—No podemos hacer esto, está mal —murmuró, alicaído.
Luego, me soltó y caminó unos pasos para alejarse, dándome la espalda.
—¿Por qué? No estamos haciendo nada malo —rebatí, entre confusa y molesta.
Noram se giró en mi dirección.
—¿Entonces por qué siento que estamos traicionando a Rilam? —discutió.
—No le estamos traicionando. Lo mío con él se acabó hace un año, soy una mujer libre.
—Se acabó porque yo me interpuse.
—No te interpusiste. Tú ya estabas ahí, ya lo sabes. Estabas mucho antes que él —le corregí, dolida por que no entendiera nada. O eso parecía.
Esta vez Noram se quedó en silencio, como si mis palabras hubieran rebotado en alguna parte de su cerebro.
—Pero… Rilam y tú erais la pareja perfecta, todos lo pensábamos —arguyó.
—¿Tú también lo pensabas? —dudé—. ¿De verdad tú lo pensabas?
Noram fue incapaz de responder con un «sí».
—Yo tampoco. Nunca lo pensé —le revelé con un hilo de voz.
Ambos nos quedamos mudos.
—¿Por qué demonios te gusto yo? —musitó finalmente, y lo que más llamó mi atención fue que lo preguntó con verdadera sorpresa, como si en verdad no pudiera creerse semejante cosa—. Soy un mestizo, ni siquiera soy un elfo completo. En cambio, Rilam lo tiene todo. Es guapo, fuerte, el mejor guerrero, un líder. Yo siempre he sido el torpe.
—Tú me haces reír —confesé.
Su perplejidad inicial fue barrida rápidamente. Eso le gustó y, sin pretenderlo, curvó la boca en una sonrisa.
—Eso me convierte en un payaso —bromeó.
—Eso te convierte en el ser más especial del universo —modifiqué de nuevo. Noram se quedó noqueado, pero yo, al ver esa mirada que ya comenzaba a profundizar en la mía, empecé a ruborizarme un poco—. Haces… haces que los días oscuros se vuelvan claros, que la tormenta se transforme en música, que los momentos tristes pasen con rapidez, que desaparezcan. Haces que todo parezca fácil, incluso lo más difícil, haces que lo pesado se vuelva ligero y llevadero. Haces que la vida sea luminosa y feliz. Siempre has causado ese efecto en mí. Tú eres mi arcoíris en los días de tormenta. Por eso te amo.
Las pupilas de mi zorro se engancharon a las mías totalmente, encandiladas, provocando otro estallido en mi estómago. Sin embargo, su faz embobada se fue desactivando conforme se forzaba a bajar de la nube que había creado mi confesión. Otra vez un Noram serio.
—Y yo te amo a ti. Pero Rilam también. —Me miró fijamente, esta vez regio, observando mi cara desencajada—. Por eso sé lo que está sufriendo, lo que sufriría si nosotros… —Se obligó a no continuar con la frase—. Jamás lo superaría. No puedo hacerle eso, es como un hermano para mí, lo sabes.
—Ahora ya sabe la verdad.
—Si estamos juntos, el daño será aún peor. No lo superará jamás.
—¿Entonces qué es lo que debemos hacer, Noram? —rebatí, dolida e incrédula al mismo tiempo—. ¿Hacemos como que no pasó nada? ¿O vuelvo con él? ¿Le miento? ¿Le digo que lo siento mucho y que me equivoqué, que no siento nada por ti? —En esta ocasión la que le contemplé fijamente fui yo. Noram se quedó mudo. Exhalé mi consternación al adivinar sus pensamientos—. Ya sé lo que piensas. —Ladeé el rostro, apretando los labios mientras mis ojos se humedecían. Luego, volví a mirarle, esta vez con enfado y desilusión—. Piensas que no debí de haberle dejado nunca, ¿verdad? —De nuevo, obtuve una callada por respuesta. Noram sesgó la vista, haciéndose el fuerte—. Dices que siempre has sido el torpe, pero sabes que en realidad eso no es así. En absoluto. Sabes que es todo lo contrario. Eres más fuerte, más hábil que él, sabes que puedes superarle si te lo propones de verdad. Pero tú siempre has cedido ante Rilam para no hacerle daño. Cedías los mejores juguetes para él, le cedías el trozo más grande de tarta, le cedías tus colores, le cedías las victorias cuando jugabais, te dejabas ganar porque ya entonces sabías que Rilam en realidad es frágil, que es más débil que tú mentalmente aun siendo un elfo completo. —Por fin, Noram llevó su mirada ante mí. Sin quererlo, lo corroboró todo—. ¿Eso es lo que ibas a hacer conmigo? ¿Cederme a mí también? ¿Ibas a dejarte ganar?
