Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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de nuevo, le diría cuatro cosas por engañarla en un momento vulnerable.

      Era él. El miserable que fingió ser el subdirector de la aseguradora por motivos aún por determinar, y que no la interrumpió mientras explicaba su patética situación. El perfecto actor. No lo habría descubierto si Allen no la hubiera llamado para cerrar el negocio e insistir en que no había mandado a nadie al bufete. Pasó los días siguientes alterada preguntándose por qué diablos habría hecho eso. ¿Se aburría? ¿Le parecía divertido?

      No debería haberle molestado tanto. A fin de cuentas, no era nadie importante, tampoco era información que pudiese usar en su contra. Pero de todos modos le había dolido, porque el hombre en cuestión era... era... digamos que era lo bastante atrayente para que le resultara imposible camuflar el potente anhelo de tocarlo, solo para averiguar si era real. Siempre era un shock tener que reconocer que los hombres más guapos eran los menos recomendables, y aquel era clavadito a Jason Morgan, el modelo que la hacía babear en Instagram.

      Podía llevarse como el perro y el gato con género masculino y ser incapaz de engancharse a alguien, pero era sensible a los encantos ajenos, y aquel tipo, caminando hacia ella como quien no quería la cosa, los reunía todos. Habían pasado unos cuantos meses desde que se vieron por primera vez, y desde entonces, Aiko había pensado en él fugazmente. La mayoría de veces preguntándose por qué se dejó encerrar en un habitáculo con olor a amoniaco y pretendió ser otro, si es que buscaba manipularla o sacarle alguna información. No habría sido el primero que la utilizaba para llegar a Caleb. Tenía numerosos competidores por haber emergido como un abogado de prestigio en muy poco tiempo. Pero al margen de eso, en los pensamientos que él había protagonizado, Aiko intentaba quitarle atractivo, sin sospechar que durante el reencuentro le daría una buena lección. El tal Marc, si es que así se llamaba de verdad, demostró que su mente era demasiado impotente para guardar el recuerdo vivo de su apariencia.

      No la miró demasiado. Pasó por su lado para acceder a la sala con unas curiosas palabras de bienvenida.

      —Tráeme un americano de la cafetería de la tercera planta, no de la máquina. Sin azúcar.

      Aiko parpadeó una vez. Se lo quedó mirando como si hubiese hablado en chino.

      —¿Y quiere unas galletitas el señor? ¿Un masaje de pies? ¿Paso también por el boleto de la lotería?

      El tipo, que ya casi había entrado, ladeó la cabeza hacia ella. La mirada que le dio fue otra forma de disparar.

      —No creo en el azar, pero si te sobra el dinero y quieres tirarlo, adelante.

      —No, no me sobra el dinero, pero parece que a usted sí la caradura.

      Arqueó una ceja rubia.

      —¿Ahora las auxiliares vienen con personalidad incorporada?

      —¿Perdona?

      —¿Por qué me pides disculpas? Aún no me has traído el café frío.

      Aiko se rio por no agarrarlo del pescuezo. Lo que tenía una que aguantar por ostentar un puesto importante. Aunque no era aquello lo que le molestaba; estaba acostumbrada esos numeritos micromachistas.

      No se había acordado de ella.

      —No tenía ni idea de que aquí se manda a los abogados a por el desayuno. ¿Estamos en el mundo al revés? —Estiró el cuello, dándose un aire de seguridad que no sentía—. Soy Aiko Sandoval. Tengo una entrevista en media hora con Victoria Palermo y su cliente, la señora Campbell.

      —Señora Price. Ruega que se le devuelva el trato de soltera mientras llevamos los trámites —corrigió él, sosteniendo su mirada sin parpadear—. Y no soy nadie para negarle un capricho a mi cliente.

      Aiko levantó las cejas.

      —Para ser abogado, parece que siente usted una fuerte atracción hacia la suplantación de identidad. Fingir ser asegurador es fácil, pero para pasar como una mujer le va a hacer falta algo más que labia. Palermo es la que está al mando en este caso.

