Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
Скачать книгу
la ayudaban a rebajar el estrés, y su obsesión con llegar puntual después de una oleada de tráfico maligna, menos aún. Su secretaria se exponía voluntariamente al plano de inferioridad, se negaba a caminar a su lado; por narices debía hacerlo con una diferencia de tres pasos.

      —Podrías no haberlo hecho, le hubieses dicho que no estás interesada. Pero claro... no sabes decir que no.

      —El problema no es que me cueste rechazar a los hombres, es que no sé cómo explicar mi rápida pérdida de interés. ¿Cómo le explico que lo más probable es que nunca me gustara, y que me convencí de que era el hombre perfecto porque me muero por encontrarlo? No puedes decirle ese tipo de verdad a alguien y esperar que reaccione bien. Y no tengo derecho a amargarle el día.

      —No sería tu problema si se lo tomase mal. ¿Sabes? No tienes que hacerte cargo de los sentimientos de los demás. Si Roberto no te gusta, no hay que dar más vueltas.

      —Pero ha sido tan... apresurado. Cené con él anoche y hoy ya me siento violenta con él.

      Aiko se detuvo ante la puerta giratoria del edificio. Miró a Ivonne con cara de decepción.

      —¿Cuál es mi problema? He perdido la cuenta de todas las veces que me ha pasado algo así. Me desilusiono tan rápido que me cuesta saber si estuve ilusionada alguna vez. No es justo. Soy la persona más romántica del mundo, Ivonne. Me sé los diálogos de las películas de Nora Ephron, lloré cuando Brangelina se separó y he sido la celestina de mis padres desde los once años.

      Golpeó la pared con el bolso, una monstruosidad tamaño balón de Nivea. Era más efectiva como arma que un helicóptero apache, y si no, que se lo preguntaran a los cerdos que le decían guarradas por la calle.

      —¡Soy el maldito Cupido! —exclamó—. ¿Por qué, entonces, no hay amor para mí? Él tenía a Psique, y lo más parecido que yo encontraré a eso será un psiquiatra. En fin, por lo menos hay una raíz léxica común en todo esto. Muy poético.

      —Tal vez es porque lo buscas demasiado —Paró la puerta que habría seguido girando indefinidamente y la sostuvo para que Aiko pasara—. Dicen que las cosas solo se encuentran cuando las dejas de buscar.

      —¿Buscar? ¡Si yo no busco nada! ¿No ves que no tengo tiempo para enamorarme y vivo estresada? No son ni las ocho de la mañana y ya tengo programada la agenda de los próximos dos meses.

      —Entonces debe ser por eso. O por el círculo en el que te mueves. Siempre estás tratando divorcios, Kiko. ¿No crees que te ha podido afectar sin que te des cuenta?

      Aiko frenó sobre la alfombra del recibidor, sorprendida por esa bombilla que acababa de prenderse. ¿Era eso posible?

      Nunca había parado a preguntarse el motivo de su falta de apego emocional. En parte se debía a que su trabajo no le permitía parar un segundo, y menos para plantearse dudas metafísicas como el origen del universo, qué había después de la muerte, o por qué diablos se aburría hasta de sí misma.

      Pero podía ser cierto. Cualquier corazón romántico se marchitaría si recibiera a diario lluvias de reproches, lluvias de lágrimas, o incluso lluvias de puñetazos. Su rango de actuación comprendía desde parejas que no soportaban mirarse a la cara, hasta aquellas que salían juntas para tomar unas cervezas. Era un escenario bastante deprimente y su constante sucesión tal vez había apagado poco a poco su ilusión por cumplir la tópica fantasía de la niña promedio: encontrar al amor de su vida.

      Bueno… Pongamos que antes de eso, Aiko había soñado con ser una abogada de la leche, completar un armario solo de zapatos y comer sin engordar. Pero ahora que ya había tachado lo tachable de su lista y asumido lo imposible, iba siendo hora de ponerse con lo último.

      Era uno de los pocos asuntos que le causaban inquietud, y no porque tuviera miedo de morir sin un compañero al lado. Tampoco porque permaneciera virgen para «el indicado», lo que la convertiría en el hazmerreír de su grupo de amigas si lo tuviera. Le importaba un carajo si la enterraban con el mullido himen acomodado en algún lugar de su útero o dondequiera que estuviese eso. El sexo no le llamaba demasiado la atención, sobre todo cuando tenía tantas cosas que esconder. El problema residía en la otra parte: en los hombres que sufrían sus desprecios, sus cambios de opinión, sus negativas sin venir a cuento, su falta de interés... Todos esos síntomas que acababan por convertirla, a ojos de sus citas, en la prototípica arpía que usaba frases hechas —«No eres tú, soy yo»— para justificar vaivenes emocionales. Esos de los que, al final, se culpaba el que no debía hacerlo.

      Le aterrorizaba que esa fuera la visión generalizada de ella, cuando de poder elegir su sentir, se habría enamorado de todos y cada uno de los tipos que habían pasado por su vida. Incluido Roberto, el último con el que se dio una oportunidad sin haber obtenido buenos resultados. No sabía qué le fastidiaba más, si que fuera imposible conmover su corazón o romper los de sus parejas en el infructuoso proceso de «caza al príncipe». La solución era sencilla. Abortar misión.

      Pero ¡coño! Que Aiko quería enamorarse, joder. ¿Tanto pedía?

      —¿Estás bien? —preguntó Ivonne, devolviéndola a la realidad.

      —Sí, sí... Estaba pensando en lo que has dicho. ¿Sabes? Creo que debería dejar de buscar razones a mi manera de ser y poner una solución. Quizá corte un poco mi comunicación con los hombres de ahora en adelante. Tengo que evitar salir con ellos y hacerles ilusiones. No se merecen que no sepa por dónde conducir mi vida sentimental

      y parezca sufrir algún tipo de trastorno bipolar.

      —¿Por qué te echas la culpa? Si no te gustan lo suficiente no hay que buscarle otro motivo. ¿Quién dice que no tengan ellos parte de culpa, que no sean los que te defraudan al darse a conocer en las citas?

      —Es que no la tienen —lamentó. Enfiló al ascensor y bajó la voz al continuar—: Anoche, por ejemplo... Roberto estuvo magnífico. No es desagradable o de esos que solo hablan de sí mismos. Tampoco me pareció tacaño, ni me miró mal cuando me pedí tarta de tres chocolates. Ya sabes, hay tíos muy imbéciles que te sueltan el comentario de «¿todo eso te vas a comer?». Vamos, que fue un encanto. Cortés, inteligente, guapo... Sabe escuchar. Incluso adora a su madre, lo que siempre es señal de nobleza. Y no se enfadó porque no le invitara a subir a casa.

      —¿Vas a celebrar que no se cabreara por eso? Pues sí que está bajo el listón.

      —¡Todo lo contrario! Roberto es un caballero de la cabeza a los pies.

      Entró en el ascensor y pulsó el número veintiuno. Miranda & Moore. Era la primera vez que se pasaba por allí, y este era, a su vez, uno de los motivos por los que no dejaba de hablar. Estaba francamente intimidada, y también ansiosa, por enfrentarse a su primer caso contra el bufete de abogados de mayor nivel de toda la ciudad... Incluso de toda Florida. Comentar en voz alta las virtudes de Roberto servían para distraerla de sus sentimientos encontrados hacia el divorcio que le tocaba. Había llevado muchos, tantos que casi había perdido la cuenta, pero este era especial. No todos los días se defendía al juez más importante de Miami frente a su difícil esposa.

      —¿No te has detenido a pensar que quizá no te gustan porque son demasiado perfectos? —preguntó de repente Ivonne.

      Aiko se giró hacia ella con una ceja arqueada.

      —¿Te refieres a que debería enamorarme de celosos, posesivos, y toda esa lista de adjetivos que se ponen como algo romántico y precioso en los best sellers eróticos? Porque eso es lo que intento evitar. Bastante estupidez emana mi padre para juntarme con otro de su calaña —bufó, apartándose el pelo de la cara.

      En otro tiempo se habría cortado al airear los esqueletos familiares, pero se trataba de Ivonne, alguien que llevaba a su lado desde que empezó en Leighton Abogados y quien había vivido con ella las mayores crisis existenciales de su madurez. A Ivonne no se le escapaba nada, ni la historia sentimental de sus padres, ni sus problemas emocionales, ni la ambición que proyectaba al futuro... Ni ninguno de sus fracasos. Y eso significaba que debía albergar suficientes nombres masculinos en su cabeza para formar