El Buda no llama pecados a esos errores, porque al llamarlos pecados te estaría condenando. Él sólo los llama fallos, equivocaciones, errores. Errar es humano, no errar es divino. Y el camino de lo humano a lo divino pasa por la atención. Las numerosas voces de tu interior pueden dejar de torturarte, de tirar de ti, de empujarte. Esas voces pueden desaparecer si estás atento.
En el estado de atención no se cometen errores. No es que los controles, sino que en un estado atento, alerta, en un estado consciente, cesan muchas voces. Sólo escuchas una, y todo lo que haces proviene del hondón de tu ser. Nunca es erróneo. Debes comprender eso antes de que sigamos con esos sutras.
En la psicología humanista hay un paralelismo para que lo comprendas. Es lo que el análisis transaccional denomina el triángulo dramático entre los papeles de padre, adulto, y niño. Ésas son tus tres capas, como si fueses un edificio de tres plantas. La primera es la del niño, la segunda es la del padre, y la tercera planta es la del adulto. Las tres coexisten.
Ése es tu triángulo y conflicto interno. El niño dice una cosa, el padre otra, y el adulto, la mente racional, dice algo más.
El niño dice “disfrutar”. Para el niño este momento es el único momento; no tiene más consideraciones. El niño es espontáneo, pero inconsciente de las consecuencias, del pasado y del futuro. Vive en el momento. Carece de valores y de atención, de conciencia. El niño consiste en conceptos sentidos; vive a través de la sensación. Todo su ser es irracional.
Pero claro, entra en muchos conflictos con los demás, y también alberga muchas contradicciones en su interior, porque una sensación le ayuda a hacer una cosa, y luego empieza de repente a sentir otra cosa. Un niño nunca puede acabar nada. Para cuando pudiera hacerlo su sensación ya ha cambiado. Empieza muchas cosas pero nunca alcanza ninguna conclusión. Un niño es inconclusivo. Disfruta, pero su disfrute no es creativo, no puede serlo. Disfruta, pero la vida no puede vivirse sólo a través del disfrute. No puedes ser un niño para siempre. Has de aprender muchas cosas, porque no estás aquí solo.
Si estuvieses solo entonces no habría problema, podrías ser un niño para siempre. Pero la sociedad está ahí, y también millones de personas; has de seguir muchas reglas y valores. De otro modo habría tantos conflictos que la vida sería imposible. Así que hay que disciplinar al niño, y ahí es donde entra el padre.
La voz parental en tu interior es la voz de la sociedad, de la cultura y la civilización; esa voz permite que vivas en un mundo donde no estás solo, donde hay muchos individuos con ambiciones que entran en conflicto, donde hay mucha lucha por la supervivencia, donde hay mucho conflicto. Has de ir abriéndote camino, y debes avanzar con mucho cuidado.
La voz parental es la de la cautela. Te civiliza. El niño es salvaje, y la voz parental te ayuda a civilizarte. La palabra “civil” es muy interesante. Significa alguien ha sido vuelto capaz de vivir en una ciudad; se ha convertido en un miembro de un grupo, de una sociedad.
El niño es muy dictatorial. Cree que es el centro del mundo. El padre ha de enseñarte que no eres el centro del mundo; todo el mundo piensa lo mismo. Ha de convertirte en alguien cada vez más atento al hecho de que en el mundo hay mucha gente, que no estás solo. Has de tenerles en cuenta si quieres que toda esa gente te tenga en cuenta a ti. Si no, te aplastarán. Es una cuestión de supervivencia, de política, de políticas.
La voz parental te proporciona mandamientos: qué hacer y qué no hacer. La sensación es ciega. El padre te hace cauto. Es necesario.
Y luego está esa tercera voz interna, la tercera capa, que es cuando te haces adulto y dejas de estar controlado por tus padres; tu razón ha madurado y ahora puedes pensar por ti mismo.
El niño consiste en conceptos sentidos; el padre consiste en conceptos enseñados, y el adulto consiste en conceptos pensados. Y esas tres capas están luchando continuamente entre sí. El niño dice una cosa, el padre dice lo contrario, y la razón puede decir algo totalmente distinto.
Ves un plato de comida estupendo. El niño dice que comas todo lo que desees. La voz del padre dice que hay que tener en cuenta muchas cosas, como si realmente tienes hambre o si sólo estás comiendo con los ojos. ¿Es esta comida realmente nutritiva? ¿Alimentará tu cuerpo o puede resultar perjudicial? Espera, escucha, no te precipites. Y luego está la mente racional, la mente adulta, que puede decir otra cosa, totalmente distinta.
