Él sonrió y entonces, para su sorpresa, le tomó la mano y se la llevó a los labios.
–Por supuesto. Hasta luego.
Yelena lo vio marchar. Los invitados seguían llegando, Pam charlaba con los empleados del complejo y con sus familias, con comerciantes locales y hasta con algunos contactos de Yelena que habían ido desde Sídney y Canberra.
Vio a Chelsea hablando con el camarero joven en el que se había fijado un par de días antes y su sonrisa creció.
Entonces, se fijó en un hombre corpulento que avanzaba entre la multitud y se quedó helada.
–¡Carlos!
Desde su ventajosa perspectiva, Alex observó cómo su enemigo saludaba a Yelena con una sonrisa y un abrazo. La alegría de Yelena al ver a su hermano revolvió a Alex, pero la sangre se le heló en las venas al ver que Carlos también sonreía con satisfacción.
Yelena lo buscó con la mirada y clavó los ojos en los de él, que arqueó una ceja y se encogió de hombros como respuesta. La sonrisa de agradecimiento de ella fue como otra puñalada más.
«Cuando termine la noche, ya no te dará las gracias», pensó.
Tragándose su amargura, Alex decidió acercarse.
–¿Qué estás haciendo aquí?
Oyó que Yelena le preguntaba a su hermano, contenta.
–¿Así es como se habla a tus invitados, cigüeñita?
Ella dejó de sonreír, siempre le había molestado que su hermano la llamase así, pero Carlos la miró divertido.
–He recibido la invitación por correo electrónico. Por lo menos, me podías haber llamado por teléfono –comentó Carlos con naturalidad mientras aceptaba la copa que le ofrecía uno de los camareros.
Bebió de su contenido y luego lo escupió.
–¿Qué es…?
–Té con hielo. Los indígenas no beben alcohol.
–Estupendo. Otro motivo más por el que no me gusta el interior de Australia.
Aquel comentario dio pie a que Alex hablara.
–Si lo prefieres, puedes acercarte al bar de Diamond Bay, Carlos, allí hay de todo.
–Alex –dijo este, girándose para darle la mano.
Yelena observó a ambos hombres. Los dos eran altos y guapos, pero mientras que Carlos se daba un aire a Antonio Banderas, el atractivo de Alex era mucho más sutil.
Se sintió incómoda al verlos juntos. Era como ver a dos políticos rivales intercambiar cumplidos justo antes de despellejarse el uno al otro.
–Mataría por una copa de verdad –comentó Carlos.
Yelena se estremeció al oír aquello y se fijó en que Alex se ponía serio.
–Te acompañaré hasta el bar –dijo ella enseguida, entrelazando su brazo con el de su hermano.
Mientras se alejaban, se giró y vio a Pam y a Chelsea con Alex. Este estaba mirando a Bella.
Lo vio levantar la mano y acariciar la mejilla de la niña con cuidado.
–¿Estás bien? –le preguntó Carlos, frunciendo el ceño.
Ella asintió y le soltó el brazo. Carlos miró hacia atrás y se puso todavía más serio.
Siguieron andando hacia el bar en silencio, Yelena abrió la puerta que daba a la entrada del hotel y condujo a Carlos por su interior.
–Bonito lugar –comentó Carlos–. Debe de haber costado miles de millones construirlo.
Yelena se detuvo de repente, haciéndolo parar también a él.
–Cuéntame qué pasó, Carlos.
–¿A qué te refieres?
–Entre Alex y tú. Erais socios. Erais amigos. Y ahora…
–¿Qué te ha contado él? –le preguntó su hermano.
–Nada. Se niega a hablar del tema.
–No me sorprende.
–¿Qué quieres decir?
Carlos arqueó una ceja y siguió andando. Yelena lo siguió.
–Bueno, mira quién era su padre: un hombre que pasó de la pobreza a ser uno de los hombres más ricos de Australia. Es normal que Alex no quiera contarte que lo estropeó todo.
–¿A qué te refieres? –le preguntó su hermana, agarrándolo de la manga para que dejase de andar.
Carlos suspiró y se cruzó de brazos.
–Sprint Travel no va bien.
–¿Por qué? ¿Qué ha fallado? ¿La gestión? ¿El capital? ¿La publicidad?
–Muchas cosas de las que no quiero hablar, pero tendré que llevarlo a juicio.
–¿Vas a enfrentarte a él por la empresa?
–Me sorprende que no lo sepas, teniendo en cuenta todo lo que estás haciendo por él –comentó Carlos–. No tengo elección –añadió–. Sprint Travel no sobrevivirá con Alex Rush al mando. Y Alex hará todo lo que esté en su mano para quedarse con el negocio. Incluido… utilizarte a ti para conseguirlo.
–¿Qué?
–Solo me preocupo por ti, Yelena. He tratado con otros hombres como Alex. Nada lo detendrá para conseguir lo que quiere. Ahora, ¿vamos a tomarnos algo?
Ella negó con la cabeza muy despacio. No podía ser verdad. Alex no era así. Y no le habría escondido aquel tipo de información.
Dejó que Carlos entrase en el bar y volvió a la fiesta con un nudo en el estómago.
Encontró a Alex hablando delante de la cámara de una cadena de televisión nacional. A simple vista, parecía relajado y seguro de sí mismo, pero ella que lo conocía bien sabía que no estaba cómodo. Tenía la mandíbula y los hombros tensos. Y su lenguaje corporal decía lo mismo, que habría preferido estar en cualquier otro lugar.
–… una última pregunta, señor Rush –le dijo la presentadora–. ¿Cómo está, nueve meses después de que lo absolviesen de la muerte de su padre?
Él se puso todavía más tenso, apretó los puños.
Yelena dio un paso al frente.
–Hola, Val. ¿Sabes que no se puede absolver a alguien de algo de lo que no ha sido acusado? –comentó, mirando a su alrededor con naturalidad–. Pensé que iba a venir Mark.
Val Marchetta encogió sus delgados hombros y ladeó la cabeza.
–Me han mandado a mí en su lugar. Me alegro de verte por aquí, Yelena –dijo sonriendo.
–Sí, claro. Alex, ¿puedo hablar contigo un momento?
Lo tomó del brazo, sonrió a Val y se lo llevó.
–No hacía falta que me rescatases –le dijo él con voz tensa.
–Solo quería evitarte la tensión del momento. En cuanto Val empiece a atar cabos, nuestra relación profesional dejará de ser un secreto.
Alex se encogió de hombros.
–Tenía que ocurrir, antes o después.
Habían salido de la zona entoldada y estaban solos, en la oscuridad. Yelena tenía muchas preguntas que hacerle, pero todas se le olvidaron cuando Alex la tomó entre sus brazos y la besó.
Durante unos minutos, disfrutaron del erótico placer de jugar con