La actualidad del padre Juan de Mariana. Francisco Javier Gómez Díez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Javier Gómez Díez
Издательство: Bookwire
Серия: Actas UFV
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788418360176
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decisión, teoría de juegos, etc.). Pero, por otro lado, hay una economía en beta-1 y beta-2 que tiene que ver con la praxis (la praxeología del individuo de que hablan los economistas austríacos, una «economía doméstica») y con la política económica (esto es, con la «economía política», que mete en juego a los Estados, de la que hablan los economistas marxistas), sujetas ambas a presupuestos ideológicos y filosóficos (a la acción de ideas, no solo de conceptos).

      El cierre de la economía clásica puede anclarse a finales del siglo XVIII y ligarse al nombre de Adam Smith, aunque Schumpeter sostuviese en su monumental Historia del análisis económico que el mérito de La riqueza de las naciones (1776) no residía en su originalidad, ya que no contenía ni un solo principio ni un solo método que no hubiese sido formulado antes por teólogos escolásticos o filósofos del derecho, sino en haber coordinado estos aportes dispersos y desarticulados. Este primer intento de cierre, un cierre parcial, se fijó en la rotación recurrente de bienes entre módulos productores y consumidores, a través del dinero, en el marco de un único Estado (de una nación política), porque el radio de acción económico ya no era la casa o el monasterio, el de la economía de raigambre aristotélica, sino otro mucho mayor, a otra escala.8 Pero, paradójicamente, este cierre tentativo primaba al mercado frente al Estado, que era segregado como un factor externo o exógeno (fundamentalismo de mercado).

      El problema con esta cláusula metodológica de cierre, que barre la política de la economía, es que obvia el influjo económico de la dialéctica entre Estados e imperios (del equilibrio geopolítico o de las guerras). Contra la tesis liberal austríaca de que son los Estados los que corrompen el capitalismo, hay que observar que son los Estados quienes lo posibilitan al asegurar la recurrencia del mercado, porque es el Estado el que establece la moneda, protege los mercados, crea las infraestructuras, conforma mediante la educación a los futuros productores y consumidores, etc. En suma: «La diferencia entre un Estado liberal y un Estado socialista no es una diferencia entre economía libre y economía intervenida, más bien es una diferencia entre economías intervenidas según determinadas proporciones».9 Toda economía es economía política, pero hay muchas economías políticas, y esto nos pone ante la necesidad de intersectar la tabla contenida en el Ensayo sobre las categorías de la economía política con otras tablas, con las pertenecientes a otros Estados, lo que cuestiona el cierre de la categoría económica.10

      Los economistas austríacos recelan de la aplicación de las matemáticas a la economía (de la economía como ciencia alfa-2, de la «alquimia estadística», por decirlo con Keynes), ya que el formalismo matemático sirve para calcular unos estados de equilibrio propios de los economistas neoclásicos más aparentes que reales. A causa de esto, consideran con Mises que la economía se resuelve en una praxeología (beta-operatoria), en una suerte de ciencia como saber hacer (acepción i), o a lo sumo en una ciencia en la que predominarían los juicios a priori y que no puede ser verificada ni refutada a través de los datos observables (acepción ii). No sería, por tanto, una ciencia positiva y humana en el sentido de las acepciones iii y iv expuestas arriba. Algunos liberales, como Juan Ramón Rallo, han tenido que salir a defender la teoría austríaca de la acusación de pseudociencia, ya que antepondría ciertos presupuestos nematológicos (la libertad humana, la propiedad privada, el mercado, etc.) a los hechos. Unos y otros, atacantes y defensores, están faltos de una teoría de la ciencia potente. Los críticos, por confundir el sombreado de curvas matemáticas con la economía. Pero tampoco hemos de regatear críticas a los componentes más metafísicos del liberalismo, como el individualismo metodológico, que confunde ética, moral y prudencia política, así como distorsiona la economía al soslayar que esta desborda al ego esférico, que entre Robinsón y el Imperio norteamericano hay un hiato insalvable.

