El zorro chistó, oscilando la vista a un lado en tanto murmuraba algo ininteligible.
—Sí. Es la primera vez que veo un caballo —confesé, pasando la mano por el hocico del animal.
—¿Nunca has visto uno?
—¿Está sordo? —Esta vez el cuchicheo irritado de Noram fue más audible.
—No. Nuestro mundo está completamente destruido, los caballos… ya no existen. Bueno, en realidad no hay casi ninguna especie con vida —contesté con tristeza.
—Eso es horrible —jadeó Sorpra, afectado de verdad.
Esta era la mía.
—Pero todavía hay solución. Con el Árbol de los Elfos podríamos repoblar el planeta con árboles. Todo se arreglaría automáticamente, pues es un árbol mágico. Una vez que hubiera árboles, la capa de ozono se regeneraría, habría oxígeno, plantas terrestres, plantas marinas que harían que en los océanos también hubiera oxígeno… Cuando todo se restableciera, podríamos trabajar con los genes de todas las especies que hemos criogenizado para traerlas de nuevo a la vida. Entonces, tendríamos todos los caballos que quisiéramos.
—Y nuestro mundo, mi mundo, también volvería a su estado original —adivinó.
Le miré, más confiada.
—Exacto.
Sorpra lo reflexionó más detenidamente, estudiando mis ojos con ahínco.
Noram suspiró con exasperación.
—Tendrás que contarle eso a la Reina —me indicó.
—¿Yo? —De repente, me arrepentí un poco por ser tan elocuente.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó.
—Jän.
—Y yo Noram —añadió el zorro.
—De acuerdo, Jän. Has hecho que termine de creeros, si tú lo explicas como me lo acabas de explicar a mí, tal vez ella decida entregaros el trozo del árbol —decidió Sorpra, ignorando a Noram por completo.
Lo de ponerme delante de una reina para hablarle no me hacía mucha gracia, pero la parte final de su frase llamó toda mi atención.
—¿Tal vez?
—La Reina es… dura —empezó a explicarme a la vez que cogía las riendas del caballo para tirar de él. El animal obedeció con nobleza y comenzamos a caminar en dirección al grupo. El resto de equinos empezó a seguirnos automáticamente. Giré la cabeza y, con una mueca, insté a Noram a que viniera. Él resopló, disconforme, aunque se metió las manos en los bolsillos del pantalón y nos siguió hasta que se puso a mi lado. Sorpra continuó con su explicación—. Toda su vida ha estado velando por el Árbol de los Elfos. Y su existencia ha sido muy, muy larga. El árbol ha sido el centro de su universo durante milenios. Ha sido su cometido desde siempre, no le va a gustar que vengan unos extranjeros a llevárselo.
—Pero tiene que hacerlo, si no, todo el mundo, incluido este maravilloso paraíso, desaparecerá, moriremos todos —aseveré con convicción y arrojo, clavándole la vista con esa misma expresión—. Y todo el esfuerzo que ha llevado a cabo la Reina durante milenios, toda su vida, habrá sido en vano. Tendríais que ver cómo está la Tierra fuera de este paraíso, es… horrible, dramático. La Tierra está agonizando, nos está suplicando que la ayudemos, y nosotros, los elfos, somos los hijos directos de la Madre Naturaleza, es nuestra obligación salvarla. Ella nos encomendó el cuidado del Árbol de los Elfos, pero también es una herramienta de la que nos dotó para un caso de extrema urgencia, como este. Este paraíso oculto fue creado por nuestros ancestros para guardar y proteger el árbol, probablemente fue a la Reina a la que se le encomendó ese cometido y ha estado cumpliendo con su misión desde entonces. Pero ahora ha llegado el momento de usarlo. Este es el cometido final por el que la Reina lo ha guardado y custodiado. Esta es la finalidad de la misión que le han encomendado.
En vez de responderme, Sorpra se quedó ensimismado en mi cara durante unos segundos en los que yo no entendí nada.
—Tienes unos ojos preciosos —soltó de repente.
Oh. Vaya, empezaba a entenderlo.
—Llegas tarde, eso ya lo sabíamos —cuchicheó Noram con una marcada acidez que intentó ocultar virando el rostro.
—Bueno…, gracias —le dije a Sorpra entre tanto, un poco sonrojada y desconcertada.
—Te conozco —afirmó el príncipe.
La faz de Noram se giró automáticamente.
—¿Qué? —pregunté.
—¿Cómo? —alucinó Noram, alzando las cejas con incredulidad.
—Cuando la Reina te vea, ella también te reconocerá. Le agradará tu presencia.
—Yo…
Noram refunfuñó y Sorpra miró al frente.
—No sé si accederá a vuestra petición, pero le gustarás. Eres muy persuasiva, y también muy persistente, por lo que veo —alabó.
—Por supuesto, es un ciervo. Eso forma parte de su personalidad —le respondió Noram, casi ofendido.
—¿Un… ciervo? —se sorprendió Sorpra, observándome de nuevo con suma atención.
—Nosotros formamos parte de los trece Guerreros Elfos —le desvelé.
—¿Guerreros Elfos? Nunca he oído hablar de ellos.
—Nuestro origen se remite a las estrellas —empecé a explicarle durante nuestra marcha. Y añadí a mi relato los nuevos datos de nuestra historia que acabábamos de conocer recientemente—. Se dice que hace muchos, muchos millones de años, las estrellas vagaban por el universo, solas, erráticas, salpicándolo con sus luces blancas y brillantes. En aquellos tiempos había armonía y paz en la Tierra. Pero la llegada de los humanos lo cambió todo. Estos comenzaron a ser codiciosos, empezaron a explotar al planeta, a enfermarlo, y nuestros ancestros no daban abasto para remendar los errores fatales que iban dejando los humanos. Crearon este paraíso oculto para la protección del árbol origen de todos los árboles, pero no fue suficiente para detener la inexorable avaricia del ser humano. Nuestros ancestros necesitaban unos guerreros con habilidades especiales para poder llevar a cabo la protección de la Tierra, y así lo suplicaron. Entonces, la Madre Naturaleza actuó. Reunió a millones de estrellas, las más brillantes, enérgicas y vivas, y las convirtió en trece constelaciones. Constelaciones con forma de animales que las conectaban con la Tierra, constelaciones dotadas de magia y de un poder excepcional. La Madre Naturaleza eligió a trece guerreros de entre todos los elfos del mundo; trece guerreros únicos, los únicos trece guerreros que encajaban a la perfección con el animal de cada constelación, y los bendijo con un don. Por eso se dice que nuestro poder proviene de las estrellas, y que la Madre Naturaleza, siempre en conexión con ellas, nos toca con su mano para elegirnos. Cuando uno de los guerreros fallece, la Madre Naturaleza ya tiene a otro elegido para cubrir ese puesto. Cada uno de nosotros representamos a un animal, según nuestra constelación y nuestro carácter. Yo soy la guerrera ciervo.
—La guerrera ciervo. Es… fascinante —me aduló el príncipe, observándome con esa fascinación—. Ahora comprendo ese arrojo que hay en ti.
—Estupendo… ¿Por qué no me habré quedado calladito? —volvió a mascullar Noram en voz baja.
—Y también veo que usas el arco y la flecha —observó Sorpra.
—Sí. Soy una experta —presumí.
—Estoy seguro de ello —murmuró.
—¿Qué?
—Oh, nada. Digo que sin duda los ciervos tienen unas cualidades excepcionales. Son fuertes pero delicados al mismo tiempo, inteligentes, cabales, elegantes, sensibles, atentos, y muy, muy bellos.