Nikolas pasó al lado de su hermana para salir de la habitación.
–Tengo que irme. Despídete de él y vuelve a la fiesta. Hay mucha gente importante con la que debemos mezclarnos… o, al menos, gente soportable.
Aris no dejó de mirar a Selene mientras Nikolas desaparecía, intentando adivinar sus pensamientos.
Estaba actuando como una Louvardis, como la abogada cuya familia había decidido llevarlo a la guerra.
Tenía que ser una fachada. Era imposible que el deseo que sentía no fuera en parte en respuesta al de ella.
Pero Selene se dio la vuelta.
–¿Estás siendo una hermana obediente, haciendo lo que te pide tu hermano?
Sus palabras hicieron que se detuviera y, cuando lo miró a los ojos, Aris sintió que algo se movía dentro de su pecho.
–¿Me estás desafiando para que me quede?
Él se encogió de hombros.
–Si eso funciona…
–Ah, claro.
–Dame una razón por la que no puedas hablar conmigo.
–Podría darte un índice alfabético de razones –replicó ella. Y Aris tuvo que sonreír ante el delicioso sarcasmo–. Pero una razón será suficiente: lo primero que aconsejo a mis clientes es que no entren en contacto directo con su adversario.
–Pero nosotros no somos adversarios.
–¿Ah, no? Una semana después de la muerte de mi padre, maniobraste para que el mercado naviero optase por otra empresa de ingeniería naval. Sin duda, como primer paso para quitarnos de en medio de una vez por todas.
–Yo no quería otra empresa –dijo Aris, tomándola del brazo–. Sigo sin quererla. Pero no me disteis otra opción. Dame una ahora, no quiero que seamos enemigos.
Y como había hecho esa noche, cuando le dio pasión y consuelo, Selene volvió a hacer algo inesperado.
En lugar de apartarse, asintió como para sí misma antes de mirarlo solemnemente.
–Esto hay que solucionarlo de una vez por todas.
Luego se apartó y empezó a caminar en dirección al interior de la casa.
Unos minutos después, entraban juntos en el despacho de su padre, que parecía haber sido conservado como un santuario. La presencia de Hektor permeaba la habitación y Aris podía imaginarse al viejo león entrando en cualquier momento, acusándolo de algo…
–Mi padre dejó en su testamento instrucciones sobre cómo tratar contigo.
–¿Y tú sigues esas instrucciones al pie de la letra, sin reflexionar?
Selene puso la mano sobre el escritorio, como si necesitara apoyarse en algo.
–Mi padre no quería que crecieras demasiado. Pensaba que, si te hacías demasiado fuerte, el negocio naviero mundial sufriría, y todos estamos de acuerdo.
Aris dio un paso adelante.
–Al menos, deberías decirme cuáles son los cargos contra mí antes de pronunciar la sentencia. Además, aunque fuese el monstruo que tu padre creía que era, tú eres experta en controlar a los posibles enemigos y en convertir un peligro en un beneficio potencial.
Esos ojos mágicos de Selene se volvieron opacos mientras sacudía la cabeza.
–La decisión ha sido tomada.
–Pues cámbiala. Te juro que lo que pasó hace año y medio no significa que quisiera librarme de ti. No tienes que luchar a muerte conmigo.
Selene dejó escapar un suspiro.
–Muy bien. Entonces redactaré una nueva lista de reglas para futuras negociaciones. Serán justas pero estrictas y nos protegerán contra futuras traiciones. Si hablas en serio, estarás de acuerdo con ellas.
Aris no vaciló ni un segundo.
–Lo haré –afirmó.
–Si lo haces, recomendaré a mis hermanos que sigan haciendo negocios contigo.
Aris sintió la emoción de la pelea, de su interacción, ese toma y daca que también habían vivido en el dormitorio.
–Entonces, está decidido. Y ahora que nos hemos quitado eso de encima, hablemos de cosas más importantes. Hablemos de nosotros.
Los ojos de Selene se volvieron tan oscuros como una noche sin luna.
–Mira, Sarantos…
–Aris –la corrigió él.
Lo había llamado Sarantos durante aquel fin de semana y, aunque eso era excitante y quería que lo llamase así en determinados momentos, también quería llevar la relación a otro nivel. Quería que lo llamase por el apelativo que siempre le había gustado, aunque nunca se había sentido tan cerca de alguien como para dejar que lo usara.
Selene frunció los labios, intentando mostrarse severa, pero solo consiguió que pareciesen más generosos y jugosos que nunca.
–Prefiero llamarte Sarantos. Y este es el final de la conversación.
Aristedes levantó una ceja.
–Dame una buena razón para eso.
–Sencillamente, porque yo deseo que sea así.
–Pero yo deseo otra cosa: a ti.
Eso pareció dejarla sin palabras por un momento. Y tuvo que aclararse la garganta antes de contestar:
–¿Por qué? ¿Tienes el fin de semana libre?
El tono en que lo había dicho, lo dejaba perplejo. Parecía… ¿enfadada, dolida? ¿Por qué?
–Nuestro fin de semana fue increíble, incendiario. Y quiero más.
–Hemos vivido perfectamente sin tener «más» durante un año y medio.
–No, yo no –le confesó él entonces, con todo el ansia que había intentado contener durante ese tiempo–. Pensé que era mejor que no volviéramos a vernos, pero no he dejado de desearte.
Selene apartó la mirada durante un segundo, pero enseguida volvió a mirarlo con una sonrisa irónica.
–Bienvenido al mundo real, Sarantos. Uno no debería tener todo lo que desea.
–De nuevo, dame una buena razón.
–¿Qué quieres, que pasemos otro fin de semana juntos? Ya he dicho que paso –Selene apartó la mirada de nuevo, sintiéndose acorralada por la suya–. Y no tengo por qué darte razones.
–Pero yo no quiero otro fin de semana, quiero todo lo que podamos tener… cuando resulte conveniente para los dos.
Ella lo miró, boquiabierta.
–¿Me estás proponiendo… por falta de un término más moderno, que tengamos una aventura?
Aris se acercó un poco más, tanto que sus muslos se rozaban.
–Si eso es lo que los dos necesitamos…
–Pero no estás proponiendo solo una aventura. Quieres una relación intermitente, puramente sexual y, sin duda, secreta.
Él la tomó por los brazos y Selene se quedó inmóvil, las emociones cambiaban en sus ojos a tal velocidad que era incapaz de descifrarlas.
–Es lo único que podemos hacer –le dijo, intentando transmitirle su deseo, su convicción–. Separar este acuerdo nuestro del negocio, del mundo, empezando por tu familia, para evitar que ensucien lo que sentimos el uno por el otro. Nuestras carreras son demasiado exigentes y nuestras agendas de trabajo nos mantienen en países diferentes. Pero haré todo lo posible para estar contigo a la menor oportunidad. Debería habértelo