[...] Andriei Ivanovich se retiraba a su despacho para ocuparse con seriedad en una obra que había de abarcar a toda Rusia desde todos los puntos de vista: civil, político, religioso, filosófico; en ella, había de dar solución a problemas difíciles y a cuestiones espinosas que el tiempo le había planteado a aquélla y había de definir con claridad su gran futuro; en una palabra: contemplaba todo aquello que adora plantearse el hombre contemporáneo y en la forma en que a éste le gusta hacerlo. Por lo demás, la colosal empresa se limitaba más bien a una reflexión: la pluma iba siendo roída, en el papel aparecían dibujitos y, luego, todo esto se echaba a un lado, cogía en su lugar un libro y ya no lo soltaba hasta la hora misma de la comida... (P. 338.)
Quién sabe, por otro lado, si la nebulosa conspiración política en la que se vio envuelto Tientietnikov en su juventud (descrita con una falta de sutilidad indigna de la pluma de Gogol) no tendría también una lectura autobiográfica y si no habría que identificar a los facinerosos que manipulan el «alma cándida» de este personaje con algunos de los amigos más progresistas del autor.
Hay que decir que, en su juventud, se había visto mezclado en un asunto bastante insensato. Dos húsares filósofos que habían leído unos cuantos panfletos, un esteta que no había acabado aún los estudios y un jugador que se había arruinado, proyectaron cierta sociedad filantrópica bajo las órdenes de un viejo sinvergüenza y masón, también jugador de cartas, que no obstante era un hombre muy elocuente. La sociedad se organizó con el vasto propósito de conseguir la felicidad duradera para toda la humanidad, desde las orillas del Támesis hasta Kamchatka. Se necesitaba una enorme cantidad de dinero; los donativos que recogieron de miembros generosos fueron enormes. Adónde iba todo esto... sólo su dirigente supremo lo sabía. A esta sociedad lo arrastraron dos amigos que pertenecían a la clase de los amargados, buena gente pero que a causa de los frecuentes brindis en nombre de la ciencia, la educación y de los servicios futuros a la humanidad se hicieron luego verdaderos borrachos. Tientietnikov se dio cuenta rápidamente y salió de este círculo. Pero la sociedad para entonces se había enredado en algunas otras operaciones, ya no del todo decorosas para un noble, de forma que después sus asuntos concernieron también a la policía... Y por eso no es extraño que aunque se hubiera salido y hubiera roto cualquier tipo de relación con ellos, Tientietnikov no pudiera, sin embargo, quedarse tranquilo. Su conciencia no estaba del todo en paz. También ahora miraba a la puerta que se abría no sin pavor. (P. 479)
Tal vez ahí hubiera algún ajuste de cuentas; puede que contra el propio Bielinskii, cuya famosa carta hubo de escocerle mucho a Gogol. En todo caso, ello estaría en sintonía con la deriva radicalmente antioccidentalista que rezuman los torsos de la «segunda parte» (véase el apartado «La idea de Rusia en Almas muertas»).
Por otra parte, testigos como Alieksandra Smirnova o su hermanastro Liev Arnoldi hablan de que Gogol, en la tesitura de tener que incluir asuntos amorosos en la novela, unirá finalmente a Tientietnikov y a Ulinka. Los enredos políticos del pasado harán que el terrateniente sea deportado a Siberia, adonde ella le seguirá para probar su inocencia ante las autoridades y casarse con él. La hacendosa e inteligente Ulinka le salvaría y le curaría de su inactividad. Sin embargo, da la sensación de que la incapacidad para llevar al papel esas derivas sentimentales contribuyó también al bloqueo de la «segunda parte». «En un esfuerzo equivocado por convertirse en la clase de escritor realista por el que le tomaron sus contemporáneos, Gogol gastó once años intentando hacer de sí mismo un Turguieniev o un Goncharov de segunda fila» (Karlinsky, 1976, p. 242).
Bietrisiev y Pietuj
Bietrisiev es un general egocéntrico y susceptible, con un ligero toque de inocencia y de bondad. Pietuj es un personaje más plano con una poderosa capacidad para aparecer y desaparecer; generoso hasta el absurdo, amigo de sus siervos, loco por la comida pero corrompido por su falta de sentido patriótico y por un artificial esnobismo, que se manifiesta en su deseo de trasladarse a la ciudad en vez de quedarse en una hacienda que es el paraíso terrenal ruso, como puede verse en las poéticas escenas del río.
