EL NARRADOR
La voz del narrador de Almas muertas tiene un notable peso específico. Presenta su relato como un producto en proceso y, aunque a veces se haga llamar autor, se considera a sí mismo como un personaje autónomo que media entre la acción y el público. Desde luego, no se limita a «contar el desarrollo de la acción» sino que también opina. En absoluto se hace transparente sino que se dibuja a sí mismo con unos rasgos muy concretos: «el autor ama extraordinariamente ser detallado en todo y, partiendo de ahí, pese a ser ruso, quiere ser cuidadoso como un alemán» (p. 111).
Su voz individual se despliega en especial en las digresiones, donde se plantean los temas que más parecen interesarle: su concepto de la literatura y su idea del héroe, su idea de la historia, etc. Uno de los párrafos más paradigmáticos en este sentido es aquel en el que el narrador reflexiona sobre las propias dificultades para abrirse camino de aquel escritor que, como él, no canta, como hacen otros, «a personajes que presentan elevadas cualidades humanas», con los que alcanzarán el general reconocimiento, sino a personajes vulgares, cotidianos, «fríos y rotos», que no le reportarán el aplauso ni el reconocimiento público sino sólo «el reproche y la denigración», sintiendo «lo áspero de su carrera y lo amargo de su soledad» (p. 220).
Sin embargo, frente a la idea convencional de narrador que todo lo controla, el de Almas muertas se ve a menudo socavado por la acción de los propios personajes de su relato; sin ir más lejos, después de haberse explayado para justificar su voluntad de no dar los nombres de las damas cuya escena va a narrar, éstas, nada más comenzar su diálogo, se llaman por sus nombres respectivos, desoyendo la voz del narrador o, lo que es lo mismo, negando cualquier tipo de ascendiente o de poder de él sobre ellas (véanse pp. 263-264). Es frecuente, a su vez, encontrarnos con escenas o personajes que plantean zonas de sombra a las que el narrador dice no acertar a llegar (véase pp. 237-238).
El cuestionamiento del papel del narrador desde la misma narración pone en evidencia una vez más el poder de ironía en la literatura gogoliana y la exaltación de la ficción en esta literatura (véase el apartado titulado «Estrategias de la ficción»).
LOS PERSONAJES
En cuanto a su significado general, podría aceptarse la opinión del autor en Fragmentos, cuando dice «mis héroes están cercanos al alma porque salen del alma; todas mis últimas creaciones son la historia de mi propia alma» (Gogol, 1992, p. 126). De este modo, en todos los personajes y en todos los vicios y virtudes que encarnan hay una parte de verdad, una parte de confesión del autor; la obra cobra credibilidad porque las pasiones y las miserias que circulan por ella han sido sentidas en primera persona por él: «[...] yo comencé a dotar a mis héroes con mi propia basura; una basura que habría de sumarse a sus inmundicias particulares» (1992, p. 128). La literatura adquiere entonces el carácter de un exorcismo: «Me he librado de muchas de mis basuras, en tanto en cuanto se las he transmitido a mis héroes, las he ridiculizado en ellos y he llevado a otros a reírse de ellos» (1992, p. 132). No obstante, resulta llamativo que todos los protagonistas de la «primera parte» sean seres negativos y deprimentes, hasta tal punto que la lectura de los tres primeros capítulos, según Gogol, le hizo exclamar a Puskin «¡Señor, qué triste es nuestra Rusia!» (véase 1992, p. 129). Tal vez, como señala Mijail Bajtin, el único héroe positivo de Almas muertas sea la risa (véase Bajtin, p. 576).
El grupo más importante de personajes de la obra es el de los terratenientes que reciben la visita de Chichikov. También aparecen algunos otros, típicos de la ciudad gogoliana, pero que, salvo en el caso de las dos damas del capítulo 9, tienen un tratamiento más superficial.
En general, los terratenientes de Almas muertas se ven inscritos en un esquema semejante. Reciben la visita de Chichikov y han de reaccionar ante un mismo estímulo:
Cada uno responde aplicando un sistema ya hecho, un algoritmo de comportamiento que usan en todas las circunstancias, sean las que sean, y que tras una estupefacción inicial, aplican a las almas muertas. En buena medida, igual que los siervos de Pliuskin han de ponerse el mismo par de botas cuando entran en su casa, cada uno de los terratenientes emplea el mismo método para resolver todos los problemas. (Morson, p. 210.)
No obstante, de los respectivos algoritmos de comportamiento de los personajes, éstos no sacan demasiado partido. Ni Nosdriov saca partido de su trampear; ni Sobakievich, de su misantropía; ni Pliuskin, de su tacañería.
Lo que parece ser un método aplicado de forma inexorable para conseguir un fin se convierte en un método aplicado inexorablemente sin una finalidad: una prisión del método, un paraíso estructuralista. Para Pietruska, leer es un ejercicio puramente formal que disfruta sin entender ningún contenido en absoluto y, para Pliuskin, la tacañería es su propia recompensa. En Almas muertas, el algoritmo lo es todo. (Morson, p. 215.)
Los personajes de la ciudad pertenecen al ámbito de la pose y la especulación. Las formas de la vida social urbana son la fenomenología de la muerte de sus almas. Por otro lado, la ciudad, corrompida y abotargada es incapaz de impartir la justicia que se le supone: ha de juzgar el comportamiento de Chichikov y muestra tan mal tino que no entiende siquiera si la compra de almas muertas es un delito, pero se desquita imputándole a Chichikov un intento de rapto de la hija del gobernador del todo imaginario.
Lotman establece su propio criterio para clasificar los personajes: unos estarían en movimiento: Chichikov, Nosdriov y las almas fugitivas (los campesinos prófugos); otros permanecerían estáticos: todos los demás, incluidas las almas muertas (véase 1997, p. 657). El propio Chichikov se vería a sí mismo como un «alma fugitiva»... una de esas que, sobre el papel, es como si estuviese muerta (véase el capítulo 6). La división de Lotman podría llevarnos incluso a proponer otra, en razón de un criterio espacial muy acorde con la idea de Gogol de reproducir en Almas muertas el esquema de la Divina comedia de Dante[13]: 1) almas muertas; 2) almas fugitivas, y 3) almas vivas, lo que correspondería con el esquema paralelo de 1) infierno = «primera parte», en la que predominan las almas muertas: los terratenientes y los funcionarios de la ciudad que aparecen; 2) purgatorio = «segunda parte», con algunas almas fugitivas (Tientietnikov, Platon Platonov, Jlobuyev), auxiliadas por santos como Kostansoglo, Vasilii Platonov, Murasov o el príncipe; y 3) paraíso = hipotética «tercera parte» en la que todos habrían de haber sido buenos. El problema estructural de la «segunda parte» era el de qué hacer con las almas muertas que seguían apareciendo por doquier: las «reales» que compra Chichikov y las simbólicas de Bietrisiev, Pietuj, Koskariov, los funcionarios de la ciudad...
En general, como dice Andriei Bielyi, cada uno de los personajes cuenta con muchas particularidades imperceptibles que dan fe en realidad de lo difícil que era retratar a esos señores. Es más, «el propio Gogol no ofrece ningún retrato de ellos sino su esquema gestual y lo planta como si fuera una pantalla o, más bien, como un disfraz» (1996, p. 99). Conocer más de cerca a algunos de los personajes permitirá valorar mejor la complejidad de su construcción.
Chichikov
Pese a la sugerente propuesta de Morson que dice que el verdadero héroe de Almas muertas es el proceso de explicación (véase p. 209), el papel central y conductor de la obra lo posee Pavel Ivanovich Chichikov.