Ése es el misterio de las relaciones. Nos quedamos en la periferia y no dejamos de creer en nuestra esperanza, en nuestro deseo, de que un día la relación sucederá de verdad y que el centro conocerá al centro, que el corazón hallará al corazón… que nos disolveremos. Pero nunca sucede. No puede suceder.
Resulta difícil hacerse consciente de esta perturbadora realidad porque afecta al terreno en que te mueves. Te quedas tan solo que empiezas otra vez a creer en viejos sueños, en viejas relaciones, en esto y en aquello. Empiezas a tender puentes, pero nunca tienes éxito. Nunca lo has tenido. No se trata de que no te esfuerces lo suficiente, ni de que carezcas de la capacidad de hacerlo, sino de que, en la verdadera naturaleza de las cosas, el apego es una imposibilidad. Intentas hacer algo que esa realidad no permite.
Tu soledad es eterna. El Buda dice que comprender esa soledad y ser consecuente con ello significa soltar los apegos. No se trata de que escapes del mundo, sino simplemente de soltar los apegos, de soltar los puentes. Y ésa es la belleza… porque cuando caen todos los apegos, te tornas más comprensivo, y tu vida con los demás es más sosegada… porque ya no esperas, no esperas lo imposible, no albergas expectativas. Pase lo que pase te sientes agradecido, y todo aquello que no pasa sabes que no puede pasar. En un sentido muy profundo, te haces muy aceptador. No fuerzas la realidad según tus deseos. Empiezas a aprender cómo soltar, cómo ser uno en armonía con la propia realidad.
«…Comprende el origen de su propia mente, penetra en la más profunda doctrina del Buda…»
¿Qué es la profunda doctrina del Buda? El mensaje más importante del Buda es el del no-ser, anatta, ésa es su doctrina más profunda. Hay que entenderla. Primero dice que no hay que hacer ningún hogar aquí, luego que no hay que apegarse, y a continuación te dice que te mires a ti mismo, que no eres.
Primero dice que el mundo es ilusorio, que no hay que crear un hogar aquí. Luego dice que los apegos son meros sueños, que hay que soltar los apegos de la mente. Y luego pasa a su doctrina más profunda. Esa doctrina es: ahora mira en tu interior, no eres.
Sólo puedes existir con un hogar, con posesiones y con relaciones. El “yo” no es más que una combinación de todos los sueños, un efecto acumulativo. Los sueños de poseer cosas, de poseer personas –relaciones, apego, amor, pasión, sueños de futuro–, se acumulan y se convierten en el ego. Cuando sueltas todo eso desapareces, y con tu desaparición la ley empieza a funcionar de forma auténtica. Eso es lo que el Buda denomina el dhamma, el tao, la ley esencial.
Así que el ego cuenta con tres capas. La primera, el mundo, es decir, tu hogar, tu coche, tu cuenta bancaria. La segunda, los apegos: tus relaciones, tus asuntos, tus hijos, tu esposa, marido, amigos, enemigos. Y la capa más profunda: tú. Y todas ellas se hallan imbricadas, juntas. Si realmente quieres deshacerte del ego, deberás hacerlo de manera muy científica. Eso es lo que hace el Buda.
Primero, nada de hogar; segundo, ninguna relación; tercero, no-ser. Si consigues las dos primeras cosas, las preliminares, la tercera sucede de manera automática. Miras en tu interior y no estás. Y cuando te das cuenta de que no estás –de que no existe ninguna entidad interior, ninguna entidad substancial, que no puedes decirte “yo” a ti mismo– entonces estás liberado. Ésa es la liberación del camino budista. Eso es el nirvana.
La palabra nirvana significa el cese del yo, la manifestación de un no-yo, vacío… la experiencia cero. Nada es, sólo nada es.
¿Cómo puedes entonces sentirte perturbado si ahora no hay nadie que pueda ser perturbado?… ¿Cómo puedes morir si ahora no hay nadie que muera? ¿Cómo puedes nacer si ahora no hay nadie para nacer? Esta “nadiedad” es hermosísima. Es apertura y apertura, espacio y espacio, sin límites.
