Hubo un silencio sepulcral. Sorpra se acarició la barbilla, pensativo.
—Tu historia es… extraña —dijo—, sin embargo, sigo sin poder explicar el origen de los terremotos, las grietas y el agujero negro, y tu relato… —Alzó la vista y la clavó en Dorcal—. Esto no me corresponde decidirlo a mí. Os llevaré ante mi madre, la Reina, y ella tomará la decisión que crea conveniente.
—¿Decisión? ¿Qué decisión? —rebatió Noram—. Creo que está todo claro, ¿no?
La mirada que le dedicó Sorpra fue fría y dura como un glacial del ártico, cuando existían. Era la mirada de un elfo supremo a un híbrido.
—Mi madre, la Reina, tomará la decisión —repitió, regio.
— EL CIERVO Y EL ZORRO —
Los caballos de los guardianes, estos de verdad, estaban dispuestos en hilera, bajo el amparo de un gran árbol que les abrazaba con su sombra. No estaban atados, sin embargo, ellos permanecían quietos ahí donde sus jinetes les habían dejado, esperando pacientemente. Me quedé maravillada cuando los vi, pues era la primera vez en toda mi vida que veía un caballo en carne y hueso. Me acerqué a ellos con timidez, aunque maravillada.
Noram se aproximó a mí y se quedó a mi lado. Su semblante reflejaba lo mismo que el mío.
—Son preciosos —musité, sonriendo con deslumbramiento.
—¿No te atreves a tocarles? —Se rio, aproximándose a uno de ellos para acariciarle, él sin ningún temor.
El animal no tuvo problemas ni se opuso. Al contrario. Parecían encantarle las caricias que le estaba regalando Noram.
Qué suerte tenía ese caballo…
—Es que nunca he tocado uno —confesé, mordiéndome el labio.
—Yo tampoco —afirmó él, mostrando esa preciosa sonrisa suya que destacaba sobre su piel oscura mientras contemplaba y pasaba las manos por el hocico del animal. Entonces, alzó el mentón, sosteniendo esa curvatura de su boca, y sus pupilas se vinieron conmigo—. Ven aquí.
—¿Qué? —Me puse nerviosa. Su petición había sonado con tanta seguridad…
Ya podía ser tan seguro para otras cosas.
—Ven, no te hará nada —garantizó.
—No estoy segura de si quiero ir contigo —le contesté, cruzándome de brazos a la vez que sesgaba la faz al otro lado.
—Anda, ven, yo tampoco te haré nada —prometió con otra de sus sonrisas ladeadas, esas que siempre me hacían palpitar.
Ese era el problema, que no me hacía nada…
Mi vista osciló hacia él de soslayo y terminé soltando un suspiro, claudicando.
—Está bien. —Solté los brazos y me puse a su vera.
—Acaríciale aquí, creo que eso le gusta —me indicó.
Levanté la mano y, con dedos trémulos y cautos, empecé a acariciarle entre la crin. Era muy suave y sedosa. Miré a Noram. Ambos nos sonreímos, aunque yo tuve que sujetar el cosquilleo de mi estómago, porque si no, mi mano terminaría tirando del cuello de ese zorro para pegarle a mí. Con más confianza, deslicé las yemas en lo más profundo de la cabellera, rascando al equino. El caballo se inclinó un poco hacia mí para que continuara y solté una risita.
—Le gusta —me asombré.
—Normal, ¿a quién no le iba a gustar que tú le acariciaras? Habría que ser idiota —murmuró para sí.
Alcé la vista, sorprendida, pero no me dejé engañar por la ilusión.
—Un idiota como tú —le reproché, dirigiendo mi atención al animal de nuevo a la par que fingía indiferencia.
Noté cómo Noram llevaba sus ojos hacia mí, cómo profundizaban en mi alma… Y eso que yo no le estaba correspondiendo la mirada.
—Si fuera listo, ahora me aprovecharía de esto para robarte una caricia —murmuró, sonriendo con esa mueca que me volvía loca.
No pude evitarlo. Dejé de rascar al caballo y mis pupilas volaron hacia las suyas para clavarse en ellas con insinuación y seducción.
—Eres un zorro, seguro que sabes arreglártelas —susurré.
Su atractiva sonrisa no se desvirtuó, pero su mirada verde turquesa se intensificó tanto, que creí que el alocado hormigueo de mi abdomen lo iba a hacer estallar.
—Siempre has sido muy buena pinchándome —admitió.
—Para lo que me ha servido… —suspiré, regresando mi atención al caballo.
Mi respuesta volvió a dejarle tocado. La expresión de Noram fue marchitándose a medida que me observaba acariciar al animal. Se quedó tieso en el sitio, mirándome, serio, pensativo.
Hasta que se arrimó a mi costado. Sentirle tan cerca hizo revivir el relampagueo de mi abdomen. Y de las partes más innombrables de mi cuerpo.
—Jän, sobre lo que hablamos… y lo que dijiste antes… —Lo susurraba con una voz muy baja, casi en la punta de mi oreja, levantando todo un polvorín travieso y revoltoso entre mis piernas—. Yo…
—¿Te gusta?
Ambos pegamos un bote y nos separamos, del sobresalto, cuando oímos la voz de Sorpra, pero yo, además, me quedé paralizada por esa pregunta tan directa que fue dirigida solo a mí.
La relación entre un elfo y un híbrido no estaba muy bien vista en nuestro mundo moderno. No es que estuviera prohibida ni te fueran a tirar piedras por la calle, sin embargo el matrimonio, por ejemplo, estaba ilegalizado, y siempre te ibas a encontrar elfos y humanos que te iban a censurar y a poner trabas. Eso nunca me había importado, desde luego, pero algo me decía que aquí, en esta dimensión, era aún peor. Sabía, por los libros y textos antiguos que nos habían hecho leer en el instituto y la universidad, que aquí eso era algo castigado, como ocurría con la homosexualidad en el pasado de nuestro mundo.
—¿Qué? —musité, blanca como un folio.
—Observa su color —habló Sorpra con ese semblante serio e impertérrito propio de alguien de la realeza, aproximándose a nosotros, sin dejar de mirarme. Automáticamente, mi pálido rostro se sesgó en dirección a Noram, que se mantenía tenso, a la expectativa, sin quitarle ojo al príncipe. Sí, Noram, además de ser un híbrido, era negro, otro punto más que se sumaba a la censura de mi mundo. ¿Empeoraría eso las cosas aquí también? Pero, de pronto, Sorpra extendió la mano y comenzó a acariciar al caballo. Bajé los párpados y espiré con alivio cuando reparé en que estaba refiriéndose al animal—. Es único. Hemos conseguido este cromatismo gracias a la mezcla genética que hemos llevado a cabo durante años.
—La mezcla mola —soltó Noram, sonriente.
Iba a sonreírle yo también, cuando Sorpra le encañonó con unas pupilas claramente contrarias. Sí, estaba claro que aquí el dato de su raza negra empeoraba las cosas.
—Todos son pura sangre —puntualizó el príncipe con intención.
A Noram se le borró la sonrisa de la cara. Los dos sostuvieron la mirada con una tensión que podía cuartear hasta el aire que respirábamos. Entonces, Noram cogió oxígeno para responderle.
—Es… es precioso —intervine con rapidez, cortándole.
Noram me fulminó con la mirada, y lo entendía, yo misma le hubiera pegado una contestación a Sorpra, ese comentario racista también me había ofendido a mí, pero no podíamos permitirnos el lujo de desagradarle o crear un agravio. Eso podría poner en peligro