El peligro amarillo era una directa consecuencia del comportamiento de los Americanos, que había explotado sus esclavos hasta el punto de estar abrumado. Contrariamente al Afro-Americano, que por mentalidad y cultura se había integrado con su enemigo aprovechando y utilizando los puntos funcionales, el Chino-Americano expresaba únicamente la propia naturaleza Imperialista, dominada por el sentido del deber, por el del honor y por un exacerbado sentimiento de redención. Adaptándose a las peores condiciones de vida el Chino-Americano aspiraba a la mejoría de la propia existencia y a aquel ascenso social que le habría permitido de situarse al mismo nivel que el de sus amos.
Era una sensación innata, consecuencia de los milenios de historia que no podían ser borrados con la “deportación” a un País extranjero, pero que al contrario era sublimado por la castidad forzada, por la soledad y por los abusos sociales. Detrás de aquella sonrisa indeleble el pueblo Chino escondía una fuerza trágica y una tenacidad impresionante. Su lema era: .
Podría hablar horas y horas discutiendo sobre la diferencia entre inteligencia y astucia sin llegar a una conclusión. En realidad, existen actitudes incorrectas que si bien producen una ventaja efectiva a corto plazo luego resultan perjudiciales y negativos en el tiempo. Si a esto le agregamos una motivación egoísta y las modalidades indiferentes al mal que se procura, obtenemos un inevitablemente un daño con efecto boomerang, que tarde o temprano se volverá en contra. Si, por último, la naturaleza de nuestra víctima no se entrega a perdone fáciles así es como el eco de nuestro trabajo se alargará sobremanera, con resultados sin duda destructivos. Esto, en pocas palabras, fue la relación entre América e Inmigrantes Chinos. Y he aquí, el motivo por el cual, una vez comprendido el posible mecanismo causa-efecto, toda América gritó al “ peligro amarillo ”.
He aquí la misma Chinatown en aquella ciudad de San Francisco en 1906
En aquel alboroto que fue durante el trienio 1880-1882 encontrar el chivo expiatorio resultó bastante fácil: como era de esperar, los Chinos fueron acusados de competición desleal, robo de trabajo y de rivalidad social. Sobre la base de una primera Ley racial de 1861 que prohibía a los Orientales malamente definidos “Chinos” o “mongoles” de casarse con blancos (cosa que los mismos Chinos aborrecían) se aprobaron otras leyes que reducían cada vez más el campo de los derechos humanos y jurídicos. A pesar del Civil Right Acts de 1866 que establecía que “ ” los Legisladores descartaron de este derecho a los Chinos, basándose en un sutil juego jurídico por la cual no era posible clasificar un oriental según un estándar fijo. La ley de 1875, efectivamente, definía la diferencia entre un “blanco y un Afro-Americano” otorgándoles a ellos y a sus descendientes nacidos en América igualdad de derechos. Sin embargo, esta ley no era capaz de crear una separación notable entre “blanco y amarillo”, porque los Orientales presentaban también una cromaticidad más heterogénea que los Africanos y menos rasgos faciales destacados. Esta ley se limitaba a clasificarlos como “no blancos” y por esto, excluibles del derecho de ciudadanía. Por lo tanto, cualquier Chino naturalizado Americano seguía siendo al fin y al cabo un extranjero.
Para los Chinos, no etiquetados morfológicamente como raza inferior, dado que carecen de aquellas características que se encontraban en los Afro-Americanos, fue creada un desde cero una sub raza refrescando e incluso manipulando los viejos conceptos de Darwin. Nació así la raza de los Coolies que relacionaba no solo a Chinos y Mongoles sino también Indios (de India) y otras etnias.
