También quiero agradecer a las siguientes personas que han colaborado de una u otra forma para la realización de este libro: a Felipe Rissato, viejo compañero y amigo, le estoy inmensamente agradecido por haberme ayudado en la identificación de las fotos incluidas en las primeras ediciones de La vorágine. De la Amazonía brasileña, en Manaos, Joaquim Rodrigues de Melo me facilitó el acceso a ítems bibliográficos preciosos. Su desprendimiento y sincera amistad son oro para mí. Ann Caroline y Leila Soares de la Biblioteca Samuel Benchimol, Raimundo Nonato dos Santos Braga de la biblioteca Mário Ipiranga (CCPA) y Olga y Luciana del Instituto Geográfico e Histórico del Amazonas fueron ayudas imprescindibles con los materiales de las hemerotecas de dichos lugares. En el Museo Amazónico, Nataly Oliveira da Silva y Jacqueline Cordeiro me facilitaron la visita a la hemeroteca y a la sección de documentación. En la redacción del Jornal do Commercio, la ayuda indispensable de William contribuyó al acceso a ediciones antiguas del periódico. En Belém do Pará, María del Socorro Simões, antigua compañera de IFNOPAP, propició en varias ocasiones la exposición de mis ideas iniciales sobre este libro. En esa ciudad también le agradezco a Simone, del área de restauración de la Biblioteca Arthur Vianna —Centro Cultural y Turístico— Fundación Tancredo Neves (Centur). En Rio Branco, Acre, Gerson Albuquerque y Francisco Bento da Silva me acogieron con esa camaradería del Norte y propiciaron la ocasión para la presentación de los primeros resultados de mi investigación. Más recientemente, en la Universidad de Oxford, Lucy McCann, empleada de la Rhodes Library, me recibió con excepcional prontitud y profesionalismo. Sin la generosidad y el agudo conocimiento de María del Rosario Flores Paz sobre las imágenes fotográficas relacionadas con el Putumayo, mi trabajo habría quedado trunco. Le estoy agradecido por las horas de conversación sobre ese tema de su especialidad.
Varios colegas de universidades, dentro y fuera de Brasil, expresaron un verdadero entusiasmo por nuestra investigación. En la Universidad de Stanford, Marília Librandi Rocha y sus alumnos mostraron apertura frente a mis indagaciones sobre la Amazonía con una receptividad inusual. En la Sorbona, Claudia Poncioni, pacientemente y con la elegancia de siempre, hizo que las ideas del libro que se iban refinando les llegaran a sus alumnos y colegas. Para esta admirable colega va mi profunda gratitud. En la USP, la amistad y el compañerismo de Laura Izarra y Mariana Bolfarine son, para mí, piedras preciosas. A las dos les agradezco por ponerme en contacto con Angus Mitchell, con quien he compartido de modo muy provechoso sus tesis sobre la expansión de la industria del caucho en la Amazonía.
No podría terminar de mencionar los varios nombres de esta lista sin antes agradecer el auxilio indirecto, inconsciente, que Michel Taussig, Walter Mignolo y Cedomil Goic me prestaron durante la década de 1980. Con el primero pasé varias horas conversando en un café de Ann Arbor, Michigan, sobre La vorágine y Os Sertões, de Euclides da Cunha. Curiosamente, ni él, ni mucho menos yo, sabíamos que un día yo escribiría sobre los eslabones perdidos entre estos dos grandes escritores latinoamericanos. Con Mignolo aprendí, siempre de una manera tranquila, pero sistemática, a leer los libros con los ojos puestos en las teorías del lenguaje. Con Goic, hice la primera lectura y análisis de La vorágine en un salón de clases y extraje de uno de sus estudios sobre esa novela una de las mejores y más agudas lecturas hasta hoy realizadas.
