–¿Y por qué no cambias las condiciones?
–Porque no puedo hacerlo. Además, mis hermanos están que trinan desde que me quedé embarazada. Si descubren que Alex es hijo de Aristedes lo matarán o intentarán obligarnos a contraer matrimonio.
–Pero si nadie tiene que forzarlo a casarse, ha sido él quien lo ha propuesto.
–Sí, ya. Y, cuando le dije que no, debió de respirar tranquilo.
–Por lo menos piénsalo, ¿de acuerdo? Hazlo por mí –le pidió Kassandra–. Me encantaría diseñar tu vestido de novia.
Selene abrazó a su amiga, que intentaba evitar lo que para ella era un error. Pero el mayor error sería dejar que un hombre frío como Aristedes Sarantos entrase en su vida.
Selene se despertó después de una noche luchando contra unos tentáculos que parecían querer llevarla a un abismo sin fondo.
Y la peor parte era que ella había querido sucumbir.
Suspirando, se dirigió a la habitación de su hijo. Siempre tenía que ver a Alex antes de hacer nada por las mañanas, pero aquel día el deseo era una necesidad.
Mientras iba hacia su habitación sonó el timbre y Selene se detuvo en el pasillo. Eleni solía llegar a las ocho de la mañana, pero era sábado y la niñera tenía libres los fines de semana porque quería estar sola con su hijo para compensar las horas que pasaba fuera durante la semana.
¿Quién podría ser?
Selene corrió a la puerta, asustada, y cuando abrió…
Aristedes estaba al otro lado, vestido por primera vez de manera informal con un pantalón vaquero. Sus ojos parecían de hielo bajo la lámpara que iluminaba el lujoso corredor que llevaba a su apartamento.
Nada había cambiado, nada cambiaría nunca.
Y, sin embargo, lo único que deseaba era echarse en sus brazos, besarlo y decirle que aceptaba su oferta.
Todo lo que había intentado olvidar durante esos meses parecía envolverla en aquel momento; el anhelo que había suprimido, la tristeza durante el embarazo y varios meses después del parto, la resignación de ser madre, empresaria, hermana, amiga, pero nunca una mujer, nunca como lo había sido con él.
Y supo entonces que tenía que hacerlo. Debía aceptar la oferta para terminar con esa angustia, para experimentar de nuevo esa intimidad, esa sensación de estar viva que solo él podía darle.
–Si has venido para ver si he cambiado de opinión…
–He venido a decirte que yo he cambiado de opinión –la interrumpió él–. Quiero que olvides todo lo que dije ayer.
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