–Señores –dijo, frotándose la barbilla. Una fina barba de medio día le arañaba las yemas de los dedos–. No tenéis que quedaros aquí conmigo. Id a jugar a las cartas y pedid lo que queráis. Yo invito. Me voy a dormir.
–Ni hablar –dijo Troy. No te vamos a dejar solo. Tú tampoco lo harías. El resto del grupo llega en…
La campanita del ascensor privado de la suite sonó en ese momento.
¿El resto?
Las puertas se abrieron. Dentro había tres hombres. Todos eran antiguos alumnos de aquel estricto colegio del norte de Carolina, compañeros de la Hermandad Alfa y reclutas de Salvatore en la Interpol.
El primero en salir del ascensor fue Elliot Starc, conductor de Fórmula Uno al que su novia acababa de dejar por ser tan temerario al volante. Detrás estaba el doctor Rowan Boothe, reconocido médico que intentaba salvar la vida de miles de huérfanos en África. El último era el representante de Malcolm, Adam Logan, también conocido como El Tiburón. Hacía cualquier cosa por mantener a sus clientes en las noticias.
Apartándose de la ventana, Malcolm se quitó la chaqueta.
–Vamos a necesitar una mesa más grande.
El mánager sonrió.
–La comida y la bebida están de camino –se sentó en la silla más alejada–. Va a haber un montón de fans con el corazón roto ahí fuera en cuanto se den cuenta de que lo de Celia no es una simple aventurilla.
No había forma de engañar a sus compañeros. Era mejor enfrentarse a sus preguntas directamente… y mentir.
–Logan, no sé de qué me estás hablando.
Conrad empezó a barajar las cartas.
–En serio, hermano, ¿vas a ir por ahí?
Rowan se sentó en una silla.
–Pensaba que ya lo habías superado –dijo.
–Es evidente que no –dijo Malcolm en un tono tenso.
Todo lo que veía a su alrededor le recordaba a ella. Y solo era una habitación de hotel…
Elliot se sirvió una copa.
–¿Entonces por qué te mantuviste lejos de ella durante dieciocho años? A mí Gianna me ha dado con la puerta en las narices y por eso no tengo más remedio que mantenerme lejos de ella.
–Era lo que quería Celia por aquel entonces. Ahora nuestras vidas han cambiado mucho. Hemos seguido adelante.
Adam se dio un golpecito en la sien.
–Dos músicos que se sienten atraídos el uno por el otro. Hmm… Todavía no entiendo cuál es el problema. ¿Por qué se supone que no estáis hechos el uno para el otro?
–Romper fue lo mejor para ella –dijo Malcolm. Cada vez estaba más incómodo–. Le destrocé la vida una vez. Y se lo debo. Lo mejor que puedo hacer es mantenerme lejos.
Logan siguió insistiendo.
–Aunque la dejes ir, has hecho millones para darle en la cara a su padre.
–O a lo mejor es que me gustan las cosas caras.
Troy se echó hacia atrás en la silla. Se arregló la corbata.
–Bueno, es evidente que no te lo estás gastando en ropa.
–¿Pero quién te ha nombrado estilista? –Malcolm se desabrochó los puños y se remangó la camisa–. Empezad. Vuelvo enseguida.
Fue hacia la ventana para tener más señal y sacó el móvil para ver si tenía algún mensaje de Salvatore. Había visto a su antiguo mentor en un palco privado durante la actuación. Iba acompañado de una glamurosa mujer.
El buzón de entrada de Malcolm se llenó de información acerca del director con el que había salido Celia. El tipo había ganado premios y tenía un historial impecable. Todo apuntaba a que era un buen hombre.
¿Pero por qué no tenía la custodia compartida de sus hijos? Era algo extraño, sobre todo para un hombre que era director de un colegio. Malcolm tecleó una respuesta para Salvatore y cerró el teléfono.
Se volvió. Rowan estaba en el umbral, observándole.
–Maldito seas, Rowan. Podrías haber dicho algo para saber que estabas ahí.
–Pareces un poco ronco, colega. ¿La gira ya le está pasando factura a tus cuerdas vocales? Puedo hacerte un chequeo si quieres.
–Estoy bien. Gracias… ¿Algo más?
–En realidad, sí. ¿Por qué te estás haciendo daño volviendo a estar con ella?
–Tú eres el bueno. Pensaba que lo ibas a entender. La decepcioné del todo en el pasado.
Malcolm echó a andar hacia la puerta de su dormitorio.
–Tengo que recompensarla por ello. Tengo que terminar con esto.
–¿Y vas a alejarte de ella sin más cuando sepas quien la acosa?
El sarcasmo de Rowan era evidente. No se creía ni una palabra de lo que le había dicho.
–Ella no quiere la clase de vida que yo llevo. Y yo no encajo en la suya.
Lo último que quería era volver a Azalea, Mississippi.
–Me prometí a mí mismo que no me implicaría. Lo que teníamos solo fue un amor de adolescencia.
–¿Y qué pasa si alguien entra en su casa dentro de un mes? ¿Y si un estudiante le pincha las ruedas del coche? ¿Vas a venir corriendo para ayudarla?
La lógica de Rowan era aplastante.
–¿Por qué no dejas de hablar como un imbécil ya?
Pasó por su lado a toda velocidad y volvió a entrar en el salón.
Adam se echó hacia atrás en su silla y le llamó.
–Deja de titubear. O vas a por ella o no, pero ya es hora de tomar un camino.
–Maldita sea, Adam –Malcolm se detuvo frente a la mesa redonda–. ¿Crees que podrías hablar un poco más bajo? No creo que te hayan oído en Rusia.
Miró hacia la habitación de Celia un instante y entonces se sentó por fin.
–¿Ir a por ella? –repitió el magnate de los casinos–. Mi mujer se partiría de risa si oyera eso. Hermano, son ellas las que van a por nosotros. En cuerpo y alma.
Elliot hizo una mueca.
–Ya empiezas a sonar como una de esas canciones cursi de Malcolm… ¿Playing for Keeps? En serio, hombre. Dinos la verdad. Esa la escribiste para llevarte lo tuyo –dijo, riéndose.
Malcolm tuvo ganas de darle un puñetazo, pero se contuvo.
–Espero que seas muy feliz cuando te hagas viejo y te veas solo con tus coches de carreras y un gato –recogió sus cartas–. Bueno, ¿vamos a jugar al póker o qué?
Aunque quisiera restarle importancia a todo lo que le habían dicho sus amigos, no podía negar que sus palabras habían hecho mella. Esa noche la dejaría en paz, pero por la mañana encontraría la forma de volver a meterse en su cama. Seducirla no era lo mismo que enamorarse de ella. Él era capaz de establecer una diferencia, y ella también.
Ya era hora de dejar de glorificar lo que había ocurrido en el pasado.
Celia se volvió hacia el sol de la mañana. El barco se mecía suavemente bajo sus pies sobre las aguas del Sena. Hillary Donovan le había dicho que darían una vuelta por la ciudad antes de salir hacia el próximo destino de la gira. Eran un grupo tan grande de gente… El colegio al que habían asistido les unía, pero aún así, Celia