Como me temía, Noram no tuvo una contestación para mí. Espiré, herida y cabreada, y me di la vuelta, echando a andar.
—Jän, espera. —Noram reaccionó y me cogió por la muñeca para que me detuviera. Lo hice, girándome hacia él, esperando lo que tuviera que decirme todavía con los mismos sentimientos reflejados en la faz. Noram hizo que sus pupilas descendieran. Tomó aire para infundirse coraje y me las devolvió, volcando toda esa intensidad y profundidad en ellas—. Estoy enamorado de ti, te quiero —reiteró con un susurro. Todo mi cuerpo vibró—. Yo también quiero estar contigo, no te imaginas cuántas veces he imaginado que tú y yo estábamos juntos, que yo estaba en el puesto de Rilam, que era yo el que podía besarte y tocarte... —Su mano subió hasta mi cabello, electrizándome solo con esa simple acción, sin embargo, sus dedos quedaron suspendidos a escasos centímetros—. Pero no podemos estar juntos, a veces amarse no es suficiente —murmuró, y se notó el nudo que apretaba su garganta. Su mano cayó, tan alicaída y atribulada como su mirada—. A veces las circunstancias… hacen que dos personas que se aman no puedan estar juntas, que sea un amor imposible.
Mi pecho se agitó con agonía.
—Nuestro amor no es imposible —repliqué, haciendo que mis ojos bailaran en los suyos, ya aguados—. No, si los dos no queremos que así sea.
—No podemos hacerle eso a Rilam. Yo jamás me lo perdonaría.
—¿Y qué pasa conmigo? ¿Acaso yo no te importo? ¿Acaso no te importan mis sentimientos? ¿No te importa si yo sufro?
—Claro que sí. Sabes que me mata verte sufrir, que no lo soporto. Por eso esto es tan duro para mí. Estoy entre la espada y la pared, Jän.
—Yo también lo estoy —le recordé, atormentada—. ¿Crees que Rilam no me importa? ¿Que no me duele verle así? ¿Que no me siento culpable por haberle hecho daño? Yo también sufro por él, le quiero tanto como tú. Hubo un tiempo en que yo también pensaba que era mejor que Rilam no supiera nada, que era mejor que tú y yo no estuviéramos juntos, pero me he dado cuenta de que para salir de ese rincón en el que te apunta la espada hay que tomar una decisión, o terminará atravesándote y no saldrás nunca. Y ahora que Rilam ya lo sabe, yo he tomado la mía. Y tendrá que aceptar nuestra decisión, quiera o no, le duela o no. Es lo justo. Y uno debe ser justo y honrado, para bien o para mal, con los demás y consigo mismo. ¿Dices que no podemos hacerle eso a Rilam? El daño ya está hecho, Noram. Está hecho desde el primer día en que tú y yo nos vimos, de niños, el mismo día en que nos enamoramos. Eso ya nada ni nadie lo puede cambiar, ni siquiera nosotros. ¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a negar nuestro amor, a renegar de él? De acuerdo. No volveremos a hablar de esto, yo no existiré para ti. Pero eso también será injusto para Rilam, porque por mucho que le duela ahora, por mucha rabia que haya soltado en la competición, en algún momento tendrá que abrir los ojos a la realidad. Y la realidad es que tú y yo nos amamos, quiera o no quiera. Entonces se dará cuenta de que no tiene derecho a robarte tu felicidad, Noram. La felicidad de los dos. Así es Rilam. En cambio tendrá que vivir con nuestro amor imposible sobre su conciencia el resto de su vida.
—¿Y qué se supone que debo hacer yo, Jän? —discutió, aturdido por mis contundentes réplicas—. ¿Pasar de Rilam? ¿Ignorarle? No puedo hacer eso.
—Luchar por mí —respondí, conteniendo las lágrimas para que no se atrevieran a salir—. Eso sería más justo para Rilam, no le estarías dejando ganar, como haces siempre.