Manilov aparece ahora como una parodia hiperbólica de la principal cualidad de Chichikov, el decoro; Korobochka representa una variante naif de su suspicaz astucia en el regateo; Nosdriov muestra una inventiva algo más que comparable en la prevaricación, aunque la suya sea instintiva y carente de motivación; Sobakievich manifiesta el lado calculador de Chichikov, con su misantropía implícita puesta al descubierto; y Pliuskin representa la parte pasional de su codicia, mostrando cómo, si no se le pone freno, puede destruir la vida familiar que Chichikov anhela tanto. Hasta Pietruska, el lacayo, con su gusto indiscriminado por la lectura [...] parodia a su amo, al que, en el primer capítulo, se le muestra cogiéndose un anuncio teatral para examinarlo mejor cuando no tuviera otra cosa que hacer [...]. (Fanger, p. 461.)
Guippius reconoce también en Chichikov la mezcla de los grupos decisivos que aparecen en Almas muertas: es el funcionario con historial corrupto; el aventurero que vive en el camino; pero también el que sueña con convertirse en terrateniente, primero falsamente (en la «primera parte»), luego de verdad (en la «segunda») (véase Guippius, p. 507). En todo caso, habría de suponerse que su carácter quedaría aún más complicado por el anuncio que se hace en la «primera parte» de que su imagen no se vería completada hasta que vinieran las partes subsiguientes de Almas muertas. Los torsos conservados de la «segunda parte» no permiten atisbar, sin embargo, muchos cambios en Chichikov, ni en cuanto a su personalidad ni en cuanto a sus proyectos.
En Chichikov, se ha percibido en ocasiones la imagen de una especie de patético Odiseo, aunque tal vez sea más manifiesto su parentesco con Hermes. Fusso alude, en este sentido, al capítulo 7, en el que Chichikov y algunos terratenientes acuden a la Cámara Ciudadana a ejecutar la compra de las almas; allí se presenta el que había de ser el reino de la justicia y el orden, el reino de Temis, como un lugar en el que la propia diosa les recibe en un estado lamentable («en negligé y bata»). El mensaje implícito, según esta autora, es que el eclipse de Temis supondrá la ascensión de la primera mujer de Zeus, Metis, diosa del engaño (dolo) y de la inteligencia astuta (metis), indispensables ambos, como señala Bermejo Barrera, para el ejercicio del poder real. Tanto el dios Hermes como el pícaro Chichikov se valdrían de esa metis para sus manejos. Pero Chichikov tendría otros puntos en común con el dios Hermes; la asociación de Hermes al cruce de fronteras tiene que ver seguramente con el perpetuo viajar del héroe y con su anterior trabajo como inspector de aduanas. En la época de Gogol, el pícaro se había adueñado de la persona de Metis. Chichikov, como Hermes (o como Kopieikin), no se resigna a aceptar su suerte y su medianía, si el mundo no le da lo que merece él buscará los medios de conseguirlo valiéndose de su inteligencia y su virtuosismo verbal (véase Fusso, 1993, pp. 34-35 y Bermejo Barrera, 1996, pp. 47-53).
Para Nabokov, en cambio, Chichikov es ante todo un imbécil cuya falta de cálculo le lleva a entrar en tratos con gente tan timorata como Korobochka o tan poco fiable como Nosdriov. Este autor cifra el valor del héroe en su posición en el universo de personajes gogolianos.
El propio Chichikov no es otra cosa que el representante mal pagado del demonio, un viajante del Hades, «nuestro Chichikov», como cabría imaginar que la firma Satanás & Compañía llamara a su gente afable y saludable, pero por dentro desmedrada y putrefacta. La пошлость (poslost, trivialidad, vulgaridad) que Chichikov personifica es uno de los atributos principales del demonio, en cuya existencia, permítasenos añadir, Gogol creía con mucha más seriedad que en la de Dios. La grieta de la armadura de Chichikov, esa grieta herrumbrosa que despide un olor débil pero espantoso [...], es la abertura orgánica de la armadura del demonio. Es la estupidez esencial de la пошлость universal. (Nabokov, 1997, pp. 62-63.)