Muchos son los colegas y amigos que, con su apoyo, me incentivaron durante el recorrido del libro: al querido y añorado Ivan Teixeira, ejemplo de amistad y rigor académico, le quedé debiendo favores que espero poderle pagar algún día en el reino del otro mundo; a Emilio Bejel, colega y amigo de larga trayectoria, por siempre incentivar mi trabajo y ofrecerme comentarios agudos para el libro; a Elaine Tennant, amiga que siempre supo oírme y, de manera inteligente, ofrecerme sugerencias; a Sergio Díaz Luna por ayudarme con los asuntos ligados al folclore colombiano. A Plinio Martins Filho, amigo de vieja data, colega y brillante editor, por el cuidado primoroso y la confianza que siempre ha demostrado en relación con mis proyectos académicos, mi más sincera gratitud. Le guardo gratitud a Cristiane Silvestrin por el cuidado, profesionalismo y por la paciencia durante la fase de producción de este libro.
Finalmente, a mi querida familia, mi esposa Rachelle y mis hijos Alexandre, Paul-Anthony y Marcel. A Rachelle, mi primera y aguda lectora, y a Marcel, debo agradecerles especialmente las lecturas de algunos capítulos y pasajes del libro. Y, por último, pero no menos importante, le agradezco a la Universidad de California-Davis por el apoyo financiero que le otorgó a mi investigación a través de mi facultad, el College of Letters and Science (HArCS), del Global Affairs Office y de la cátedra The Russell F. and Jean H. Fiddyment in Latin American Studies.
El título de este libro revela una ambigüedad irreconciliable. Sin embargo, no podríamos haberlo concebido de otra forma. Históricamente, la Amazonía siempre ha estado asociada a la noción de Paraíso, aunque de manera cuestionable. La sospecha nace de la idea de que esa selva tropical también es un “infierno verde”, como lo sugirieron algunos de los que estuvieron allí y como quedó plasmado en la ficción del escritor brasileño Alberto Rangel. Algunas razones de orden histórico, científico y estético hicieron que los viajeros y naturalistas describieran la gran selva de manera paradójica a lo largo de los siglos. Uno de sus intérpretes más autorizados, Euclides da Cunha, la denominó un paraíso perdido. No obstante, hay algo más que es necesario considerar. Ese paraíso sospechoso se sitúa en un torbellino, un lugar de destrucción continua y natural, que genera la lenta pero incansable devoración de la materia, y no solo de su mundo vegetal, sino también del reino animal, inclusive del hombre que habita en él. Es un ambiente salvaje que fascina en todos los sentidos, un espacio inhóspito que también tritura a la más fuerte de las almas cuando esta ya no es capaz de adaptarse a él. Al escribir sobre la majestuosa selva, nosotros también tuvimos que lidiar con este punto de vista problemático. Por consiguiente, la dicotomía paraíso-infierno dará cuenta de los temas principales discutidos en este libro, entre ellos el de la representación literaria de la Amazonía en el contexto del ciclo del caucho, periodo que se extendió desde la década de 1900 hasta la de 1920.
Le damos a la selva amazónica la denominación de paraíso sospechoso por su capacidad de esconder o disfrazar sus peligros. Una visión algo complaciente de ese vasto territorio verde podría demostrar que su densa vegetación, su difícil acceso, la malaria y otras arduas condiciones ambientales ayudan a mantener lejos de él a los curiosos o a los intrusos. Incluso para aquellos más serios, estudiosos en todo caso, que logran aproximarse a ella para examinarla con mayor atención, la Amazonía ofrece solo una comprensión superficial e incompleta de sus complejidades. Pero no debemos insistir sobre este lado desfavorable de la selva suramericana. Evidentemente, su esplendor y sus riquezas naturales contrarrestan ese otro escenario. Tanto es así que masas de inmigrantes se han desplazado hacia allá. Durante el apogeo de la industria cauchera (1890-1920), por ejemplo, cerca de medio millón de nordestinos brasileños, huyendo de la sequía en sus tierras de origen, migraron hacia ese enorme territorio en busca de trabajo en las caucherías,1 principalmente en las regiones del río Purus y del río Negro, y muchos de ellos más nunca regresaron.2
En contrapartida, si lanzáramos una mirada más perversa sobre ese gigante verde y complejo, llamaría la atención el lado oscuro de la selva. Aunque aquí la referencia sea, obviamente, a la historia de la conquista de la Amazonía, en función de la fuerza de nuestro argumento no excluimos sus desafiantes condiciones geográficas y ambientales. La Amazonía siempre atrajo y continúa atrayendo los tipos humanos más diabólicos: