Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
Скачать книгу

      —Siento esto. Es que como ya le dije por teléfono, pretendo llevar esto con la mayor discreción posible, y no quiero que el señor Leighton le vea por aquí. Me preguntaría quién es, para qué quiero un seguro, y... no se me da nada bien mentir. Acabaría dando muchas explicaciones que prefiero reservarme. Ya sabe toda la historia.

      Así que Aiko Sandoval tenía secretos. No le vendría nada mal saber cuáles. A Leighton le gustaba ponerse chulito y él tendía a guardar

      ases bajo la manga.

      —Tendrá que repetirla, porque mis superiores no me han informado del todo bien sobre su situación —respondió Marc, tranquilo. Se fijó en que el rubor en sus mejillas se intensificaba, y que para contrarrestarlo procuraba sacar pecho. Al contener la sonrisa, se le caló el estómago, ahogado en un calor agradable—. En realidad, no soy el señor Harris, sino uno de sus trabajadores. Estaba demasiado ocupado para cubrir la cita y me ha mandado a mí. Soy Marc.

      Tendió la mano por el placer de acariciar sus dedos, que ella ofreció no muy convencida. Marc clavó los ojos en el dibujo del azúcar sobre sus labios y humedeció los propios como si así pudiera incitarla a copiarlo. Aiko lo hizo, con las mejillas ardiendo, y parte del glaseado desapareció.

      Al apartarla, detectó un temblor vulnerable en su mano, como si no supiera qué hacer con ella después de haberlo tocado. Se la veía fuera de eje, y Marc tuvo que reconocer muy a regañadientes que él tampoco sentía que lo tuviese todo bajo control.

      Día nublado. Corbata equivocada. Veinte minutos antes. ¿Qué esperaba? Todo había empezado mal.

      —Marc —repitió ella en voz baja. Él, que odiaba su nombre, se sorprendió complacido al oírlo—. Soy...

      —Aiko Sandoval, hasta ahí llego. Puede estar tranquila. Seré muy discreto con los servicios que decida pedir.

      A no ser que lo necesitara como chantaje. No era un hombre que diese puntada sin hilo. Desaprovechar oportunidades no figuraba en su método de acción.

      —Eh... La verdad es que me ha descolocado un poco... Me extraña que el señor Harris haya enviado a otro. Estaba muy comprometido conmigo como clienta y sabe que me costaría... abrirme con otra persona. Allen es conocido de una amiga mía, por eso recurrí a él. Además de que llevamos hablando por teléfono unas semanas... Pero esto a usted no le importa, y en realidad corre prisa, así que...

      Soltó una carcajada nerviosa y se pasó los dedos por el pelo con un aire tan coqueto que sintió el irrefrenable deseo de besar sus dedos.

      —Lo siento, esperaba a cualquier persona excepto a usted.

      «Yo tampoco te esperaba a ti».

      No, no la esperaba, podía admitirlo, pero le molestó que su subconsciente lo hubiera dibujado antes que él. Tampoco significaba nada: Marc iba a verse con un mastodonte de metro noventa y barba tupida, no con un ángel vestido de Adidas. El contraste era una total locura.

      —¿A qué se refiere?

      Ella lo miró a los ojos.

      —Es un tema personal y me había hecho a la idea de que...

      —Agachó la cabeza, de pronto asaltada por la timidez—. Usted no tiene cara de vender seguros de vida.

      —¿Y de qué tengo cara?

      —Pues… de supermodelo, y cosas así.

      La ternura le torció la sonrisa. Se le ocurrieron mil maneras de responder, a cada cual menos adecuada, pero la vio tan mortificada que decidió apiadarse de ella.

      —Para dedicarse a la venta a domicilio hay que tener encanto

      —acotó—. Estaba comentándome algo sobre un seguro de vida. Para su madre, su padre o algún abuelo, imagino.

      —No, en realidad es para mí.

      Miró hacia la puerta. Una excelente idea; así se perdió el leve fruncimiento de sus cejas. ¿Para ella?

      —Mire... Ya lo tenía todo hablado con el señor Harris. Solo tenía que entregarle una documentación, firmar, y ahí acabaría la historia. Lo único que quedaba por cerrar eran las tarifas.

      »Preguntaba por un seguro de vida para una mujer con una enfermedad crónica. Sé que me va a salir muy caro, sobre todo después de una recaída, pero quiero que, en caso de torcerse, mis padres saquen algún beneficio de... —Negó con la cabeza—. Lo normal es que el dinero vaya al marido o los hijos. No tengo ni una cosa ni la otra, así que hablé con Allen para que fueran mi madre y mi hermana las que cobrasen lo equivalente al seguro. También he oído que la gente en mis casos no puede contratar seguros, pero llevo con uno desde los veinte años y creo que es injusto revocármelo ahora.

      «Suficiente información».

      Mucho más que suficiente para ir con el cuento a Leighton, aunque no supiera aún de qué forma podría afectarle. Podía preguntar, indagar qué enfermedad era, por qué se lo escondía a su jefe y mejor amistad —incluso se rumoreaba que había interés romántico por medio—, pero descubrió que no quería utilizarla como cepo. Si insistía, sería por saciar sus dudas, por conocerla, y no debía importarle lo que fuera de aquella mujer. No estaba en su onda ni la vería nunca más.

      Así pues...

      —Perfecto. Se lo comunicaré a Allen para que te llame esta misma tarde —respondió con tranquilidad. Ella lo miraba de vuelta sin comprender—. Eres un caso diferente. Especial. Debíamos ponernos de acuerdo para decidir si hacerte firmar o no. Con mi visto bueno tendrás tu seguro.

      Aiko sonrió aliviada, aunque no le pasó por alto que el gesto no le iluminó la mirada.

      —Muchas gracias. Usen mi teléfono personal para contactarme no el de la oficina. Las llamadas suelen quedar registradas y no quiero que nadie sepa que confío tan poco en... da igual. Gracias de nuevo. Y siento haberle encerrado —añadió con una fresca risa juvenil. Empujó la puerta, miró a un lado y a otro, y le hizo un gesto para que saliera—. ¿Nos veremos en alguna otra ocasión?

      Marc abrió la boca antes de pensar. La cerró también mucho antes de decir ninguna estupidez.

      —Créeme, en algún punto del día habrás decidido que no quieres volver a cruzarte conmigo.

      Apostaba porque la llamarían antes del almuerzo o en ese mismo momento, y su reacción sería la de condenar al impostor.

      Ella no lo entendió. Tampoco era necesario.

      —¿Es hoy tu cumpleaños? —inquirió—. He oído que celebras una fiesta.

      La vio sonreír en formato secreto, más para su coleto que para hechizarlo, lo hizo, de todos modos.

      —Algo así.

      —Felicidades.

      —Ni siquiera sabe qué celebro.

      —Una mujer como tú no necesita excusas para celebrarse a sí misma.

      Sin poder resistirse, se acercó un poco y borró la línea de azúcar sobre su labio con el pulgar. Le echó un vistazo a la yema, luego a ella que se había ruborizado otra vez, y al final se lo metió en la boca.

      Aiko lo miraba conmocionada.

      —Le sobra dulce, pero me gusta así.

      1 SLP. Sociedad Limitada Profesional.

      2 La casa de mis sueños. Programa de televisión que transforma casas de segunda mano en viviendas lujosas.

      1

      El buen príncipe azul también es un hombre lobo

      —Muchas gracias por acompañarme,