La orfandad espiritual de Gogol (también convertido en un «alma muerta», rastreable en la indolencia de Tientietnikov o en el hastío de Platon Platonov) le llevará a pasar de la tutela intelectual de Puskin a la de otro personaje, el padre Matviei Konstantinovskii (del que quién sabe si no hay residuos en el personaje de Konstantin Kostansoglo), que, en justa lógica, le exhortará a nuestro autor: «¡Repudia a Puskin! Era un pecador y un pagano» (recogido en Karlinsky, p. 230). Los argumentos morales de Kostansoglo explicitan la negación del pope a Puskin (véase, por ejemplo, p. 511) y hasta su propia descripción física parece coincidir con las imágenes conservadas del padre Matviei (véase p. 510)
Desde 1846, Gogol, sacudido por una atroz ausencia de creatividad, no sólo continuará la reinterpretación de su obra anterior en clave religiosa sino que, a su vez, irá reorientando su religiosidad hacia un ascetismo cada vez más militante. Pareciera como si la aparición del padre Matviei en su vida fuera sólo una consecuencia lógica de su peculiar deriva personal. Para él, Matviei era una persona de grandes cualidades intelectuales en cuya figura veía la más pura ortodoxia, aun cuando no obstante representaba el aspecto más ascético y más monacal del cristianismo ruso[9]. Para Matviei, «El mundo es la negación de Dios; Dios es la negación del mundo, y no de una parte cualquiera sino del mundo entero, del mundo [...] como esencia absoluta» (Mierieskovskii, p. 125). En su opinión, toda la literatura de Gogol es «paganismo» inspirado por el maligno; pero es que hasta el propio cristianismo de Gogol le parecerá de inspiración diabólica. La esencia «fragmentada» de Gogol parece plegarse dócilmente a la compacidad del pope... es entonces cuando se le plantea la premisa de «renunciar a la literatura para entrar en el monasterio».
En opinión de Mierieskovskii, «renunciar a la literatura fue para Gogol no sólo una esterilización de sí mismo sino un suicidio» (1986, p. 131). De todas formas, calibrar la responsabilidad del padre Matviei en la destrucción de la «segunda parte» de Almas muertas y en la propia muerte del autor sigue siendo difícil; lo que sí que parece claro es que el concurso del pope precipitó sobremanera ciertas tendencias cada vez más acusadas en él, desde que la muerte del maestro Puskin lo dejara carente de orientación y de creatividad.
En esta época de agotamiento creador, Gogol verá cualquier obstáculo como una excusa para justificar su esterilidad.
La filosofía toda de sus últimos años, con ideas básicas como la de que «cuanto más oscuros sean los cielos más radiante será la bendición del mañana» nacía de la constante intuición de que ese mañana no llegaría nunca. Por otra parte, se encolerizaba si alguien sugería la posibilidad de acelerar la llegada de la bendición; «yo no soy un gacetillero, yo no soy un jornalero, yo no soy un periodista», escribía. Y a la vez que hacía todo lo posible por convencerse a sí mismo y convencer a los demás de que iba a sacar un libro de la máxima importancia para Rusia (y «Rusia» era entonces sinónimo de «humanidad» para su espíritu profundamente ruso), se negaba a tolerar rumores que él mismo generaba con sus insinuaciones místicas. (Nabokov, 1997, pp. 108-109.)
Nabokov presenta esta época como la de las «grandes esperanzas» en los lectores de Gogol: unos esperaban una denuncia mayor de la corrupción y la injusticia social, otros esperaban otra historia desternillante de principio a fin. Algunos, seguramente inducidos por las propias explicaciones de Gogol, esperarían una obra que plantease el comienzo de la redención de Chichikov (sólo un ser humano) y, con él, la de toda la humanidad... mientras
[...] en el país, se difundió la grata noticia de que Gogol estaba terminando un libro sobre las aventuras de un general ruso en Roma, que era de lo más gracioso que había escrito nunca. De hecho, lo trágico del asunto está en que, de los restos de ese segundo volumen que han llegado hasta nosotros, lo mejor son los pasajes referentes a ese absurdo autómata que es el general Bietrisiev. (1997, p. 109.)
