–El público ya tiene la verdad.
–Pero no dicha por vosotros.
–Yelena tiene razón, Alex –comentó Pam–. Tú no has dicho nada acerca de… esa noche.
–Mamá. ¿De verdad quieres que vuelva a desenterrar el tema?
Madre e hijo se miraron con complicidad y Alex frunció el ceño.
–Está bien –dijo después–. ¿Qué más tienes, Yelena?
–Alex –dijo ella con firmeza–. Llevo trabajando en esto desde que salí de la universidad, hace casi ocho años. He llevado cientos de campañas de músicos, políticos, médicos y banqueros de toda Australia.
–Lo que…
–Por favor, deja que termine. Me elegiste porque soy buena, así que, ¿te importaría confiar en mí?
–Confío en ti –respondió él sin dudarlo.
–¿Y piensas que voy a hacer algo sin tu aprobación?
–No.
–Entonces, confía en mí –le dijo, tendiéndole una lista–. Habrá entrevistas, sí, pero solamente con periodistas a los que conozca bien. Personas justas y compasivas.
–Claro –replicó él, en tono irónico.
Eso la molestó.
–Sí. Lo creas o no, también hay buenas personas en la prensa. Diamond Bay tiene una excelente política medioambiental, y eso le encanta a la gente. Si quieres, podemos hablar del tema.
Pam asintió entusiasmada y Yelena supo que había acertado.
–¿Prácticas de Chelsea en una revista de moda? –leyó Alex de la lista.
–Sí. Esa tiene una ventaja adicional –dijo Yelena–. Conozco al editor jefe de Dolly’s. Está preparando una serie de artículos sobre trabajos de ensueño para enero, y uno de ellos es sobre una becaria en una revista de moda. Un fotógrafo y un periodista la seguirán durante todo un día –miró a Pam y añadió–: Por supuesto, no le he dicho nada del tema a Chelsea. Son solo ideas que he tenido y me tenéis que dar vuestro visto bueno.
Hubo unos segundos de silencio hasta que Pam respondió:
–Creo que a Chelsea le encantaría.
–¿Y sus clases? –inquirió Alex.
–Le va bien con los tutores.
–¿Y el tenis?
–Nunca ha querido dedicarse profesionalmente a él, cariño. Y ahora tiene la oportunidad de hacer algo que le apasiona de verdad.
Alex guardó silencio, su expresión era indescifrable.
–Ya hablaremos de esto luego –dijo por fin.
–No hay nada de qué hablar. Yo ya he tomado la decisión –respondió su madre.
Él la miró sorprendido.
–De acuerdo.
Yelena tuvo una sensación extraña, que le duró hasta que la reunión se hubo terminado. Entonces, se sintió obligada a actuar.
–¿Alex? ¿Puedo hablar contigo un momento?
Él asintió, cerró la puerta, pero se quedó de pie. Nerviosa, ella se levantó y pasó unos segundos pensando lo que le iba a decir.
–Ya sé lo que estás pensando –comentó Alex.
–¿Sí?
–Sí. Y la respuesta es que sí, que fue… estupendo. Y que no, no tiene por qué cambiar todo.
Ella lo miró sorprendida.
–No era eso lo que iba…
–Yelena, no me debes nada. No nos hemos prometido fidelidad el uno al otro. De todos modos, dado tu pasado, no sería posible.
«¿Qué?». Yelena frunció el ceño, confundida. Hasta que lo entendió, Alex se estaba deshaciendo de ella por haberse quedado embarazada de otro hombre. O, lo que era peor, estaba insinuando que, lo que habían tenido juntos, no había sido importante. Se le encogió el corazón.
Desde el punto de vista de Alex, tenía sentido.
Se tragó el dolor y se dijo que ya sufriría más tarde, cuando estuviese sola.
–Lo cierto es que no era eso de lo que quería hablarte. Sino de tu madre.
–¿Por qué? –le preguntó él con el ceño fruncido.
–¿Quieres sentarte?
–No.
Ella suspiró.
–De acuerdo. Mira, yo creo que hay algo… –hizo una pausa, buscó las palabras adecuadas–. Hay algo que no nos está contando.
–¿El qué?
–Es una sensación que me dio cuando hablé con ella –continuó–. Por ejemplo, nunca habla de tu padre si yo no saco el tema. Y no la veo demasiado afectada por las acusaciones de infidelidad. Sé que tu padre era un hombre de negocios brillante, un hombre hecho a sí mismo y casi todos son muy perfeccionistas.
–¿Adónde quieres ir a parar?
–¿Tus padres tuvieron un buen matrimonio? ¿Todo fue bien? –le preguntó.
Él la estudió con la mirada y luego inquirió:
–¿Y por qué iba a ser eso asunto tuyo?
Yelena se ruborizó.
–Pensé…
–Te he contratado para que hagas un trabajo, Yelena, no para que psicoanalices a mi familia. Te agradecería que no te excedieses en tus funciones. Ahora, si no te importa, tengo que atender una llamada del extranjero.
Alex se giró y, dejándola boquiabierta y colorada, salió por la puerta.
Aquello formaba parte del pasado, estaba muerto y enterrado junto con su padre. Alex no podía… no iba a desenterrarlo. El tema no lo afectaba solo a él, sino a toda su familia.
Era mejor así. Era mejor haber puesto a Yelena en su sitio.
Entonces, ¿por qué se sentía como un cretino?
Cerró la puerta de su despacho tras de él y el golpe retumbó por todo el pasillo.
Entre toda la porquería que había en su vida, estaba el deseo abrasador, constante, que sentía por aquella mujer. Sí, Carlos lo había traicionado y eso no lo olvidaría en toda su vida, pero Yelena… lo había dejado muerto cuando había desaparecido. Había creído que podía contar con ella, y se había quedado mentalmente destrozado.
Se apartó de la puerta y fue hacia las ventanas.
Su mundo había sido en blanco y negro hasta que había vuelto Yelena, trayendo con ella el color. No obstante, Alex no podía volver a rendirse a su poder. No podía permitir que lo volviese a destrozar.
Yelena agradeció estar tan agobiada de trabajo con los preparativos de la fiesta, así no tenía tiempo para pensar en lo ocurrido durante los últimos días. Y Alex debía de sentirse igual, porque había evitado estar a solas con ella.
Y se sentía aliviada cuando daban las seis de la tarde y podía volver con su hija. Chelsea se pasaba por su suite todas las noches y ella le agradecía la compañía y las atenciones que le dedicaba a Bella. Por suerte, Pam apareció por allí el viernes por la noche y cenaron las tres.
Cuando el teléfono de Yelena sonó, ella estaba riéndose de algo que había dicho Chelsea. Era Jonathon, que la llamaba para darle el visto bueno para quedarse otra semana más. No obstante, en su breve conversación, Yelena notó que pasaba algo y, cuando