En agosto de 2013 publiqué una nota reprobando la impericia comunicacional del gobierno que, frente a poderosos formadores de opinión como los periódicos citados, invirtió el eje de la cuestión haciendo hincapié en la ida de Colón en lugar de priorizar la llegada de Azurduy (Valko 2013c). En este caso, el orden de los términos afecta al producto. ¿A qué me refiero? La idea fundamental, más que erradicar al almirante del patio trasero de la Casa Rosada, era emplazar allí a una figura de la emancipación. Veamos a qué me refiero.
La geografía que circunda la Plaza de Mayo es el centro neurálgico del poder simbólico del país. A vuelo de pájaro su sacralidad abarca el Cabildo, la austera Pirámide de la Revolución, la estatua ecuestre de Belgrano y la Casa Rosada. Desde allí emerge una línea visual que la conecta con el Congreso Nacional. La Plaza de Mayo es el epicentro político, por ende, que en sus inmediaciones merodee don Cristóbal no es lógico. En cambio, resulta comprensible que, así como el frente de la Casa Rosada está custodiado por la estatua ecuestre de Manuel Belgrano, sea acertado que la parte posterior se encuentre amparada por Juana Azurduy conformando los ejes de un mandala protector de las guerras de independencia.
Finalmente, la estatua de bronce de Azurduy, elaborada por Andrés Zerneri y que fuera costeada por el gobierno boliviano, se inauguró el 15 de julio de 2015 en una ceremonia a la que asistieron Evo Morales y Cristina de Kirchner. Sin embargo, las idas y vueltas no habían terminado. A la polémica sobre la mudanza y el reemplazo se sumó un inconveniente adicional: Juana no estaba terminada. En el apresuramiento por inaugurar la obra no le dieron tiempo a Zerneri para darle el patinado final que no solo le otorga un color definido sino que protege el metal de las inclemencias del tiempo.
Había algo más. A la controversia pública sobre cuál de las dos estatuas merecía ocupar aquel espacio, se sumó la variable estética comparando la representación de Colón, esculpido en mármol de Carrara en Italia por el internacionalmente consagrado Arnaldo Zocchi, frente a Juana Azurduy, elaborada en un galpón de la ex-ESMA por el compatriota Andrés Zerneri con bronce donado por Bolivia. Con un racismo evidente agazapado entre líneas, distintos medios hicieron un festival de sapiencia estética castigando duramente la hechura de la revolucionaria altoperuana: “la obra encargada a Andrés Zerneri no resiste las mínimas pautas de calidad artística. Se trata de una obra mediocre de una elaboración tan pobre como su imagen” (Clarín, 15/12/2015); “el monumento a Azurduy deja mucho que desear en cuanto a calidad estética: no sólo no armoniza con el estilo arquitectónico de la Casa de Gobierno sino que fue esculpido con un material de baja calidadque le da, a poco de inaugurado, un desagradable aspecto de deterioro” (Infobae, 19/01/2018).
El resultado electoral de diciembre de 2015 no hizo más que precipitar las cosas para que la presencia de Juana en el patio trasero de la Casa Rosada tuviera la fugacidad de un cometa. El domingo 16 de septiembre de 2017 a raíz de las obras del Parque del Bajo fue trasladada hasta la Plaza del Correo. Se trata de una relocalización más que curiosa, ya que el actual gobierno de Cambiemos posee una visión histórica muy diferente de la de su antecesor. Si no hubiera sido por una cuestión del enorme costo del traslado, sin duda la habrían invisibilizado arrojándola a espacios menos neurálgicos, como alguna plazoleta ignota del barrio de Barracas, Lugano I y II o el Bajo Flores. Sin embargo, terminan moviéndola apenas unos cientos de metros reubicándola no lejos del emplazamiento anterior, en un sitio de enorme potencialidad perceptiva como es la plaza frente a la ex Secretaría de Comunicación, rebautizada luego Correo Central y aún hoy Centro Cultural Kirchner. Vale destacar que su nueva posición permite una cercanía con el conjunto escultórico que posibilita que el público la aprecie y se tome fotos con la enorme revolucionaria, como con el dinámico sector posterior que Azurduy carga a su espalda, transformándose en una nueva postal turística de la ciudad, contradiciendo la opinión de tanto especialista en preconceptos.