El Gogol de la época de los Fragmentos selectos de una correspondencia con amigos (1847) se está convirtiendo en alguien que con creciente acento clerical les plantea a sus amigos lo que Nabokov resume como: «Dejad a un lado todos vuestros asuntos y ocupaos de los míos», tratándolos como discípulos y proponiéndoles la máxima de «el que ayuda a Gogol, ayuda a Dios». Pero sus propios conocidos dedujeron que Gogol se estaba volviendo loco o asumía aposta la pose de un iluminado. El tono paternalista se volverá intolerable incluso para algunos de sus amigos más próximos. Estaba inspirado por el espíritu y era algo así como un profeta cuyos pensamientos verían la luz en la continuación de Almas muertas. Mientras tanto, Fragmentos serviría como medio para infundir en el lector el estado de ánimo adecuado para leer esa continuación (véase 1997, pp. 113-114). En general, esta obra es una especie de delirante ética para ser aplicada por los propietarios en sus haciendas, por los funcionarios y por los cristianos rusos, que desde ahora habrán de verse a sí mismos como agentes de Dios. La respuesta de Bielin-skii a los Fragmentos descuartizará el engendro gogoliano y, al mismo tiempo, se convertirá en uno de los textos capitales del siglo XIX ruso. Esta carta contenía, además, una denuncia vigorosa del zarismo, por lo que la difusión de copias de la misma se castigó pronto con trabajos forzados en Siberia. Otros autores como Turguieniev añadirán, años más tarde, flores como: «¡En la literatura, no existe mezcla más innoble de orgullo y servilismo, de santurronería y fatuidad, del tono del profeta y del parásito!» (recogido en Mierieskovskii, 1986, p. 89). Lo cierto es que ni siquiera el padre Matviei aceptará la obra. Muy al contrario, arremeterá contra el capítulo XIV, en el que se habla del significado del teatro. En este apartado, Gogol pretendía demostrar el potencial moral del teatro, no sólo en autores como Shakespeare, Molière, Schiller o Goethe, sino en otros como san Dmitri de Rostov, uno de los santos ortodoxos más respetados, que era a su vez dramaturgo. Pero según el padre Matviei, «un libro religioso que anima a la gente a ir al teatro más que a la iglesia era, a sus ojos, una aberración» (Karlinsky, p. 272)[10]. Pese al vigor y a la universalidad de las críticas a Fragmentos desde todos los flancos, Gogol trató de contemporizar y no se derrumbó.
Aun reconociendo que el libro había sido escrito «en un estado de ánimo mórbido y constreñido» y que «la inexperiencia en el arte de esta clase de escritos había transformado, con la ayuda del demonio, la humildad que yo de veras sentía en un arrogante alarde de autosuficiencia» (o, como dice en otra parte, «me dejé arrastrar como un vulgar Jliestakov»)[11], mantenía con solemnidad de mártir inquebrantable que el libro era necesario, y ello por tres razones: porque había hecho que los demás le mostraran lo que él era, porque les había mostrado a ellos y a él mismo lo que eran, y porque había despejado la atmósfera general con la eficacia de una tormenta. Venía a ser lo mismo que decir que había hecho lo que se proponía: preparar a la opinión pública para la recepción de la «segunda parte» de Almas muertas. (Nabokov, 1997, pp. 117-118.)
Gogol se replantea pues, una y otra vez, la continuación de Almas muertas, sabiendo que su inspiración está seriamente mellada pero con la convicción de que será capaz de recombinar los elementos con los que va contando con la suficiente pericia como para conseguir un producto literario no sólo capaz de triunfar per se sino también capaz de reorientar la «primera parte». La premisa de su nueva creación sería