad hoc, que podría estar compuesta por él mismo, un abad y un consejero permanente.

      Alrededor de las 14:30 viene a saludarme el Padre J.C., párroco de Nuestra Señora de la Natividad desde 1971, gran amigo de la comunidad y “padre” de la vocación monástica de Christophe. Me cuenta sobre lo sucedido durante su última visita al monasterio el pasado 19 de marzo. Con gran sorpresa suya, se encontró con que los hermanos habían preparado una triple celebración: sus 79 años de vida (cumplidos el 15 de marzo), su santo (san José) y sus bodas de oro sacerdotales. Por este motivo le regalaron el Libro de las Revelaciones de Juliana de Norwich (París: Cerf, 1992). En la primera página habían puesto el sello del monasterio y alrededor del mismo estas palabras con tinta roja: “Todo terminará bien, Aleluya”. Dichas palabras (“All shall be well”) eran un lema repetido incansablemente por la mística. Durante los dos meses del cautiverio se preguntaba sobre el sentido de dichas palabras, más concretamente: ¿cómo puede terminar todo bien? La doble respuesta evidente era ésta: dando gloria a Dios con una muerte aceptada y ofrecida o viviendo y glorificándolo con la vida monástica de cada día. Hoy día solo hay una respuesta. Y agregaba el buen padre: “jamás en mi vida he tenido tanta paz