–Es un tanto abrumador –le dijo la rubia y refinada Jayne.
Hillary se puso de puntillas para ver mejor.
–Y es increíble.
–Abrumador.
De repente Celia se dio cuenta de que Jayne Hughes realmente se preocupaba por ella.
–Adelante. Ve y pregunta.
–¿El qué? –preguntó Jayne.
–Por qué estoy aquí. Por qué estoy con Malcolm –miró hacia el escenario.
Malcolm se estaba sentando frente a un piano. En el pasado solía sentarse a su lado y tocaba con él, o le acompañaba a la guitarra.
–O a lo mejor ya conoces la historia.
–Solo sé que Malcolm y tú crecisteis en la misma ciudad, y habéis venido aquí para huir de un acosador –Jayne se alisó su impecable cabello. Le llegaba hasta los hombros y llevaba un corte perfecto.
Era la esposa perfecta para el magnate de un casino.
Celia volvió a mirar hacia el escenario. La dulce voz de barítono de Malcolm la envolvía.
–Nos conocemos desde que éramos niños. Salíamos juntos cuando estábamos en el instituto.
Jayne echó la cabeza a un lado.
–Eres distinta a las otras mujeres con las que se le ha visto.
Celia se preguntó si se refería a las mujeres con las que realmente salía, o a las que aparecían en las fotos.
–¿De qué manera soy distinta?
–Eres lista.
–Seria –añadió Hillary.
–Y no te pegas a él como una lapa.
–Culta –dijo Hillary.
Según la descripción, era la persona más aburrida del mundo.
–Gracias por el… eh…
–Cumplido –dijo Hillary–. Desde luego. Malcolm no es tan superficial como quiere aparentar ser.
Jayne empezó a mover un pie al ritmo de la música. Era una de las canciones más animadas de Malcolm.
–Conocí a Malcolm hace siete años. En todo ese tiempo, nunca le he visto con amigos que no fueran sus colegas del colegio. Incluso su representante fue a la escuela militar con él.
Hillary levantó un dedo.
–Y está muy apegado a su madre. Claro.
Celia sonrió tensamente.
–Debes de haber sido muy importante para él –dijo Jayne. Los ojos se le habían iluminado.
–Tenemos una historia.
–Y somos unas curiosas –añadió Hillary–. No nos hagas caso, Celia. Vamos a disfrutar del concierto.
Celia se volvió hacia el escenario. Un solitario foco apuntaba hacia una silla vacía con una guitarra apoyada contra ella. Malcolm se sentó y apoyó la guitarra en la rodilla.
–Tengo una nueva canción que me gustaría compartir con todos vosotros esta noche. Es una canción muy sencilla, que viene directa del corazón.
Celia aguantó las ganas de poner los ojos en blanco, recordando cómo le había dicho que no creía en las canciones de amor de cantaba.
Pero con el primer roce de sus dedos contra las cuerdas, tuvo que contener la respiración. El estómago se le agarrotó.
Cada acorde rasgado y tocado confirmaba sus peores temores. Le tocaba el alma y la hacía estremecerse de pies a cabeza. Aquello era un golpe bajo, injusto, con el objetivo de hacerla derrumbarse. No sabía si llorar o gritar mientras él cantaba las primeras notas de aquella canción que había hecho para ella tantos años antes.
Cantó Playing for Keeps.
Capítulo Ocho
La melodía de Playing for Keeps seguía retumbando en su cabeza incluso después de haber terminado el primer bis, recordándole aquella época en la que sí creía en ello. El público confiaba en aquel mensaje simple y sensiblero.
Malcolm salió del escenario por el lado derecho. A lo mejor no había sido una buena idea usar esa canción para llegar al corazón de Celia. No era capaz de ver la expresión de su rostro en la oscuridad y eso le ponía cada vez más inquieto. Por suerte sus colegas de la Hermandad Alfa estaban ahí con ella.
El largo camino del recuerdo era un arma de doble filo, pero tenía que tener presente su objetivo en todo momento. Tanto Celia como él tenían que llegar hasta el final. Era hora de enterrar el pasado y de mirar hacia el futuro. Los aplausos y ovaciones que oía a sus espaldas no significaban nada si no era capaz de arreglar las cosas con Celia de una vez y por todas.
Estaba hermosa con ese vestido de seda color zafiro. No podía apartar la vista de su escote. Sus curvas femeninas siempre le habían vuelto loco y le robaban la habilidad de pensar.
Quería tenerla desnuda entre sus brazos una vez más. Lo necesitaba más que respirar, más que hacer otro concierto o resolver otro caso de inteligencia. Tenerla en su cama se había convertido en una prioridad. Jamás desearía a una mujer tanto como a ella.
Al acercarse, no obstante, se dio cuenta de que había cometido un gran error con la canción. Ella tenía los labios contraídos y los ojos le brillaban de pura rabia.
Dolor.
Malcolm se sintió como si acabaran de darle un puñetazo. No quería hacerle daño. Adentrándose en las sombras del backstage, le tendió una mano.
–Celia…
Ella levantó ambos brazos, manteniendo la distancia.
–Un gran concierto. A las fans les encantó esa nueva canción tuya. Enhorabuena. Bueno, ahora, si me disculpas, tengo que irme a dormir. Parece que tengo muchos guardaespaldas, así que estoy más que protegida –sonrió un instante y entonces dio media vuelta.
Hillary Donovan miró a Malcolm un momento. Le dio un codazo a Jayne y echó a correr tras Celia. Los guardaespaldas se dispersaron y rodearon a las mujeres con discreción.
Malcolm se apoyó contra un palé de amplificadores de repuesto.
De repente sintió una mano sobre el hombro. Troy Donovan estaba a su izquierda, y Conrad Hughes a la derecha. El magnate de los casinos estaba de mejor humor desde que se había reconciliado con su mujer.
Troy le dio un golpecito entre los hombros.
–¿Mujeres?
–Siempre.
–¿Un consejo? Dale espacio.
–Pero no mucho, no vaya a pensar que la estás evitando –dijo Conrad, interrumpiéndoles.
–Dale tiempo suficiente para que se calmen los ánimos, sea lo que sea lo que hayas hecho.
–No puedo permitirme el lujo de darle tiempo, no con…
–Un acosador –Troy terminó la frase–. Muy bien. Tiene guardaespaldas. Estaremos en la habitación de al lado, jugando a las cartas. Mientras tanto, tú les sonríes a los periodistas un rato y volvemos al ático cuanto antes.
La propuesta era difícil de rechazar.
El paseo en limusina por las calles de París fue una extraña experiencia a esas horas de la noche. El Arco del Triunfo brillaba en la distancia. Celia hacía todo lo posible por rehuirle la mirada y los demás trataban de conversar para llenar el incómodo silencio.
Cuando por fin llegaron