Ése es el concepto de realidad del Buda. Es de muy difícil comprensión. Podemos entender que pueda soltarse el ego, pero ¿y el alma? Así es como continuamos, de manera sutil, siendo egoístas. Luego lo llamamos el alma, el atman. El Buda es muy coherente. Dice que cualquier idea que puedas tener acerca de ti mismo, de que puedas ser, es egoísta.
Permite que te lo explique a través de la física moderna, porque también la física moderna ha llegado al mismo punto. Pregunta a cualquier científico y te dirá que la materia sólo aparece, que no es. Si profundizas en la materia sólo hallas vacío. No es más que vacío. Si analizas la materia, si divides el átomo, entonces desaparece. Al final, tras el núcleo sólo hay vacío… sólo espacio, puro espacio.
El Buda realizó el mismo análisis con el ser. Lo que los científicos han hecho con la materia, el Buda lo hizo con la mente. Y ambos están de acuerdo en que si el análisis profundiza lo suficiente, no hay ninguna substancia, que toda substancia desaparece. Sólo queda la inexistencia.
El Buda no podía sobrevivir en la India. La India es el país más antiguo del mundo que ha creído en el ser, en el yo, en el atman. Las Upanishads, los Vedas, de Patañjali a Mahavira… todo el mundo ha creído en el ser. Todos estuvieron en contra del ego, pero nunca dijeron que el ser no es más que un truco del ego. El Buda se atrevió a sostener la verdad esencial.
La gente le toleró mientras estuvo vivo. Su presencia era tan poderosa, y tan convincente, que no podían negar, que no podían decir que lo que afirmaba iba contra la mente humana, totalmente en contra. Tal vez discutía de ello por aquí y por allá, e incluso en ocasiones algunos fueron a discutir con él: «¿Qué es lo que dices? ¿Entonces qué sentido tiene liberarse si no queda nada? Nosotros esperamos la liberación para así estar liberados».
El énfasis que hace él es que tú nunca te liberarás, porque hasta y a menos que tú mueras, no habrá liberación. La liberación es respecto del ser, no es el ser el que se libera. La liberación es respecto del propio ser.
Pero su presencia resultaba tan convincente que lo que dijese debía ser verdad. Su existencia era la prueba. Su donaire, la armonía que le rodeaba, la luminosidad que le seguía allí donde iba… el fulgor. La gente estaba desconcertada porque este hombre decía que no hay ser, sólo una tremenda vaciedad interior. No podían negarlo.
Pero cuando el Buda desapareció, empezaron a criticarle, a ponerle en causa; empezaron a negarle. Al cabo de sólo cinco siglos de que el Buda hubiera abandonado su cuerpo, el budismo se había desenraizado de la India. La gente no creía en una actitud tan drástica. Nada es, el mundo es ilusorio, los apegos son estúpidos, y a fin de cuentas tú no eres. ¿Entonces, qué sentido tiene todo?
Si todo es un sueño, y si incluso el ser es un sueño, ¿para qué preocuparnos? Dejemos que siga siendo un sueño, así al menos habrá algo. ¿Para qué esforzarnos tanto sólo para realizar la nada?
Pero hay que entenderlo bien. Lo que el Buda denomina “nada” es nada de tu lado. Dice que no queda nada, nada de tu mundo, nada de tus relaciones, nada de ti, pero no está diciendo que quede la nada. Dice que no queda nada de tu lado, y que lo que queda no puede ser expresado. Lo que queda no hay manera de expresártelo, no hay modo de comunicarlo. Porque, se comunique como se comunique, será mal interpretado.
Si el Buda dijese: «Sí, el atman, el ser, existe, pero el ser es un estado sin ego», podrías asentir y decir que sí, que comprendemos. Pero no es así, porque la propia idea del ser conlleva algo de ego: «Yo soy». Por muy puro que sea, el “yo” sigue ahí. La idea del atman, del ser, del supremo ser, del Yo con mayúsculas, no es nada más que un ego transfigurado.
Así me lo han contado:
El mulá Nasrudín y el sacerdote local no hacían más que pelear y discutir, hasta que acabaron en el juzgado. Tras escuchar a ambas partes, el magistrado dijo:
–Estoy seguro de que esto puede resolverse de manera amistosa. Dense las manos y digan algo de buena fe.
El