–Ya no quería que Carlos fuese el motivo –le explicó él, tomando su mano–. Siempre he querido hacer el amor contigo, Yelena.
–Me has utilizado –respondió ella con lágrimas en los ojos.
–Lo sé. Y lo siento –admitió él.
–¿Y por qué has invitado a Carlos hoy? –le preguntó.
–Porque quería que vieras cómo es en realidad.
–¿No podías habérmelo dicho? –preguntó Yelena, aunque al momento supo que no lo habría creído–. Siento mucho todo lo que ha hecho. Todo.
Alex guardó silencio unos minutos y luego dijo:
–Mira, Yelena, sé que es tu hermano, pero…
–Quiero que entiendas algo acerca de Carlos –le dijo ella, mirándolo a los ojos–. Su reputación, su… su obsesión por ser quien es y lo que eso significa lo es todo para él. Ya sabes cómo era en el colegio, tan protector. Gabriela lo odiaba, pero no tenía elección, después de lo que había pasado en España. Y cuando yo crecí me resultó…
–Asfixiante.
Ella asintió.
–No lo hacía por mí, sino por su reputación.
–Yelena…
–Nunca ha tomado a Bella en brazos, ni una vez –continuó, angustiada–. Nunca me pregunta por ella.
«Por fin sabes cómo es», pensó Alex, pero no le gustó verla dolida.
–Entonces, lo que Carlos oyó, lo que yo oí… ¿Tu padre no tenía una aventura?
–No.
–¿Y de qué estabais discutiendo?
–De nada importante, déjalo estar, Yelena.
Ella lo conocía bien y supo que había algo que le había hecho mucho daño.
–Cuéntamelo, Alex, por favor.
–¡Te he dicho que lo dejes estar! ¡Que nos hayamos acostado no te da derecho a meterte en mi vida!
Yelena se sintió como si acabasen de darle una bofetada.
–Así que solo me quieres para acostarte conmigo, ¿no? Creo que debería marcharme.
Tomó su vestido, ruborizada.
Él gimió, por fin había conseguido lo que quería, apartarla de su vida.
–Yelena, no tienes que…
Ella lo fulminó con la mirada mientras se vestía.
–Me vuelvo a casa mañana. Tengo que centrarme en tu campaña.
Luego salió corriendo hacia la puerta. Una vez allí, miró hacia atrás.
Alex había tomado el mando a distancia y estaba viendo la televisión. El corazón se le rompió, pero salió por la puerta y la cerró con cuidado tras ella.
Yelena se detuvo en el pasillo y apoyó una mano en la puerta.
–Te quiero.
Quiso gritarlo en vez de decirlo en un susurro. Amaba a Alex Rush.
Entendía a Alex mejor de lo que él pensaba. Era un hombre muy orgulloso y no podía perdonar que hubiesen atacado a su familia.
Yelena llegó a la puerta de su habitación y buscó la tarjeta en el bolso. Se sintió culpable mientras entraba. Alex no le mentiría con respecto a Carlos. No acerca de algo tan importante. Y ella misma lo había oído. Su hermano estaba detrás de esos horribles rumores, había querido acabar con la reputación de Alex, pero también con la de Pam y la de Chelsea. Tres personas inocentes.
Y, además, estaba su secreto. ¿Cómo se lo tomaría Alex?
Despertó a Jasmine, que se había quedado dormida en el sofá, y luego se dio una ducha rápida. Mientras se lavaba el olor de Alex de la piel, pensó que lo amaba.
Se pasó una hora tumbada en la cama, despierta, hasta que oyó a Bella y se levantó, aliviada, para ir a su habitación y tomarla en brazos.
Le preparó un biberón y se sentó en el sofá con ella.
–¿Me equivoco al no querer contárselo, Bella? –le preguntó a la niña–. Le prometí a Gabriela que guardaría nuestro secreto y te cuidaría… Alex todavía piensa que eres mía.
Después de pasarse la noche casi sin dormir, Yelena decidió centrarse en su trabajo, pero en vez de ir a su despacho, se fue a desayunar a Ruby’s.
Se sentó y abrió el ordenador para ver las noticias por Internet, y nada más conectarse vio un artículo en el que se decía que Alex y ella tenían una relación.
–Yelena, ¿tienes un minuto?
Yelena levantó la vista y vio a Pam, que llevaba puestas unas enormes gafas de sol. Algo iba mal.
Ella sonrió y cerró el ordenador.
–Por supuesto. Siéntate. ¿Quieres tomar algo?
–Un té con hielo –dijo Pam automáticamente, sonriendo al camarero que acababa de acercarse.
Yelena esperó a que Pam se quitase las gafas y las dejase encima de la mesa.
–Te marchas hoy –le dijo esta después de unos segundos.
–Sí –contestó ella–. Voy a necesitar formar un equipo para seguir trabajando.
–¿Y a Alex le parece bien? –preguntó Pam sorprendida.
–Lo de anoche fue solo el principio. Todavía tengo mucho trabajo –contestó ella.
–Qué pena. Chelsea y tú os entendéis tan bien.
–Es una chica estupenda.
Pam asintió.
–Gracias. Ha estado enfadada durante mucho tiempo, y no quería hablar con nadie hasta que llegaste tú. Por eso he venido –admitió Pam–. Necesito que organices una entrevista.
–¿Para ti? –le preguntó Yelena.
Pam asintió. En su mirada había orgullo, sinceridad. Y miedo.
–¿Lo sabe Alex?
–No. Intentaría convencerme de que no lo hiciera –admitió Pam–. Lo quiero, Yelena, pero se responsabiliza demasiado de su familia. Siempre ha sido mi pequeño protector, desde que era niño. Necesito hacer esto por mí.
–Está bien.
–Gracias –le dijo Pam, haciendo un silencio antes de continuar–. También quería hacerte una pregunta personal. Lo siento, pero llevo dándole vueltas desde que llegaste.
–Sea lo que sea, intentaré responderte –le dijo Yelena.
–Tengo que saberlo. Es tu… Quiero decir, antes de esto, ¿Alex y tú…?
–No –respondió Yelena–. ¿Por qué lo preguntas?
–Gracias por ser sincera. Es evidente que mis ojos me han jugado una mala pasada. Desde que vi a tu hija… –se echó a reír, como avergonzada–. Bueno, Bella es idéntica a Alex y a Chelsea de bebés, la misma nariz, la misma barbilla. Y me he dado cuenta de que hay química entre Alex y tú. Será que tengo muchas ganas de ser abuela –se levantó de la silla–. Será mejor que te deje volver al trabajo. Gracias.
Yelena vio marchar a Pam. Frunció el ceño. Era raro. Muy raro. Como si Bella pudiese ser…
De repente, una idea terrible, ridícula, la asaltó. No podía ser, Gabriela se lo habría dicho.
No era posible que su hermana le hubiese mentido mientras se desangraba en el pequeño