      —Cambio de planes. Yo estoy al mando. —Dio un paso hacia delante y le tendió la mano—. Y no soy abogado. Soy el mejor abogado.

      —Un placer conocerle al fin por su nombre real, señor «el mejor bogado». ¿Se me permite llamarle de alguna forma más corta?

      Él torció la sonrisa hacia la izquierda.

      «Los antiguos musulmanes no se referían a ese lado como “el impuro” por nada».

      —Los que se atreven me llaman Marc.

      —Entonces seré muy atrevida.

      —Eso es evidente teniendo en cuenta la conversación que mantenía en el mostrador de mi secretaria. Una charla muy de auxiliar; debo haberla confundido por eso.

      Aiko no tuvo que hacer memoria para recordar lo que había estado comentando allí con una falta de profesionalidad terrible. Algo sobre striptease, fotos en tanga...

      —Es de mala educación escuchar conversaciones ajenas.

      —Si se queda lo bastante para comprobarlo, descubrirá que puedo ser muy maleducado cuando me lo propongo. Imagino que usted también. ¿De qué color sería el tanga?

      Tragó saliva e intentó que el rubor no echara abajo su confianza de pega.

      —Espero que este sea el cuestionario habitual con todos los abogados contrarios, o le tomaré por un cabrón sexista de lo peor.

      —Puede tomarme con lo que quiera. Yo lo haría sin especias ni añadidos. Estoy mejor al natural.

      —¿Cuánto cobra la hora? Es para hacerme una idea de a cuánto se pagan las estupideces en este sitio.

      —Es usted la que ha empezado mencionando bailes eróticos a través del interfono de mi secretaria. Yo solo me he adaptado a la preferencia temática del invitado.

      —Pues no sabe cuánto lo lamento —ironizó—. No era mi intención corromper sus pensamientos.

      Los ojos de él, de un intenso azul celeste, brillaron con peligro.

      —Tarde.

      Y estrechó su mano enviando una descarga brutal al centro de su cuerpo. Aiko no consiguió reprimir el escalofrío y presenció con horror que se le ponía el vello de punta. Él tenía la mano caliente y un apretón de ejecutivo imperfecto; cambiaba la severidad y firmeza por la languidez de un seductor, acariciando sus dedos al apartarse.

      Aiko carraspeó mientras lo miraba como si fuese una amenaza. Entre que ella era algo menuda y él bastante alto, ya de por sí resultaba impresionante. Llevaba el pelo rubio algo largo, de una tonalidad ceniza que combinaba con la fina barba unos tonos más oscura, y el suave bronceado. Sus ojos como cuchillos la intimidaban más que veinte mil soldados. Porque sí, esos ojos estaban armados por sus dos comisuras, llenos de ambición, secretos, y una oscuridad que contrarrestaba la dulzura que deberían inspirar por su singular claridad.

      Era... Perfecto. Igual que la disposición de su traje de tres piezas, de un azul marino favorecedor, y la corbata colocada con mimo sobre un pecho que se intuía trabajado. Igual que su caminada segura, su forma de hablar pausada y directa. Y esa perfección que causaría rabia en cualquiera solo podía tener un nombre, o más bien un apellido: Miranda. Únicamente él respondería a todas las descripciones que había escuchado por parte de Caleb, de su secretaria, de la auxiliar del jefe... De todos los que, en definitiva, habían tratado con él.

      Si no se equivocaban las leyendas, Aiko no solo estaba delante de un hombre atractivo, sino de un abogado sin escrúpulos. Esto le produjo un repentino dolor de cabeza que no tardó en desaparecer. Ella confiaba en su trabajo, y no dejaba de ser una persona a la que le interesaba crecer en su campo. No habría mejor forma de subir el nivel que «ganando» a Marc, si es que en el ejercicio del Derecho podía hablarse de «ganadores».

      —¿Por qué ocupa el lugar de Palermo? —preguntó, manteniendo las distancias.

      —Ya