Estos dos personajes son en buena medida residuos literarios de la «primera parte», pero carecen del vigor de las construcciones de los protagonistas de aquélla. Desde el lado de la acción, resultan incoherentes, pues ni venden almas muertas ni cuentan con rasgos que resulten aprovechables dentro de una supuesta línea argumental. Podrían haber sido radicalmente diferentes y poco habría cambiado. Funcionan como meros apoyos de un desarrollo difuso. Para los dos, resulta muy adecuada la denominación de «autómatas», que Nabokov usa para Bietrisiev. Lo cierto es que el único resto del humor que recorría la «primera parte» se encuentra concentrado en las pocas páginas que ocupan estos personajes.
Kostansoglo
En 1839, tras la muerte de su tierno amigo Iosif Vielgorskii, Gogol va a Marsella, a contarle a la madre de aquél cómo fueron los últimos momentos de su vida. Desde ahí, se marcha a Viena, luego a Hanau, donde conoce al poeta eslavófilo Yasikov, y de ahí a Marienbad, donde se reencuentra con los Pogodin. Según Troyat, éstos le presentarán a un tal Benardaki,
personaje extraño, que se había enriquecido especulando con el grano, había comprado tierras y fábricas y poseía en el presente una enorme fortuna que gestionaba con inteligencia. Terrateniente de la nueva escuela y hombre de negocios prudente, tenía las ideas claras sobre la explotación agrícola, sobre el desarrollo de la industria, las bondades y las maldades de la servidumbre, la administración de las ciudades, el funcionamiento del aparato judicial, el control del crédito o el progreso de la instrucción pública. A través de sus discursos, trufados de aforismos y anécdotas, Gogol descubrirá el universo despiadado de la competencia, del beneficio, de la lucha por la conquista de los mercados. El elocuente y hábil Benardaki se convirtió para él en la encarnación del espíritu práctico. Hacia falta que el hombre ruso del mañana fuera así de clarividente, atrevido e íntegro. ¡Qué estupendo personaje de novela se habría podido sacar de este millonario cristiano! (P. 264.)
Para Troyat, este personaje debió de servir de inspiración para la creación de Kostansoglo.
No obstante, puede que Benardaki no sea el único modelo de Konstantin Fiodorovich Kostansoglo sino que tal vez pudieran también vislumbrarse en él, como ya he avanzado, rasgos del padre Matviei Konstantinovskii. Su aparente posición central en la «segunda parte» habría de ser el centro de la respuesta de Gogol al oscuro panorama social, humano y económico de la «primera parte». En realidad, la figura que resulta de la pluma de Gogol se parece bastante a la de aquellos empresarios propios del puritanismo ascético en los que Max Weber veía el origen del capitalismo. Naturalmente, Kostansoglo aparece imponiendo un cosmos en el caos de la «primera parte»: un cosmos donde el campesino disfruta con su servidumbre y no desea cambiar su situación.
Ahora bien, Gogol perfila un personaje tan compacto e impermeable, tan inasequible a la ironía y tan monótono en su perfección que resulta poco literario. Para Karlinsky, la falta de credibilidad o de atractivo de la figura de Kostansoglo pudo ser otra de las causas del atascamiento de la continuación de Almas muertas (véase 1976, p. 242). Por su parte, Vasilii Platonov, el hermano de Platon Platonov, no sería más que un apéndice circunstancial de la idea que Gogol quiere representar en Kostansoglo.
Koskariov
En su deseo por criticar las posturas de los occidentalistas, Gogol creará un personaje ridículo que trata de hacer de su hacienda una república ilustrada burocratizada.
Koskariov es un caso que conforta. Es necesario para que en él se reflejen, como caricatura, las notorias idioteces de todos nuestros cerebritos... todos estos cerebritos que antes de conocer lo suyo propio se pirran por las idioteces de los de fuera. Ahí tienes a los terratenientes de ahora: fundan oficinas, manufacturas, escuelas, comisiones... ¡El diablo sabrá lo que no creen! ¡Menudos cerebritos! (P. 516)
A través del escarnecimiento de este personaje imposible y de su hacienda, lanzará todo un catálogo de ataques a los valores de las modernas sociedades occidentales... algo que literariamente le reporta un nuevo