Intentas regresar al mismo nivel al que te encontrabas antes de enfurecerte. Ése es un truco del ego, no es arrepentimiento real. Volverás a hacer lo mismo.
El Buda dice que el arrepentimiento de verdad es recordar la situación, repasar los detalles de lo sucedido totalmente consciente; retroceder, revivir la experiencia. Revivir la experiencia es como desenrollarla; borra. Y no sólo eso, te posibilita ser más consciente, porque la conciencia se practica cuando la recuerdas, cuando te haces de nuevo consciente del incidente pasado. Te ejercitas en consciencia, en atención. La próxima vez te harás consciente un poco antes.
En esta ocasión te enfureciste, y te calmaste al cabo de dos horas. En la próxima ocasión te calmarás un poco antes y podrás observar. Con el tiempo, lentamente, un día, mientras te encolerices te atraparás con las manos en la masa. Atraparte a ti mismo con las manos en la masa, cometiendo un error, es una hermosa experiencia. De repente cambia toda la calidad, porque siempre que te penetra la conciencia las reacciones se detienen.
Esa cólera es una reacción infantil, es el niño en tu interior. Viene del niño. Y más tarde, cuando te sientes mal, viene del padre. El padre te obliga a sentirte mal y a pedir perdón. No has sido bueno con tu madre o con tu tío… anda, pídeles perdón.
O puede venir de la mente adulta. Te has encolerizado y más tarde reconoces que va a tener consecuencias; pueden devengarse pérdidas económicas. Te has encolerizado con tu jefe, y ahora estás asustado. Empiezas a pensar que puede echarte, o que puede enfurecerse contigo. Te iban a subir el suelo; tal vez ahora no lo haga… y mil cosas más… y por eso te gustaría arreglarlo.
Cuando el Buda dice arrepentirse no te está diciendo que tengas que funcionar a partir del niño o del padre, ni tampoco del adulto. Te está diciendo que cuando seas consciente, te sientes, cierres los ojos y medites en toda la situación, que te conviertas en observador. Erraste la situación, pero todavía puedes hacer algo: observarla. Puedes observarla tal y como deberías haberlo hecho. Practica, será un ensayo, y cuando hayas revisado toda la situación, te sentirás perfectamente bien.
Si entonces quieres pedir perdón, pero sin ningún otro motivo –ni del padre, del adulto, o del niño–, sino por pura comprensión, al meditar y ver que fue un error… No fue erróneo por ninguna otra razón, sólo porque actuaste de modo inconsciente. Te lo volveré a decir. Vas a pedir perdón por ninguna otra razón –financiera, social, política, cultural–, no, no. Simplemente vas a hacerlo porque meditaste sobre ello y reconoces, te das cuenta, de que actuaste de manera inconsciente; has herido a alguien inconscientemente.
Al menos puedes ir y consolar a esa persona. Has de ir y ayudar a esa persona a comprender tu impotencia, que eres una persona inconsciente, que eres un ser humano con todo tipo de limitaciones, que lo sientes. Eso no es restaurar el ego, sólo es hacer algo que te ha mostrado tu meditación. Se trata de una dimensión totalmente distinta.
«Si una persona que ha cometido muchas ofensas no se arrepiente y limpia su corazón del mal, a esa persona le alcanzará su retribución con tanta seguridad como los ríos fluyen hacia el mar, que se torna más ancho y profundo.»
¿Qué es lo que solemos hacer? Nos ponemos a la defensiva. Si te has encolerizado con tu esposa o tu hijo, te pones a la defensiva. Dices que tuvo que ser así, que fue necesario, que fue por el bien del niño. ¿Cómo vas a inculcar disciplina a tu hijo si no te enfadas? Si no te enfureces con alguien, la gente se aprovechará de ti. No eres ningún cobarde, eres un tipo valiente. ¿Cómo puedes dejar que la gente te haga cosas que no debería hacerte? Debes reaccionar.
Te pones a la defensiva, racionalizas. Si sigues racionalizando tus errores… Recuerda que todos los errores pueden racionalizarse, recuérdalo. No hay un solo error que no pueda racionalizarse. Puedes racionalizarlo todo. Pero entonces, dice el Buda, esa persona está abocada a tornarse cada vez más inconsciente… «Con tanta seguridad como los ríos fluyen hacia el mar, que se torna más ancho y profundo.»
