Contentar al demonio. Eleanor Rigby. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eleanor Rigby
Издательство: Bookwire
Серия: Desde Miami con amor
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013379
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aquí debes ser uno de esos novios suyos que le duran tres días. —Se mordió el labio—. Será mejor que no le digas que he dicho eso. Suena muy mal y no quiero airear su reputación de rompecorazones. Ay, seguro que vas a verla y yo te estoy diciendo que te va a dejar más pronto que tarde... Lo siento mucho. Solo te voy a dar un consejo y me callo: no te enamores de ella. Los que lo hacen nunca lo superan.

      —Descuida. Estoy vacunado contra el amor.

      —Contra Aiko no hay nadie vacunado —suspiró la chica, pegándose a las puertas que se abrían. Marc la vio negar con la cabeza—. Ya vas con eso otra vez, Mio. Deja de pensar en tu mala suerte...

      Marc se tomó un segundo para asimilar el aire a premonición que guardaba su inocente consejo. Luego asumió que estaba hablando en nombre de una experiencia personal que no tenía nada que ver con él, y lo dejó correr. La campanita acalló el impulso de animarla a no torturarse.

      Las dos chicas de la falda y el curioso personaje llamado Mio se dirigieron torpemente al primer mostrador. Marc hizo borrón respecto a la guerra avisada y se centró en la razón de por qué estaba allí.

      Se quedó rezagado para echar un vistazo a la competencia, conteniendo una sonrisa suficiente para sus adentros.

      Miranda & Moore no tenía nada que envidiar a aquel sitio. Solo había dos razones por las que una oficina luciría con orgullo unas plantas de plástico: bajo presupuesto, o mal gusto. Y Marc no sabría decir qué era peor, si acudir al trabajo en chanclas o ir de sobrado con pantalones low cost. Al menos era un lugar luminoso, pero cómo no iba a serlo con el mismo revestimiento de suelo que la cocina de un hotel.

      «Tiquismiquis de las narices», le habría dicho Nick, su secretaria. «Supera tu TOC y ve a hacer tu trabajo». Verónica Duval y su facilidad para referirse a los trastornos psiquiátricos con falta de tacto.

      Por lo menos los despachos eran accesibles gracias a enormes cristaleras, justo como en la oficina de sus amores, pero no todos tenían las mismas características y al final parecía como si estuvieran enemistados unos con otros. Cada uno le había dado su toque y eso convergía en un conjunto de colores y formas intragable. Excepto por uno, en el que se había congregado un grupo de gente.

      Observó el otro lado del cristal sin dejar de caminar. No tardó en deducir que se trataba de la fiesta que había señalado el personaje del ascensor. Cada uno de los empleados sostenía un trozo de pastel y conversaba entre risas con el compañero más cercano. Capturó a la chica de las piernas largas abrazando a alguien, y entonces recordó la frase que había dicho.

      «Contra Aiko no hay nadie vacunado».

      Le causaba curiosidad la cara de la mujer que obedecía a semejante leyenda. Solo porque sobraba tiempo, ralentizó el paso y esperó con impaciencia a que se diera la vuelta. No le cupo ninguna duda de que era ella cuando reconoció el parecido con la alegre cuasiadolescente del ascensor. Al menos diez centímetros más menuda, pelo más largo y, lamentando en el alma darle la razón a la tal Mio, tan absurdamente preciosa que nunca obedecería a la definición de otro adjetivo.

      No se dio cuenta de que había frenado de golpe. Sus ojos de ave rapaz, acostumbrados a medir, estudiar y elaborar teorías en tiempo récord, cambiaron de registro para dedicarse a la admiración. Se notaba que era una fiesta sorpresa; de lo contrario, imaginaba que se habría arreglado más. Llevaba una sudadera enorme que casi le cubría las rodillas, unos pantalones de chándal grises y unas deportivas. Nada de maquillaje, solo una sonrisa de muñeca que le intrigó.

      Ladeó la cabeza como hacían los dibujos animados cuando no entendían algo e intentó leer los labios de Aiko Sandoval al frotar el hombro de su hermana.

