– Suéltame, Manuel… – imploró sollozando Lázaro – tengo trescientos dólares… Devolveré el brazalete y la videocámara. Y la ropa interior…
La conversación iba adquiriendo para el señor Murillo una forma específica, comercial. Continuando de esta manera la conversación se podría obtener un gran dineral… Si no hubieran partido los huéspedes alemanes de Cuba sin sus declaraciones, ya que el robo tuvo lugar un día antes del vuelo a Frankfurt, el teniente no se habría internado en las explicaciones del corriente momento político al proxeneta y alborotador incorregible, tal como era el detenido Lázaro Muñero. Pero las víctimas se esfumaron. El socio de Lázaro se derrumbó, el ayudante eterno del barman Julio César, pudo haber denigrado al amiguito. Quién lo sabe. Le dieron unos buenos garrotazos, y este desolló al primero, que le vino a la mente, solamente para poder justificarse así. Pues, había que llegar a un acuerdo hasta que volviese Mendoza.
– Hoy, de ti espero el brazalete y el dinero. La videocámara me la traerás mañana. Hasta la mañana ya te habré fabricado una coartada verosímil, lo que está balbuceando tu amigo Julio César no es admisible. No hay huellas dactilares tuyas, y solamente los alemanes podrán identificarte. A propósito, esto ha de ser lo más difícil. Cálmate, las declaraciones de los testigos son de mi incumbencia. Lo más importante es que hoy ya habrá que devolver a los burgueses aunque sea el brazalete y, tenlo bien claro, la lealtad del equipo de investigación no es algo gratuito. En el caso dado, trescientas divisas no serán bastante para cubrir el asunto – se rascó la barbilla “el bonachón simpatizante” Murillo.
– Esto es todo lo que pudo conseguir hoy… – juró el ladrón esperanzado – el brazalete y el dinero lo tiene mi chica. Habrá que pasar por su casa y traerlos. No está lejos, en Cárdenas.
– Vale, la pasta restante la devuelves luego. Tendrás que disponer aproximadamente de una suma como la de hoy. Hazlo sin apresurarte mucho. Me las devolverás al cabo de cinco días. ¿Qué te parece? Solamente no más tarde de los próximos días de descanso. Habrá que hacerlo a tiempo – el domingo es mi cumpleaños. De tu parte un regalo.
– Pues, me voy a buscar el brazalete y el dinero… ¿Manuel, puedes quitarme las esposas? – Lázaro, al tropezar con la habitual manera corrupta de los patrulleros, gradualmente, iba recuperándose.
– Mientras tanto permanecerás esposado. En el coche no despegues la boca acerca de la conversación sostenida. ¿Comprendiste? – le advirtió severamente Murillo.
Lázaro hizo un gesto aprobativo.
En la oscuridad se vio aparecer la silueta de Esteban Mendoza.
– ¿Qué decidiste hacer con este engendro? – preguntó muy interesado el sargento.
– Creo que no estarás en contra de que hoy yo tengo merecidamente mis veinte convertibles. Aunque sea por la muy amplia información dada por este canalla – balbuceó con refunfuño Murillo, haciendo empujar al detenido al coche de policía – ¡No tiene consigo ni un centavo! Tendremos que ir a la casa de su chica.
El coche emprendió la marcha hacia Cárdenas.
… Lázaro se alegró al haberse enterado de que Elizabeth estaba sola en casa.
– Y si Juan Miguel y Eliancito ya hubieran vuelto de Camagüey – lo recibió con manera descontenta la adormilada Eliz.
– ¡Vuelves a temblar de miedo ante el ex marido! Tengo problemas, cariño mío. ¿Ves el coche de policía? Esta es mi escolta. Necesito dinero con urgencia. ¡Lo devolveré! Si no me ayudas, repito, – aquí llegará mi fin…
– ¿Qué es lo que volviste a hacer de mala gana? – intimidada pronunció Elizabeth.
– Dejémoslo para después. Si no me ayudas, repito – aquí llegará mi fin. Me metí hasta los codos.
– ¿Cuánto dinero necesitas?
– Trescientos dólares.
– No dispongo de tal suma.
– Entonces, estoy perdido. Me meterán en cana. La única salida es untar las manos de estos bastardos… Hurté a unos extranjeros.
A Elizabeth, de improviso, se le ocurrió la idea de que el brazalete y la ropa interior, que le habían regalado el día anterior, todo estaba ligado de una manera muy estrecha. Lázaro sufrió por ella. Pobre chico…
– ¿El brazalete? – en este caso la intuición no le engañaba a ella. Y solamente la motivación de su héroe se extendía tras los límites de la compresión de la confiada mujer enamorada.
Lázaro refunfuñó algo ininteligible, confirmando con su barboteo las suposiciones de Elizabeth.
Su amado está en peligro y ella puede ayudarle. Es que hay dinero en casa. Juan Miguel repetía incansablemente que hasta en la actual situación, tras el divorcio, ellos disponían de un presupuesto común y ella podía tomar de allí hasta toda la suma, actuar a su propio parecer. Una buena mitad de los ahorros eran las propinas de Eliz, juntadas durante casi dos meses. En la “hucha secreta” se acumularon unos trescientos dólares y algunas moneditas. Y el brazalete… Eso simbolizaba ni más ni menos que un desgraciado atributo de un mundo ajeno, casi cósmico, quizás. Hasta al ponérselo en la muñeca, le parecía ser un cuerpo extraño, la mente se negaba a reconocer la propia mano, anillada con una cara bagatela. Habrá que devolvérselo…
Estaba extrayendo el contenido del jarro secreto y con tejemaneje recontaba el dinero. ¿Qué dirá Juan Miguel cuando descubra en el lugar secreto solo unos pesos cubanos? ¿Qué pensará? ¿Cómo explicarle la desaparición del dinero? ¿Inventar algo? ¿Decirle que les robaron, o dar a conocer lo ocurrido? ¿Y luego qué? ¿Y ahora qué? Los une solamente la criatura. Los dos lo comprenden bien. Nada puede volver a ser como antes, como no se puede reanimar un cadáver…
– He aquí el dinero y el brazalete – le tendió la suma necesaria a Lázaro y el objeto que le ardía en la mano.
– Allí se encuentra eso… Habrá que devolver esa ropa interior – le hizo recordar el amante.
– ¡Cómo no! – Soltó un grito Eliz y, un ratito después, regresó con un pequeño paquete – ahí lo tienes. Entrégales todo, que te dejen libre y todo.
Él, sin agradecerle siquiera, se largó con los regalos devueltos y el dinero de una familia ajena a sus escoltas. Elizabeth quedó sola compartiendo un pensamiento, no podía hacerlo de otra manera.
Habiendo entrado otra vez en su dormitorio, echó un vistazo a la mesita de noche abierta con el cajoncito extraído, de donde un minuto antes había sido sacado el brazalete robado. Allí había otra joya más, un abalorio de semillas y conchas, el primer regalo de Juan Miguel. Lo tomó en sus manos y la voz interna constató el hecho: “Eso me pertenece a mí y es solamente mío, y nadie me pedirá que sea devuelto” …
Pero la voz proveniente de la subconsciencia en ese mismo instante quedó callada. Eliz puso cuidadosamente el abalorio en su sitio y cerró el cajoncito.
… El teniente Murillo, que había dejado a Baño en el coche interceptó a Lázaro en la esquina y se llevó el dinero junto con el brazalete sin actas ni protocolos.
– ¿Aquí hay trescientos? – Frunció las cejas el policía largo de uñas – no voy a recontarlos. Dispones los cinco días para anular la parte restante. ¿Un brazalete y esto qué es? La ropa interior… Se los devolveré hoy mismo a los agredidos. Lo principal es que no te pongas a comentarlo. Lo de los alemanes, creo, que hasta mañana por la noche, todo estará arreglado, así como la coartada tuya también. Punto final, estás libre… Hasta mañana. ¿Espero que la videocámara esté en buen estado?
Murillo abrió las esposas y Lázaro se lanzó a correr de ese lugar.
– Ahora estamos pagados.