Mientras escribo estas líneas, Juana Azurduy todavía carece del recubrimiento para ocultar la base de concreto. Pasado más de un año del traslado, la desidia del Gobierno de la Ciudad es evidente, apenas culminó los trabajos del patinado para evitar el deterioro, en tanto terminaron de ensamblar a Colón en el espigón de la Costanera Norte donde disfruta del aire del río/mar que lo trajo a este lado del mundo, comenzando la larga noche del Descubri-MIENTO. Algunas organizaciones que le han tomado gusto a la pulseada de que sí y de que no presentaron ante la Corte Suprema un recurso de amparo para que el almirante regrese a su lugar original. Incluso, en diciembre de 2017 se realizó en el Teatro San Martín de la ciudad de Buenos Aires una selección pública para determinar qué obra debía ocupar ese disputado espacio sagrado. El proyecto denominado “Monumental” de las artistas plásticas Sofía Medici y Laura Kalauz contó con el auspicio de la Dirección de Cultura de la Ciudad y realizó en 2017 un concurso público, para el cual fui designado como jurado, donde se invitó a la comunidad a presentar propuestas para ser emplazadas en ese espacio. Mi voto, como consta en actas, fue para Juana Azurduy.
Entre tanto, pocos tienen presente que los bloques de mármol de Carrara de la obra de Zocchi aún lucen las heridas provocadas por el impacto de las bombas que la aviación arrojó en 1955 contra las inmediaciones de la Casa Rosada en el mayor atentado terrorista que registra la historia argentina.
Con sus idas y vueltas, con sus detractores y defensores, las estatuas nos acompañan como si fueran deidades que padecen y participan de las luchas e intrigas de los seres humanos. Nunca están inmóviles. Fingen. Con su puesta en escena nos ofrecen un quietismo que tiene más de simulación que de inocencia. Desde su infinita temporalidad de bronce y de mármol buscan disciplinarnos con modelos a seguir como el severo exorcizador que nos aguarda en un amable jardín franciscano.
El extirpador de idolatrías
El caso que veremos a continuación es, a mi juicio, la muestra más explícita de la práctica de racismo comunitario de nuestro territorio y por ello le destiné una serie de notas preliminares que, si bien breves dado el espacio, fueron útiles para llamar la atención (Valko, 2008a, 2010, 2013b). Hace más de una década tropecé con ella de pura casualidad. Vale la pena rescatar el episodio, ya que muchas veces el azar interviene en las investigaciones, al menos en las mías. Al final de una conferencia en la ciudad de Santiago del Estero, un grupo de asistentes me advirtió que no podía regresar a Buenos Aires sin echarle al menos un vistazo. Así es que esa noche, después de cenar, me llevaron para que pudiera constatar si era tan ofensiva como me habían advertido. Al verla comprendí que el problema es mucho más vasto que la conflictiva estatuaria de ciertos caballos con generales.
Se trata del conjunto escultórico en honor del santo Francisco Solano (1549-1610) emplazado en el jardín del “Convento de San Francisco que fue el principal y más noble durante el siglo XVI y principios de XVII” (Di Lullo, 1960: 14). Este fraile llega a América en 1589 donde comienza su tarea religiosa evangelizando a destajo a muchedumbres de indios. Recorre la zona andina, Tucumán, Paraguay y también Santiago del Estero, donde lo encontramos hacia 1593. Cuando comenzó la construcción del templo franciscano, muchos lo tildaron de “fraile loco” porque orientó