En sus visitas a los terratenientes, el objetivo de Chichikov es siempre el mismo. El narrador prepara un tanto el terreno antes de que Chichikov lance su propuesta, de forma que el lector y el héroe captan los hábitos y las obsesiones de los terratenientes; éstas casi nunca son demasiado complicadas.
La tarea de Chichikov es la de aprender el algoritmo de cada persona, lo que hace al principio de cada visita. Él tiene entonces que convencerlos de que este trato no es diferente de cualquier otro, ayudándoles a aplicar sus algoritmos respectivos a este nuevo problema. Hasta el punto de que si hay alguna diferencia, él ha de mostrar que ésa juega en favor del vendedor. (Morson, p. 210.)
Chichikov tiene una personalidad camaleónica que se adaptará a la forma de negociar de cada terrateniente. Pese a ser un cuerpo extraño en medio de esos propietarios, se afana por cumplir las normas sociales por las que, en cierta medida, está obsesionado.
Chichikov además está representado, según Karlinsky (véase 1976, pp. 226 ss.), como un personaje asexuado cuya única libido se proyecta sobre el cofrecito que lleva, que tanto para Bielyi como para Nabokov sería su verdadera «esposa». El interés por la hija del gobernador surge en Pavel Ivanovich en tanto en cuanto su belleza no es «femenina», como demuestra el que su súbito interés por la joven, cuya identidad aún desconoce y que va en el carruaje con el que sufren el percance en el capítulo 5, se despliega en uno de los apartados más abiertamente misóginos de la obra:
¡Excelente mujercita! [...] Pero, ¿qué es lo mejor de ella? Lo mejor es que ahora, como se ve, apenas acaba de dejar el internado o el instituto; y que, en ella, como suele decirse, no hay nada de femenino, lo que quiere decir que le falta lo que las mujeres tienen de más desagradable. Ella ahora es como una niña, para ella todo es sencillo, ella dice lo que se le ocurre, se ríe donde quiere reírse. De ella, puede hacerse cualquier cosa, puede llegar a ser maravillosa o también puede irse a la mierda ¡y se irá a la mierda! Para ello, basta tan sólo con que la cojan su mamaíta y su tía. En un año o así, la llenarán de tanta femineidad que ni su propio padre la reconocerá. (P. 180, las cursivas son mías.)
Cuando en el baile del capítulo 8 Chichikov despliegue su atolondrada cháchara con la joven, muerta de aburrimiento, el narrador observará que el discurso del mismo era una repetición maquinal de otros ya empleados en veces anteriores. Tampoco en la consideración del papel central del amor en la construcción de los personajes de la novela romántica y posromántica encaja este peculiar mostrenco gogoliano que es Chichikov.
En los fragmentos conservados de la «segunda parte» de Almas muertas, la posición de Chichikov es sumamente inestable. Por un lado, él y su empresa son el único vínculo necesario entre la «primera parte» y sus consecuciones; pero, por otro, resulta estridente en un mundo que «camina hacia su redención». Tal vez, en esa «segunda parte», el autor hubiera debido hacer como el editor que aparece en el cuento de Ilf y Pietrov «Cómo se creó Robinsón», que, tratando de publicar un Robinson soviético, le propone al escritor moldavo encargado de escribirlo cambios y más cambios sobre la historia original de Defoe, hasta el punto de que al final, el individualismo insoportable de Robinson le parece prescindible y acaba proponiendo la eliminación del personaje de la obra que lleva su nombre. Seguramente, Gogol habría debido eliminar este personaje, demasiado autónomo ya como para dejarse manipular. El alma de Chichikov resulta intransformable y pese a las huecas «misiones piadosas» a las que le somete su autor, siempre logrará convertir cualquier situación en un nuevo delito o en una nueva traición. La única forma que encuentra Gogol de seguir manteniendo a Chichikov y expresar piedad, es sacándolo de escena o relegándolo a un segundo plano.
Manilov
Al igual que ocurre con otros personajes, lo verdaderamente peculiar de Manilov es su carencia de atributos, su ser un «ni fu ni fa, ni en la ciudad Bogdan ni en la aldea Sielifan» (tal como les ocurría a Chichikov o al gobernador). Gogol imprime a esta figura toques manieristas y de «atracción onírica» (inscrita ya en su nombre, derivado de манить,