En este contexto, el concepto más interpretativo de individuación plantea que las personas estarían logrando un mayor “control” sobre sus vidas, que se refleja en una mayor variedad de trayectorias vitales. Pero este abordaje un tanto optimista ha sido por cierto cuestionado: Se habla así de una individuación conformista (en tanto las oportunidades de lograr una verdadera individuación se ven de hecho limitadas por el consumo de masas) y de una individuación negativa: la necesidad de readaptaciones y decisiones frecuentes pueden generar una ansiedad creciente en las personas, en relación a qué caminos optar y cómo conseguir la información apropiada para tomar decisiones (Mills, 2007). Además –y esto es de particular importancia para el tema que nos ocupa–, ciertos grupos sociales están más expuestos a las consecuencias negativas del debilitamiento de los controles sociales. Lejos estamos en estos casos de la individuación estratégica de Giddens, según la cual los individuos cultivarían constantemente una actitud de evaluación del riesgo y de cálculo del presente orientado al futuro.
En América Latina, la situación para gran parte de los sectores populares parece responder a una creciente incertidumbre respecto al desarrollo de la trayectoria vital –tanto en el corto como en el mediano plazo– en función del debilitamiento de las políticas comúnmente asociadas al “Estado de bienestar”, si bien éste nunca alcanzó a vastos segmentos poblacionales. En México por ejemplo, el típico hogar trabajador tiene más ocupados actualmente que el de 1980, pero en él prevalece el empleo informal y precario de sus miembros, en combinación con cada vez más largas experiencias de desempleo (González de la Rocha y Latapí, 2006). En Argentina, Altimir y Beccaria detectan que la mayor parte de los puestos de trabajo creados en los años 90 correspondieron a posiciones precarias, con bajas remuneraciones, sin cobertura social y con nula protección frente al despido. Paralelamente, se precarizaron muchos puestos estables existentes y, en consecuencia, se constató una elevada tasa de rotación en los puestos de trabajo (Espinoza y Kessler, 2003).
¿Cómo se ubica el agro frente a estas transformaciones? Su especificidad se plantea como algo destacado, en la medida en que por lo general no ha respondido a los cánones del empleo formal y de las regulaciones sociales. El desarrollo del capitalismo en la agricultura nunca trajo la consolidación de una clase trabajadora estable y permanente, e incluso en algunos casos se ha venido desarrollando en detrimento de su formación. Asimismo, la utilidad de conceptos surgidos del análisis de la reestructuración industrial para explicar los cambios en curso también ha sido objeto de controversia, en tanto las dimensiones clásicas de flexibilización laboral –la desreglamentación y los ajustes en el volumen de empleo y en los niveles salariales– serían de limitada aplicación en los mercados de trabajo agrarios, dada la relevancia “natural” del trabajo temporario (Neiman y Quaranta, 2001). Aún con estas salvedades cabe observar, como lo hace Lara Flores (2006), que la reestructuración de las empresas agrarias crecientemente se apoya en un uso “flexible” de la fuerza de trabajo; es decir que se pueden identificar tendencias en esta dirección, más allá de que los cambios evidenciados por otros sectores de actividad contribuyan a matizar la tradicional “excepcionalidad” del agro.
3. Trayectorias vitales de vulnerables pampeanos
Teniendo en cuenta la herramienta heurística del curso de vida analizamos entonces los casos concretos, considerando en qué medida la pertenencia a diferentes grupos de edad –que a su vez se enmarcan en diferentes contextos temporales referidos a la evolución del empleo– incide en la visualización de las actividades productivas agropecuarias, desarrolladas bajo la forma de microemprendimientos. Para ello organizamos los datos en función de tres grupos: el “joven”, de 18 a 29 años; el “intermedio”, de 30 a 45 años, y el “maduro”, de más de 45 años, y analizamos desde diferentes puntos de vista sus trayectorias previas.
