–¡Agárrate! –le dijo Alex.
Y ella se aferró a su cintura con fuerza.
Era una experiencia extraña y maravillosa. Era la primera vez que Yelena montaba en moto. La velocidad, el aire golpeándola, haciéndola sentirse completamente vulnerable, hizo que dejase escapar una carcajada. Era normal que tuviese que ir pegada al cuerpo de Alex.
Pero, según fueron pasando los minutos, empezó a excitarse al tenerlo entre sus muslos.
Cuando este disminuyó la velocidad, Yelena ardía de deseo por él y tenía la boca como si llevase una hora besándose con alguien.
Alex detuvo la moto y a ella le costó mover las piernas.
–Al principio es un poco duro, pero te acostumbrarás –le dijo él, quitándose el casco y sonriendo.
«¿Me acostumbraré?», se preguntó ella, quitándose el casco también.
Alex la agarró de los hombros y la hizo girar.
–Mira eso.
El sol se estaba poniendo entre las montañas y ambos pasaron varios minutos allí, inmóviles, viendo cómo el cielo se oscurecía y se teñía de rojo.
–Guau –dijo ella después de un rato.
–Sí. Es increíble, como Diamond Bay. Nunca me canso de ver esta puesta de sol –admitió Alex–. ¿Cenamos?
La guio hacia unas luces y salieron a un claro rodeado de calefactores. Sorprendida y en silencio, Yelena vio a un camarero que estaba terminando de poner una mesa.
Miró a Alex, que sonreía satisfecho, y luego volvió a mirar la mesa sin dejar de tocarse el colgante.
Alex hizo un gesto al camarero para que se marchase. El hombre asintió, se subió a un todoterreno y desapareció en la noche.
Alex la acompañó hasta la mesa y le ofreció una silla.
Nada más sentarse, Yelena tomó la copa de agua y le dio un trago.
–¿Espaguetis a la carbonara? –dijo él.
–Gracias –dijo ella, sirviéndose de un cuenco–. Esta tarde he hablado con Kyle de las cuentas. Debería darme un presupuesto completo mañana. Cathie, tu jefa de prensa, me está ayudando con todo el tema local y estamos redactando un comunicado juntas –tomó el tenedor–. Cuanto antes lo anunciemos, mejor. Luego haremos las invitaciones. ¿Puedes darme tu lista mañana?
–Claro.
Yelena dejó el tenedor y tomó su copa de vino.
–Gracias por contarles a Pam y a Chelsea el motivo de mi estancia aquí.
Él asintió y siguió comiendo.
–Pensé que era mejor ser sincero –dijo él–, pero ¿te importaría no estropear las vistas hablando de trabajo?
–Ah, pero…
–Por favor.
Ella se estremeció solo de oír aquellas dos palabras.
–Está bien.
Desconcertada, se concentró en su cena.
–¡Está delicioso! –exclamó, poniendo los ojos en blanco–. Creo que estoy enamorada.
Alex se echó a reír.
–Lo siento, pero Franco está ocupado.
Yelena suspiró de forma exagerada.
–Los buenos siempre lo están.
Se miraron a los ojos, ambos sonriendo, pero el momento duró más de lo necesario y Yelena se dijo que aquello era mucho más que una cena.
Tomó otro bocado de pasta.
–No corras tanto –le dijo él, bromeando–. La comida no va a marcharse a ninguna parte.
–Está tan rico.
–A veces, es mejor ir despacio –continuó Alex–. Es mejor saborearlo todo: el sabor, la textura, que querer llegar demasiado pronto al final. La recompensa es mucho más… placentera.
Yelena estuvo a punto de atragantarse. Intentó mirarlo con frialdad, pero no fue capaz, con Alex dedicándole aquella sonrisa.
Bajó la vista al plato un momento y luego lo miró a los ojos.
–¿Me has invitado a cenar para intentar seducirme, Alex? –le preguntó directamente.
Él no se inmutó.
–¿Quieres que lo haga?
–No –mintió Yelena.
–¿Por qué no?
«Porque no creo que pudiese volver a olvidarte por segunda vez», pensó.
–¿Por qué querrías hacerlo? Nos hicimos daño, Alex, y nuestro pasado es complicado.
–Sí, pero aquí estamos. Ahora.
Alex se levantó con la gracia de un bailarín muy masculino y se puso a su lado.
Ella se levantó también, nerviosa.
–Soy tu agente, Alex.
–¿Tiene Bennett & Harper alguna cláusula de moralidad que yo desconozca?
Yelena se preguntó cómo podían estar tan cerca, el olor de Alex estaba invadiendo todos sus sentidos. Olía a cuero, a pasión, a desafío y a calor. A perder el control. A Él.
–¿Cláusula de moralidad…? –repitió–. No.
Él la tomó de la mano, haciendo que se estremeciese.
–¿Ves? –añadió–. Tenemos algo.
–Pero eso no significa que esté bien.
–Ni que esté mal tampoco.
–Alex…
–¿Sabes cómo me afecta, oírte decir mi nombre? –murmuró él.
Y, de repente, se había acabado el tiempo de hablar.
Alex la tomó como si supiese que ella estaba de acuerdo. Y lo cierto era que Yelena lo había echado de menos. Había echado de menos el modo en que su risa la envolvía. Había echado de menos su sentido del humor y sus coqueteos. Había echado de menos la suavidad de su piel. Había echado de menos la sensual curva de su boca y el modo en que hacía que ella desease perderse.
Cuando Yelena se inclinó hacia él, con los labios temblorosos, Alex tuvo la sensación de que había triunfado. Lo deseaba. Había conseguido que lo desease. Gimió y se sintió como siempre lo hacía sentir Yelena, y la apretó contra su pecho.
Ella no protestó, lo que lo excitó todavía más, pero cuando iba a besarla, Yelena le puso la mano en el pecho y se lo impidió.
Él la miró a los ojos. ¿No quería…?
–Déjame.
Él la deseó aún más al oír aquello. Deseó desnudarla y hacerla suya allí, en el suelo, rodeados de vegetación.
Yelena puso las manos en su cuello y las enterró en su pelo. Luego, sus labios acariciaron los de él un segundo. Después, otro. Tomó aire como si besarlo fuese algo doloroso, pero entonces lo miró a los ojos y sonrió. Y él le devolvió la sonrisa.
Ya nada podría detenerlo.
Ella volvió a besarlo, con los ojos abiertos, haciéndole perder el control por completo.
Alex la abrazó y frotó la erección contra su vientre. El familiar aroma de su piel la asaltó. Y su sabor… Su sabor era algo que siempre le había encantado. Lo había echado de menos. Él le mordisqueó el labio superior, jugó con él unos segundos. Después, la besó con pasión.
Luego,