Otras leyes anteriormente habían limitado los derechos de los Asiáticos en América, en particular a los Chinos. Por ejemplo, en 1858 California había promulgado una Ley que prohibía a los Chinos el acceso a las carreras estatales. Una vez más, en 1879, California aprobó una Constitución nueva según la cual el Gobierno se apoderaba del derecho absoluto en determinar los requisitos fundamentales para la permanencia en el Estado: aferrándose una vez más a la sutileza de la indeterminación de la raza, el Gobierno negó el derecho de permanencia a los Chinos expulsando de su territorio a los residentes. Pero, anteriormente, en 1875 el Congreso había bloqueado por 10 años la inmigración de los trabajadores Chinos y de las prostitutas Chinas, con el fin oficial de frenar la mafia y restaurar el territorio Americano. Para ser breve entre 1856 y 1880 treinta Leyes diferentes limitaron o negaron los derechos fundamentales de los Chinos en territorio Americano infringiendo los acuerdos del famoso Tratado de Burlingame, sin que ni la prensa ni mucho menos la opinión publica pudiesen dudar. El malhumor generado por la crisis económica había abierto una brecha entre América y los inmigrantes Chinos, cuyas actividades continuaban a florecer y a extenderse. Atacados por el Gobierno y por la multitud, encerrados en su propia comunidad, aferrados a sus costumbres tradicionales y despectivos de la mezcla con los blancos se convirtieron muy rápido en la victima expiatoria ideal. Soportando con valentía las amenazas, los saqueos y las destrucciones de sus negocios, el corte de la coleta en público, las burlas y por últimos las primeras advertencias de linchamiento que seguirían, los Chinos continuaban su trabajo silencioso, conscientes de estar pisando un terreno peligroso. La situación degeneró lentamente de manera inexorables hasta el 1871, año en que fueron protagonistas del más grande linchamiento de masa en la historia de los Estados Unidos, tristemente más conocido como “ La Masacre China de Los Ángeles ”.
LA MASACRE DE LOS ANGELES
El triste episodio fue realmente un reflejo de aquellos tiempos y lanzó una sombría sobre la ciudad en progreso. Sucedió en “ Calle de los Negros”, el barrio más barrio de Chinatown donde, mezclados con lavanderías, emporios y pequeñas actividades comerciales, vivían en contacto permanente los inmigrantes menos apreciados por la población Americana es decir Mexicanos y Chinos. Los anales de la época lo describen como “una zona dura, una larga avenida de tierra de 40 pies de ancho lleno de prostíbulos, salas de juegos, emporios y habitaciones residenciales de barro y paja”. La población era mayormente masculina, debido a las Leyes Americanas que limitaban la inmigración de mujeres Chinas, sin embargo la mafia China consiguió hacerlas entrar y casi siempre con la ayuda de las Autoridades locales. De esta manera, entre familias y prostitutas, la población China había crecido 200 veces más en solo diez años y prosperaba maravillosamente, generando un clima pesado de malhumor entre la población blanca, afligida por la recesión post bélica y consciente de no poder seguir el ritmo con los precios bajos y los agotadores horarios de trabajo de los comerciantes Chinos, que además cubrían toda la zona en el vicio.
La tragedia se acercaba y puntualmente el 24 de octubre de 1871 estalló.
He aquí la famosa Calle de los Negros en 1880, pocos años después la famosa masacre. Hasta el 1882 la zona se mantuvo más o menos inalterada, sucesivamente los edificios que veis a los lados fueron demolidos.
Las fuentes oficiales probaron como causa del linchamiento la causa habitual, es decir, el asesinato de un oficial de la zona, un tal Robert Thompson , durante un fuego cruzado con la mafia China, cosa que por lo que parece desató la ira de la gente (!) hasta el punto de torturar, mutilar y por último colgar veinte pobres y desgraciados Chinos elegidos al azar.
Ya así las justificaciones no aguantan; si después añadimos que después de un proceso ridículo fueron declarados culpables de la masacre solo 8 personas, que fueron inicialmente acusadas de “homicidio involuntario” y al final absueltas de todos los cargos, aun cuando testigos oculares habrían indicado ellos y otros treinta sujetos como responsables del hecho…pues, algo va mal.
Comencemos en decir que la masacre no fue un