Echó a un lado la manta. De repente oyó un ruido proveniente del exterior. Fue hacia la ventana y abrió las persianas de madera.
<<Oh, Dios mío>>, pensó, conteniendo el aliento. Se apartó rápidamente.
El jardín estaba atestado. Coches, furgonetas de los medios, decenas de personas que llegaban hasta la acera… Cerró las persianas del todo y pasó el pestillo de las ventanas. Su casa estaba invadida y estaba claro que no tenía nada que ver con el acosador.
Recogió el albornoz del pie de la cama y fue hacia la puerta, poniéndoselo por el camino. Se dirigió hacia el salón.
Nada más entrar se detuvo en seco. Malcolm estaba tumbado en el sofá. Solo llevaba unos vaqueros y tenía la manta enroscada alrededor de la cintura. Celia contuvo el aliento. Los músculos que había intuido por debajo de la camisa estaban al descubierto. ¿Por qué no le había salido barriga ni se había quedado calvo? Por lo menos podría haberse convertido en un idiota vanidoso.
Se arrodilló junto al sofá. Le puso la mano en el hombro. El calor de su piel la invadía por dentro. Quitó la mano de inmediato.
–¿Malcolm? Malcolm, tienes que despertarte.
Él se incorporó de un salto, empuñando un arma. Tenía una pistola en la mano. Apuntó al techo.
–¿Malcolm? –Celia gritó–. ¿De dónde ha salido eso?
–Es mía y está registrada. La tengo por protección, y creo que no viene nada mal, dado que te están amenazando. Seguro que cualquier posible intruso se asusta más con ella que si les doy en la cabeza con una partitura enrollada –puso el arma sobre una mesita con una sonrisa en los labios–. Será mejor que no me des sorpresas cuando estoy dormido.
–¿Las fans acosadoras te despiertan a menudo? –Celia se frotó los brazos. De repente sentía mucho frío.
–Cuando entré en las listas de éxitos por primera vez, una fan logró pasar los controles de seguridad y entró en mi casa. Pero desde entonces no. Sin embargo, eso no quiere decir que vaya a bajar la guardia. Mi equipo de seguridad es una pared impenetrable.
–¿Entonces por qué duermes con la pistola?
–Porque tu vida es demasiado valiosa como para confiar en alguna otra persona. Tengo que estar seguro.
Celia sintió que el corazón se le encogía. Se aclaró la garganta y señaló la ventana del salón, que estaba tapada por una simple persiana blanca, sin cortinas.
–Mira ahí fuera.
Malcolm arrugó los párpados. Cruzó la habitación y abrió un poco las persianas.
–Vaya –se echó a un lado para que no le vieran–. Me gustaría decir que me sorprende, pero me temía que esto podría pasar. Debería haber insistido en que nos fuéramos anoche, antes de que tuvieran tiempo de apostarse aquí.
–En cuanto a lo de Europa… Yo…
–Sí. Estoy de acuerdo –dijo él, tomando su camisa del respaldo de una silla. Se puso los zapatos–. Tenemos que irnos directamente.
Celia jugueteó un momento con el cinturón del albornoz.
–No sé…
Él levantó la vista un momento. Se estaba abrochando la camisa.
–No tenemos elección, gracias a toda esa gente con cámaras.
–Entonces sospechabas que esto podría pasar, ¿no?
–No estaba seguro –guardó el ordenador en su funda de cuero–. Pero he tenido que tener en cuenta todas las opciones y hacer planes en consecuencia.
–¿Qué clase de planes?
–Una forma de escapar antes de que las cosas empeoren más –guardó el arma en la cartuchera y la metió en el maletín del ordenador–. En cuanto te vistas…
–¿Las cosas pueden empeorar más? Ya no hay sitio en la entrada.
–Siempre hay. Vístete y yo haré café. Tendremos que comer durante el camino.
–¿Y si decido quedarme?
Él se detuvo. Guardó silencio.
–Muy bien –Celia suspiró–. Me voy contigo. ¿Pero por qué tan rápido? ¿Y no hacemos las maletas?
–Todo eso está arreglado ya.
–Claro. Por supuesto… Dios, esto se está complicando –Celia se frotó el cabello–. Tengo un concierto de fin de curso esta noche y muchas notas que poner.
Malcolm levantó el teléfono que tenía en la mano.
–Dime qué necesitas y yo lo hago. Puedo rodear todo el edificio del colegio con guardias de seguridad si es preciso.
–Eso suena peligroso y asusta. Llamaré a una profesora del instituto. Ella puede dirigir el concierto y ya entregaré las notas por correo. Teniendo en cuenta el circo que han montado ahí fuera, imagino que el colegio entenderá mi decisión de tomarme el día libre.
Malcolm le tendió una mano.
–Celia, siento tanto…
–Uh, en serio, no pasa nada. Solo tratabas de ayudar.
Celia dio media vuelta y corrió hacia su habitación. Sacó un vestido de verano y unas sandalias del armario y se quitó el pijama. Se cambió de ropa. Llegaban aromas provenientes de la cocina. Olía a avellanas. Regresó al salón y agarró su bolso estampado. Dentro tenía el monedero y el ordenador.
–Creo que es hora de que tus guardaespaldas nos ayuden a llegar a la limusina.
Malcolm le dio una taza de café.
–No vamos en la limusina. Vamos a bajar al garaje por las escaleras interiores.
–Mi coche sigue en el colegio. Creo que debería llamar a mi padre. Y… maldita sea, Malcolm, que me vaya contigo no significa que vayamos a acostarnos juntos. Tienes que entender…
–Celia, para. Está bien. Te he oído. Y ahora escúchame tú. Hice que me trajeran un vehículo anoche por si necesitábamos salir corriendo. La limusina no cabía en el garaje. Puedes llamar a tu padre y a la profesora una vez estemos en camino –la agarró de la mano–. Confía en mí. No voy a dejar que nadie te haga daño, ni siquiera yo mismo.
La condujo por la estrecha escalera que llevaba al garaje.
Dentro había un flamante deportivo rojo.
Celia contempló el coche con la boca abierta.
–Oh. Eh, es un… un coche muy bonito.
–Y muy rápido –le abrió la puerta y se puso al volante. Sacó una gorra azul de la guantera y se la puso antes de arrancar–. ¿Estás lista?
–No –Celia apretó los puños–. Pero supongo que no tiene importancia.
–Lo siento –activó la puerta del garaje y arrancó el coche.
El motor rugía con impaciencia. La puerta se abrió rápidamente. Fuera se agolpaba la multitud.
De alguna manera, Celia buscó su brazo y le agarró con fuerza.
En cuanto asomaron el morro, la gente se precipitó sobre el coche. Los flashes de las cámaras se activaban una y otra vez. Celia se sentía como Alicia en el país de las maravillas, cayendo por un agujero que la llevaría a un mundo desconocido.
Una hora más tarde, Malcolm piso a fondo el acelerador del deportivo. Iban por una carretera desierta. Estaban en mitad del campo. Miró a Celia de reojo. La vista se le iba hacia las suaves curvas de sus piernas.
Tomó