Veneficus El Embaucador. Piko Cordis. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Piko Cordis
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Историческая литература
Год издания: 0
isbn: 9788835411451
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quien con argumentos fútiles y quien menos. Una discusión sobresalía entre las otras.

      –Cagliostro ha arruinado la vida profesional de muchos médicos –tronó categórico el vizconde dirigiéndose al puesto de honor de la mesa.

      –Vizconde du Grépon, por la buena amistad que nos une y por la estima que siento hacia Alessandro, intentaré hablar con moderación, orientándome hacia la utilidad y el beneficio social. Considero a Cagliostro un benefactor. –Después de esta afirmación el cardenal echó una mirada a cada uno de los comensales y una amable inclinación de cabeza hacia donde estaba la bella esposa del conde Cagliostro, para a continuación seguir con el elogio del marido –Cagliostro, decía, es un benefactor. Produce beneficios en provecho no sólo del individuo sino de toda la comunidad. Nuestro magnánimo amigo cura a todos indistintamente sin conocer ni el nombre, ni la proveniencia, ni la riqueza.

      Al enésimo resoplido del vizconde por las palabras del Gran Limosnero3 , el tono del prelado se hizo más incisivo como queriendo atacar al escéptico aristócrata.

      –Ya se trate de un hombre noble o de humilde origen, los prodigios y las virtudes los prodiga sobre todos. La obra milagrosa y los distintos fenómenos han sido siempre puestos al servicio de la humanidad, jamás por propio interés.

      Rohan defendió con insistencia a su nuevo amigo, intentando acallar al vizconde. Ignaze-Sèverin du Grépon se volvió, entonces, a la consorte de Cagliostro.

      –Condesa Seraphina, soy del parecer de que vuestro marido no puede permitirse curar a los enfermos gratuitamente, un gran amigo mío médico está furioso por su comportamiento.

      Al ser sacada a colación la condesa rebatió tanta arrogancia:

      –¿Cómo podéis afirmar que curar a los indigentes sin solicitar honorarios sea una acción vergonzosa? Además querría haceros notar mi desprecio con respecto a esos doctores que no se preocupan tanto por los enfermos sino más bien de las ganancias. Alessandro se ha formado espiritualmente allá donde han nacido las fes milenarias del mundo, a la sombra de las majestuosas Pirámides, bajo la mirada enigmática de la Esfinge. Además, ha profundizado en el estudio de las religiones y ciencias como la astrología, la nigromancia y muchos otros saberes.

      El cardenal, en el momento en que iba a morder un muslo de faisán, volvió a sus obligaciones, yendo en socorro de la dama.

      –Vizconde, ayudar a los pobres es el deber de todo buen cristiano y creo que vuestras palabras son dignas de reprensión. Os invito a que hagáis una atenta reflexión sobre las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo por lo que respecta al bien hecho al prójimo.

      Convencido admirador de Cagliostro, el cardenal de Rohan continuó a exaltar de él las alabanzas:

      –Os informo de que Cagliostro, en este período, está colaborando incluso con un remedio para la pelagra. Ha sido consultado por los más expertos con respecto a este descubrimiento del médico español Gaspar Casal. Mi amigo Alessandro está contribuyendo a la investigación y ha remitido a los expertos algunos de sus descubrimientos. En el laboratorio ha producido un compuesto derivado de elementos naturales simples. Frapolli, un médico italiano, ha alabado sus méritos. El emperador Giuseppe II de Ausburgo está interesándose en el estudio de esta enfermedad y tiene la intención de abrir un hospital en Italia, la ayuda de Cagliostro será fundamental. Esto, señores, os debería hacer reflexionar sobre sus intenciones y su altruismo.

      Mathis había estado atento durante la discusión pero, al escrutar a los invitados, observó el rostro de la marquesa de Morvan que lo miraba con curiosidad.

      Acabada la cena, el prelado pidió hablar a solas con Mathis:

      –Jovencito, estáis aquí porque así lo quiere una amiga mía, la duquesa de Beaufortain, y hablaréis con Cagliostro en su laboratorio. Este privilegio exclusivo no se le concede ni siquiera a los adeptos de su masonería, consideraos afortunado.