Si te pones a la defensiva entonces no hay posibilidad de transformación. Has de reconocer que ha habido un error. Y ese reconocimiento ayuda a cambiar.
Si te sientes sano y no estás enfermo, no acudes al médico. Y aunque el médico vaya a verte no le harás ningún caso. Te encuentras perfectamente bien, y le dirás: «Estoy perfectamente bien. ¿Quién dice que estoy enfermo?». Si no crees que estás enfermo, seguirás protegiendo tu enfermedad. Eso es peligroso porque habrás tomado una opción suicida.
Si ha habido cólera, o avaricia, o ha sucedido algo que sólo ocurre cuando eres inconsciente, reconócelo. Cuanto antes mejor. Medita sobre ello. Recupera tu centro y responde desde el centro.
«Si quien ha cometido una ofensa y lo reconoce, se reforma a sí mismo y practica la benevolencia, la fuerza de la retribución se irá agotando de forma gradual de igual manera que una enfermedad va perdiendo de forma gradual su perniciosa influencia cuando el paciente transpira.»
Si lo reconoces habrás dado un paso muy importante para cambiarlo. Ahora el Buda dice algo muy importante: «Si lo reconoces, si sabes de qué se trata, refórmate a ti mismo».
Por lo general, aunque a veces reconozcamos que «sí, ha pasado algo erróneo», no tratamos de reformarnos, sólo de reformar nuestra imagen. Queremos que todo el mundo nos perdone. Queremos que todo el mundo reconozca que nos equivocamos, pero que hemos pedido perdón, y que las cosas vuelven a estar en su sitio. Volvemos a ocupar nuestro pedestal. La imagen caída ha sido restaurada en su trono. Así no nos estamos reformando.
Puedes pedir perdón todas las veces que quieras, pero sigues haciendo lo mismo una y otra vez. Eso demuestra que no era más que “política”, sólo un truco para manipular a la gente, pero que sigues siendo el mismo, que no has cambiado nada. Si realmente hubieras pedido perdón por tu cólera o por cualquier ofensa cometida contra alguien, entonces no volvería a suceder. Ésa es la única prueba de que te hallas camino de cambiar.
«Si quien ha cometido una ofensa y lo reconoce se reforma a sí mismo y practica la benevolencia…»
Está diciendo dos cosas. La primera es que en el momento en que sientes que algo marcha mal, que hay algo que te hace inconsciente, actuando de manera mecánica, y reaccionando, entonces has de hacer algo, y tus acciones han de ser más conscientes. Éste es el único modo de autorreformarse.
Fíjate ahora en la cantidad de cosas que haces de modo inconsciente. Alguien te dice cualquier cosa y sientes rabia. Ni siquiera hay un solo instante de separación entre una cosa y otra. Es como si fueses un resorte… Alguien aprieta un botón y tú pierdes el temple. Como si estuvieses apretando el interruptor de un ventilador y empezasen a girar las aspas. No hay un solo instante de separación. El ventilador nunca se para a pensar si se moverá o no; simplemente se mueve.
El Buda dice que eso es inconsciencia, impremeditación. Alguien te insulta y tú te dejas controlar por el insulto.
Gurdjieff solía decir que hubo una cosa muy pequeña que transformó su vida por completo. Su padre se moría y llamó al muchacho –Gurdjieff sólo tenía 9 años–, diciéndole: «No tengo gran cosa que dejarte, sólo un consejo que me ofreció mi padre desde su lecho de muerte, y que me benefició muchísimo. Tal vez pueda serte de alguna utilidad. No creo que puedas comprenderlo ahora mismo, pues eres demasiado joven. Pero recuérdalo. Cuando puedas entenderlo te será de utilidad».
Y le dijo: «Recuerda una única cosa: si te sientes furioso, espera veinticuatro horas. Una vez transcurrido ese tiempo, haz lo que quieras, pero espera veinticuatro horas. Si alguien te insulta, dile: “Volveré en veinticuatro horas y haré lo que haya que hacer. Por favor, dame algo de tiempo para pensármelo”».
Claro, el pequeño Gurdjieff no pudo comprenderlo, pero puso atención. Con el tiempo se fue haciendo consciente del tremendo impacto del consejo. Quedó completamente transformado. Dos cosas debía recordar: una, que debía ser consciente para no dejarse llevar por la cólera, no encolerizarse cuando