      Desde estas coordenadas, las teorías de Juan de Mariana solo a posteriori pueden leerse como teorías científico-económicas, porque la cristalización de la ciencia económica se produciría avanzado el siglo XVIII y tendría más que ver con la desenvoltura de ciertas técnicas ligadas a comerciantes, mercaderes, banqueros, contables, etc., en el contexto del surgimiento de los diferentes imperios del mundo atlántico, que con ciertas teorías desarrolladas por memorialistas, arbitristas y teólogos. En todo caso, sería la idea (filosófica) de economía política lo que tendría un precedente en los escolásticos españoles, y no por azar, sino porque habría sido en el marco del Imperio español donde habrían comenzado a observarse ciertas paradojas, inexplicables desde las doctrinas medievales sobre la economía doméstica (oeconomia a secas), relacionadas con la llegada de la plata y el alza de los precios tras el descubrimiento de América.11 La madre de la ciencia económica (como saber de primer grado) no sería, según esto, la teología, sino la técnica (ciertas técnicas y tecnologías); y lo que la teología escolástica habría ayudado a alumbrar es una especie de filosofía económica (como saber de segundo grado).

      En otro punto, hay que advertir que la concepción de la economía del padre Mariana está aún más cerca de la economía doméstica de raigambre aristotélica que de la economía política moderna. Además, lo suyo sería más bien una suerte de teología económica (sin perjuicio de que la economía moderna sea una especie de economía teológica a la luz de la «inversión teológica» de la que hablaremos más abajo),12 dado que muchas de sus tesis son inseparables de la teología moral e incluyen teorías metafísicas en un campo en apariencia científico. Con respecto a la filosofía política, nos encontramos con la forja de una historia nacional, de España como «nación histórica» (lo que desde una perspectiva materialista no sería sino una pieza más del mapamundi filosófico —expresado por la gran escolástica española en latín en función del catolicismo— que el Imperio español empleaba para orientar sus planes y programas). Pero la célebre defensa del tiranicidio se sustenta en que el tirano, aparte de vulnerar la propiedad de sus súbditos, es —y aquí Mariana mezcla la economía y el derecho con la moral y la ética— vicioso, lujurioso y cruel. El jesuita oriundo de Talavera preconiza el tiranicidio si, y solo si, el príncipe se hace «intolerable por sus vicios y por sus delitos». El tirano se deja llevar por sus pasiones, «viola la castidad», «hace estragos en todas partes con sus uñas, dientes y cuernos» y «desafía con su arrogancia e impiedad al propio cielo».13

      No es de extrañar que haya quienes, como Mario Méndez Bejarano, en su Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX (1929), sospechen que la defensa de la educación virtuosa del príncipe y del tiranicidio, llegado el caso, más que esconder una apología de la libertad, oculta un deseo de mermar el poder real para que la Iglesia obre sin obstáculos; y es que los liberales austríacos suelen olvidar que Mariana demanda que el clero tenga representación en las Cortes por derecho propio, que disfrute de jurisdicción señorial, que se respeten punto por punto los mandatos episcopales o que el monarca anteponga cierto pragmatismo político cuando se apreste al servicio de la fe católica. En el libro I, capítulo X, del De rege Mariana insta a que el príncipe no legisle en materia de religión y procure que queden intactos las inmunidades y los derechos de los sacerdotes. Y, más adelante, en el libro III, capítulo II, aconseja al príncipe que nombre a sacerdotes y teólogos mejor que a jurisconsultos como magistrados. Entre Iglesia y Estado solo debía haber lazos de amor.

      Por decirlo rápidamente: si Mariana puso coto a la potestad real, no lo hizo por defender una libertad individual irreconocible en la época, sino por defender cierto equilibro entre las «dos sociedades perfectas», cada una en su género (Estado o república —como escribe Mariana— e Iglesia), en unos tiempos convulsos marcados por la Reforma y el hecho, común con las sociedades islamizadas, de que la reina de Inglaterra era ya simultáneamente la papisa de la Iglesia anglicana. Aún más: la crítica a la política de Mariana, que tanto gusta a sus lectores liberales, deriva —como ha anotado Braun14— más que de un convencimiento propio, de un agustinismo mitológico de partida que considera depravada y corrupta la naturaleza humana, mancillada por el pecado original: la Ciudad de Dios vs. la Ciudad terrenal; Alejandro y César como «fieros predadores». Solo en el sepulcro se recobraría el descanso que al nacer perdimos.

       IV

      Tanto la economía como la historia y, en general, las ciencias humanas