      –¿Cuándo deberá ocurrir todo esto?

      –A su debido tiempo, no os preocupéis.

      La conversación confidencial entre los dos hombres fue interrumpida por la irrupción de la marquesa de Morvan.

      –¡Eminencia, os lo ruego, confesadme inmediatamente! He tenido pensamientos libertinos sobre un joven.

      El cardenal, que conocía a su amiga, no dio importancia a sus palabras, pero esto no impidió que la mujer continuase hablando.

      –Realmente sois tremendo, Mathis.

      –¿Por qué me decís esto, señora?

      –Vos no hacéis nada, son mis pensamientos los que os llevan a mis brazos.

      –Si es sólo un abrazo no es un crimen. Para cumplir con mi deber de confesor, os dejo delinquir –el prelado se alejó riendo.

      –Venid, conde –los dos se pusieron a caminar y la marquesa continuó hablando divertida –Mathis vos tenéis tantas cualidades: belleza, audacia, fuerza y virilidad, pero la mejor es la inteligencia.

      –Os doy las gracias, madame. ¿A qué se deben todas estas lisonjas?

      La marquesa de Morvan tenía intención de responder una vez que estuviesen en la biblioteca, en cuanto entraron el estupor del joven no se lo consintió.

      –¡Que maravilla! ¡Un santuario de la cultura! ¿Estará al segundo puesto sólo por encima de la biblioteca de Alejandría en Egipto?–mientras se acercaba a los estantes comenzó a acariciarlos con las manos –Madame, mirad estos volúmenes encuadernados en piel roja y verde y también estos otros de delicadísima piel de cabra. Increíble la rebuscada elegancia de estas incisiones heráldicas en oro...

      –Más que elegancia a mi me parece un gesto de megalómano. ¡Ha impreso incluso el emblema de familia en cada uno de sus libros!

      –Marquesa, si os gustan las comedias antiguas aquí he encontrado una obra de Aristófanes, Las Tesmoforiantes.

      –Amigo mío, si os debo ser sincera, encuentro las comedias griegas divertidas en los diálogos pero tediosas por sus continuas alternancias cantadas.

      Habiendo comprendido el escaso interés de la marquesa de Morvan por el teatro helénico, Mathis volvió a poner el libro en su sitio.

      –Conde, me estoy aburriendo –exclamó con un suspiro la noble dama –Os lo suplico, hablemos de otra cosa –dijo cerrando con llave la puerta de la biblioteca.

      Mathis secundó a la mujer con una mirada cómplice.

      –Durante la cena, cuando el vizconde du Grépon estaba contradiciendo al dueño de la casa sobre Cagliostro, vos no habéis dicho ni una palabra. ¿Estáis a favor o en contra?

      –Soy sincero, marquesa, he oído hablar mucho de él pero no me he hecho una idea concreta. Estoy aquí para conocerlo.

      –Conde, sed menos diplomático. Conozco los planes de Flavienne. Estáis aquí con el fin de codearos con Cagliostro y con la complicidad de Rohan visitar su laboratorio.

      –¡Qué va! ¿Cómo se os ha ocurrido semejante cosa?

      –Mathis, os lo ruego, no insultéis vuestra inteligencia y tampoco a la mía. La mentira no os pega.

      El joven conde se puso tenso y en sus ojos apareció un destello de cólera. La marquesa levantó los hombros en un gesto de excusa.

      –Sí, es verdad –Mathis fue categórico al responder provocando a la marquesa –¿no os gusta?

      –Claro que sí.

      –¿Pero...? –preguntó Mathis instigándola.

      –Querría vuestra colaboración para una empresa mía. A los servicios que vais a hacer a Flavienne podríais añadir mis necesidades.

      –¿Qué serían...?

      La marquesa, con aire malicioso, se sentó en el sofá, invitando al conde a ponerse a su lado.

      –Mathis,