En el grupo “joven” encontramos una fuerte presencia de la migración, principalmente a centros urbanos de mayor tamaño dentro de la misma provincia de Buenos Aires, ligada al trabajo del entrevistado y/o del jefe de hogar, y en segundo lugar, vinculada a la intención de proseguir estudios. Si bien todos los casos han migrado en el curso de sus vidas, en general han regresado a su lugar de nacimiento. En la percepción personal de estos sujetos, la formación educacional no es considerada “completa”; en algunos casos la han retomado luego de haberla interrumpido por motivos laborales, o se proyecta hacerlo en un futuro. En términos comparativos este conjunto muestra mayores niveles de educación formal que los de edades mayores. El inicio laboral varía, se da durante la escuela secundaria o es posterior en algunos casos, y el tipo de ocupación desempeñada muchas veces muestra una fuerte continuidad o conexión con las de sus progenitores. Cabe observar que quienes actualmente desempeñan ocupaciones más calificadas que éstos no necesariamente logran mayores beneficios sociales. Podríamos hablar, siguiendo a Espinoza y Kessler (2003), de movilidad social espuria en situaciones de este tipo.
En las historias del segundo grupo, de edades intermedias, también aparece una fuerte migración ligada al trabajo, que incluye estadías en provincias vecinas en algunos casos y posteriormente el regreso al lugar de nacimiento. Se verifica el ingreso o reincorporación de mujeres al mercado de trabajo una vez que los hijos han sido escolarizados, a través de subsidios estatales al desempleo que contemplan contraprestaciones laborales (fundamentalmente el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados iniciado en 2002). En la mitad de los casos se destaca la importancia del trabajo de las mujeres para la reproducción familiar, que aportan los únicos ingresos estables del hogar.
En el tercer grupo, de edades más avanzadas, es donde se observa más claramente el impacto del cambio en los mecanismos de regulación laboral que caracterizó a la Argentina de los últimos 30 años, con su impacto en términos del empleo y acceso a beneficios sociales. Hay una trayectoria hacia una mayor precariedad laboral, parcialmente revertida en los años más recientes con trabajos más estables, aunque sin beneficios sociales, mostrando, si se tiene en cuenta una situación análoga en el primer grupo, que la mayor experiencia laboral no opera como garantía de una mejor inserción ocupacional.
Cabe destacar que la participación en el mercado de trabajo por parte de las mujeres muestra intermitencias en los tres grupos analizados, articuladas en torno a la maternidad. Como señalan Blanco y Pacheco (2001), su conexión con la reproducción social le imprime una dinámica específica a sus trayectorias vitales, que contienen discontinuidades en la participación en el mercado de trabajo o participación parcial, conformando cursos de vida más complejos que sus contrapartes masculinas.
Una mirada transversal a los tres grupos revela la importancia en las trayectorias y en la percepción de las personas de los trabajos que posibilitan ingresos estables aunque no necesariamente elevados (“te organizás a partir de esa plata”). En ese contexto se destacan en los últimos años las actividades ligadas a los estados municipales, que si bien revisten rasgos de precariedad –ya que “la mayoría, hasta en la municipalidad, trabaja en negro”–, son relativamente estables, si bien la continuidad en ellas es percibida como ligada a cuestiones político-partidarias o aún idiosincrásicas (“tenés que caerles bien”). Desde la percepción de los entrevistados en los años recientes los dinamizadores locales del empleo, además de la administración pública local son la construcción y el agro, aunque la visión es ambigua en este último caso: se destaca que por un lado genera impactos indirectos (“mueve” al conjunto de las actividades del pueblo), pero también se visualiza que la expansión de la agricultura fuertemente mecanizada característica de la región pampeana supone una marcada reducción de los puestos de trabajo directos y el despoblamiento del campo (“empezaron a quedar las casitas solas”). No ocurre lo propio con la ganadería, ya que la hacienda requiere una supervisión cotidiana; por otra parte en su variante extensiva (feed-lots) se ha convertido en altamente demandante de trabajadores, aunque es una actividad que evidencia oscilaciones temporales