      ¿De dónde habría sacado Leighton algo tan bonito? Esa era la gran duda, y no qué habría hecho ella para violar el código de vestimenta sin tener problemas: se imaginaba a aquella criatura en el despacho de su propio jefe, y no dudaba que le permitiría cualquier cosa. A Moore le podían las niñas bonitas. Y esa de ahí, era todas esas niñas y todos los bonitos juntos.

      Se la quedó mirando un rato más, preguntándose cómo se le habría pasado por alto a Nick mostrarle una fotografía. No resistió a acercarse un poco más a la cristalera y fijarse en cómo probaba la tarta con un diminuto mordisco. Se manchó el bigote con el glaseado de la cobertura y no se dio cuenta.

      Marc estiró los labios hacia un lado, emulando una sonrisa curiosa al tiempo que se fijaba en la forma del azúcar sobre su labio superior, una medialuna perfecta. Unos segundos después, se impuso el entrenamiento de abogado: hacer conjeturas.

      ¿Cuántos años cumpliría? Bueno, no tenía por qué ser un cumpleaños, Mio no había especificado. En caso de serlo, no pasaría los treinta y cinco. Tal vez ni llegara. No era una fiesta de bienvenida; él sabía que ya trabajaba allí, así que tal vez fuese una reincorporación. ¿Por baja de maternidad? No estaba casada ni tenía pareja estable, le constaba por aviso de su hermana y lo reafirmaba la ausencia de alianza. Pero eso no era impedimento para cuidar de un niño. Quizá lo hubiera adoptado.

      O a lo mejor había regresado de viaje. La intuía como una mujer cosmopolita, y no le costaría imaginarla con una cámara de fotos encima deteniéndose en cada esquina de Montmartre, tomando un café en la plaza del Trastévere, o sentada sobre su regazo, totalmente desnuda.

      Pensaba en ello cuando los hilos de la casualidad hicieron de las suyas. Los ojos de Aiko dieron con él. Tiró de los párpados más de lo normal al hacerle un reconocimiento.

      Se observaron a través del cristal sin sonreír. Marc escuchaba los engranajes de su mente girando y le complació imaginar que le estaba gustando lo que veía. Apenas se fijó en que ella deslizaba los ojos por su chaqueta y los plantaba en la tarjeta que sobresalía. Después de eso la vio intercambiar unas palabras con su hermana, disculparse y salir de la sala con una serenidad que le mantuvo hipnotizado. El ondular de su pelo recogido en una coleta informal y el suave perfume que recogió sus sentidos al tenerla delante, aumentó su interés.

      Era aún más bonita de cerca.

      —Usted debe ser Allen Harris. —Su voz era suave. Sonaba relajada y natural. Señaló la tarjeta que asomaba por el bolsillo de su americana—. Siento muchísimo haber perdido la cita, me han pillado desprevenida con una fiesta sorpresa y al final se me ha olvidado por completo. Me alegro de que haya decidido venir en su lugar, y tan rápido. Ya me ha dicho mi hermana que ha subido en el ascensor con usted.

      Marc enarcó una ceja. A eso se resumió su gesto de sorpresa.

      Sabía que le acababa de confundir con el tipo de la aseguradora. Era el nombre que ponía en la tarjeta que llevaba encima de pura casualidad, además de que este era su propio asegurador personal. Se alegró de que necesitara los servicios de uno y, más aún, de que hubiera mezclado identidades. En su cama estaría más segura que en ninguna otra parte.

      —¿Me acompaña al despacho?

      «Te acompaño a donde tú quieras».

      El interés se acentuó al seguirla muy de cerca. La ropa ocultaba su figura, y mejor. Le gustaba que le dieran espacio para fantasear.

      —¡Mierda! —La oyó mascullar por lo bajo—. Qué mala suerte.

      Se giró de golpe hacia él y le puso las manos en el pecho. Marc se sorprendió con el corazón en un puño, pendiente de algún movimiento. Lo cogió del brazo y tiró para meterlo en la primera puerta cerrada que encontró.

      Marc se vio, de buenas a primeras, acorralado entre una puerta pesada de madera