Pécaut (2004) considera que esta hegemonía se debe a la crisis de los Estados nación, que fungían como articuladores de identidades colectivas y procesos históricos. González Calleja (2013) amplía este análisis, considerando que el futuro, que antiguamente se consideraba en términos de revolución o progreso, hoy ha perdido esta posible trascendencia. De esta manera, esos ejercicios retrospectivos buscarían encontrar elementos para poder reconstruir una noción posible de futuro, ya sin «el estímulo de las grandes utopías políticas y sociales» (p. 10).
En lo que hace a la revolución como destino inexorable, sujeta a leyes de la historia que conducirían a ese fin (Benasayag y Schmit, 2010), las denominadas crisis de los metarrelatos tienen una dimensión particular, que impacta también en una noción de sujeto histórico actor de esos procesos de cambio y en la propia historia como disciplina.
Para Vezzetti (2009), esto revierte el sentido de la historia, organizado ahora en torno al pasado, fundamentalmente a los genocidios, no ya al hecho revolucionario como suceso inevitable. En la perspectiva histórica anterior, las víctimas eran un precio, generalmente anónimo, a pagar por ese futuro mejor (Zamora, 2010).
Erll (2012), por su parte, sitúa esta preocupación actual por el tema de la memoria en el campo de los estudios culturales. Destaca que la caída de la Unión Soviética y el Holocausto, principalmente, permitieron visualizar y destacar la transmisión oral de la experiencia y una multiplicidad de memorias étnicas, en el marco de una creciente interculturalidad. En esta perspectiva, la memoria es un fenómeno enteramente cultural, que se debe abordar necesariamente desde una mirada transdisciplinaria que permita superar las diferencias arbitrarias que la ciencia moderna coloca entre una disciplina y otra.
Por otra parte, cabe mencionar que existen, en el campo particular de la psicología, dos campos de estudio en torno al tema de la memoria: el que la analiza como una facultad individual, generalmente de carácter biológico-psíquico, y el que destaca su aspecto sociocultural, vinculándose en general a una perspectiva de defensa de los derechos humanos. Este último es el que ha tomado más volumen en los últimos años, aunque existen entre estas dos dimensiones numerosos puntos de contacto (Serna Dimas, 2015).
En este contexto, y como consecuencia de los desplazamientos histórico-epistemológicos mencionados, toma actualmente mayor volumen el trabajo de Halbwachs (1925/2004; 1925/1994) en torno a la memoria, sus varias dimensiones y formas de transmisión y conservación. A partir de su interlocución inicial con Bergson, este sociólogo francés rescató las nociones de memoria pura y memoria hábito, poniendo a la primera en discusión al afirmar que la memoria se reconstruye en el presente, a partir de la pertenencia a grupos sociales y por los nuevos acontecimientos producidos. De esta manera, la propia posibilidad de identificar una memoria exclusivamente individual separada de la social, eventualmente inalterable en parte de sus contenidos, se coloca también en cuestión.
En esta perspectiva, los denominados marcos sociales de la memoria son los que le otorgan contexto y material a esta memoria colectiva. Estos pueden ser la clase social, la religión o la familia; también pueden incluirse aquí el tiempo, el lenguaje y el espacio. Entre estos tres últimos, el lenguaje ocuparía un lugar predominante como vehículo de transmisión; el espacio y el tiempo situarían la información en coordenadas concretas. Cuando estos marcos desaparecen, desaparecería también la memoria asociada a los mismos.
Por otra parte, en esta misma perspectiva, para Ricouer (1999) la memoria colectiva es
solo el conjunto de las huellas dejadas por los acontecimientos que han afectado al curso de la historia de los grupos implicados que tienen la capacidad de poner en escena esos recuerdos comunes con motivos de las fiestas, los ritos y las celebraciones públicas (p. 19).
Según este autor, la memoria colectiva tiene que ver con las marcas producidas por los acontecimientos que incidieron en la historia de un grupo, aun si no han sido vividos por sus integrantes de forma personal, transmitiéndose por medio de generaciones anteriores.
En este orden, la memoria colectiva estaría compuesta por una serie de experiencias individuales y colectivas que
dan cuenta de la historia de un grupo social o una comunidad; generalmente trata sobre una temática específica y en ocasiones se forma sobre la base de la enseñanza recibida de los otros integrantes del grupo social (Lara Melo, 2002, p. 74).
Pollak (2006) viene a contribuir posteriormente con un problema ausente en la obra de Halbwachs: la manera en que ciertas memorias se tornan hegemónicas, en detrimento de otras, y los procesos de disputas de poder involucrados en este predominio. Cuando estas memorias se tornan oficiales y se privilegian ciertos recuerdos sobre otros, se podría hablar de memorias encuadradas, que coexisten con otras, relegadas, de un eventual poder cuestionador.
En este espacio de disputa,
Cuando la memoria y la identidad están suficientemente constituidas, suficientemente instituidas, suficientemente conformadas, los cuestionamientos provenientes de grupos externos a la organización, los problemas planteados por otros, no llegan a provocar la necesidad de proceder a la reconfiguración, ni en el nivel de identidad colectiva ni en el nivel de identidad individual (Pollak, 2006, p. 41).
Ansara (2009), por su parte, destaca las memorias de resistencia construida por las luchas populares, definiéndolas, en una perspectiva vecina a la de Pollak, como memorias subterráneas, relegadas por causa de grupos de poder, en disputa por la hegemonía de la memoria histórica.
Pollak (2006) plantea que el problema que a largo plazo suscitan estas memorias clandestinas «es el de su transmisión intacta hasta el día en que puedan aprovechar una ocasión para invadir el espacio público y pasar de lo no dicho a la contestación y la reivindicación» (p. 24, citado en Bravo, 2016).
Todorov (2000) destaca también las memorias que denomina literales, que son aquellas que no remiten más que a sí mismas. En este sentido, para Toro y Camacho (2005), la memoria literal
se atiene a una repetición de secuencias de hechos que quiere avalar. Este ejercicio de la rememoración se confunde con la conmemoración y es muy pertinente cuando quien recuerda encuentra un lugar en el pasado como víctima de los eventos que recuerda (p. 31).
La memoria ejemplar, a diferencia de la anterior, sería la que, a partir de una crítica a los sucesos anteriores, se plantea su superación a través de la justicia y el castigo a los responsables.
Este aumento del interés por la cuestión