No es necesario que tu mente adulta esté de acuerdo con tus padres. Tus padres no eran omniscientes, no lo sabían todo. Eran tan falibles como tú y como tantos seres humanos, y muchas veces encuentras lagunas en su razonamiento. En muchas ocasiones te parecen dogmáticos, supersticiosos, que creen en tonterías y siguen ideologías irracionales.
El adulto dice no, y tus padres dicen sí; el adulto dice no vale la pena, y el niño tira de ti para ir a otro sitio. Ése es el triángulo que mora en tu interior.
Si escuchas al niño, tu padre se enfada. Así que una parte se siente bien –puedes comer todos los helados que desees– pero tu padre interno se enfada; una parte de ti empieza a condenar. Y entonces empiezas a sentirte culpable. Surge la misma culpa que solía manifestarse cuando eras un niño de verdad. Pero aunque ya no eres un niño, ese niño no ha desaparecido. Está ahí; está en tu planta baja, en la base, en tus cimientos.
Si sigues al niño, si sigues la emoción, el padre se enfada y empiezas a sentirte culpable. Si sigues al padre entonces el niño se siente forzado a hacer cosas que no quiere. El niño se siente manipulado innecesariamente, siente que se le transgrede. Cuando escuchas al padre pierdes libertad, y el niño empieza a rebelarse.
Si escuchas al padre, tu mente de adulto dice: «¡Qué tontería! Esta gente nunca supo nada. Tú sabes mucho más, estás en sintonía con el mundo moderno, eres más contemporáneo. Esas ideologías están muertas, pasadas de moda, ¿para qué te preocupas de ello?». Si escuchas a tu razón entonces sientes que estás traicionando a tus padres. Vuelve a aparecer la culpa. ¿Qué hacer? Además, es casi imposible hallar alguna cuestión en la que las tres capas se pongan de acuerdo.
Ésa es la ansiedad humana. No, las tres capas nunca se ponen de acuerdo sobre nada. Nunca hay compromiso.
Ahora bien, también están los maestros que creen en el niño. Insisten más en el niño. Por ejemplo, Lao Tzu dice: «No va a haber acuerdo. Abandona la voz parental, los mandamientos, todos los Antiguos Testamentos. Suelta todos los “debería” y vuelve a ser niño». Eso es lo que dice Jesús. El énfasis de Lao Tzu y Jesús es volver a ser niño, porque sólo con el niño serás capaz de ganar tu espontaneidad, volverás a formar parte del fluir natural, del tao.
Su mensaje es muy hermoso, pero parece impracticable. A veces, sí, ha sucedido que una persona vuelva a ser niño. Pero eso es tan excepcional que no es posible llegar a pensar que la humanidad volverá a ser de nuevo infantil. Es algo tan hermoso como una estrella… pero muy lejana, inalcanzable.
Luego están los otros maestros –Mahavira, Moisés, Mahoma, Manu–, que dicen que hay que escuchar a la voz parental, escuchar a la moral, lo que dice la sociedad, lo que te ha sido enseñado. Escucha y síguelo. Si quieres encontrarte bien en el mundo, si quieres estar tranquilo en el mundo, escucha al padre. Nunca vayas en contra de la voz parental.
Eso es lo que más o menos ha hecho el mundo. Pero entonces uno nunca se siente espontáneo, natural. Siempre te sientes confinado, enjaulado. Y cuando no te sientes libre, puedes sentirse tranquilo, pero ese sosiego es baladí. A menos que la paz venga acompañada de libertad no puedes aceptarla. A menos que la paz venga acompañada de gozo no puedes aceptarla. Implica conveniencia, comodidad, pero tu alma sufre.
Sí, también los hay que se han realizado a través de la voz parental, que han realizado la verdad. Pero eso tampoco es nada común. Y ese mundo ya ha desaparecido. Moisés, Manu y Mahoma tal vez fueron muy útiles en el pasado. Ofrecieron mandamientos al mundo. «Haz esto. No hagas aquello». Simplificaron las cosas, las simplificaron mucho. No dejaron nada para que tú decidieses; no confiaban en que fueses capaz de decidir. Se limitaron a ofrecerte una fórmula prefabricada: